La vulgaridad premiada de Luis David y el valor sin premio de Román
Oreja para el mexicano con el lote más bonancible de la fogosa corrida de Torrestrella; el torero valenciano impacta a puro huevo con un toro abrasivo.
Gonzalo Caballero y Luis David atravesaron el ruedo desmonterados. Como su condición de debutantes en Bilbao exigía. A su lado Román se hacía veterano sin serlo. Y en los corrales esperaba la corrida de Torrestrella. Que tan encastado, exigente y correoso papel desempeñó en 2017. Ya entonces Álvaro Domecq agradeció parabienes y premios con una sentencia: "A ver quién me la mata ahora". Pues eso. Hoy puede repetirse la pregunta.
Un ¡uy! permanente presidió la lidia y la faena del torrestrella que estrenó la tarde. Astifinísimo, descarado y hondo. Complicado por su falta de humillación, por su ausencia de fijeza. Perdió las manos varias veces en falso. El supuesto vacío de poder lo suplía con el cuello. No le convinieron ninguno de los quites con el capote a la espalda. De Caballero, por enganchones, y de Román, por atragantones. Muy valientes, sí. El valenciano tragó con todo a puro huevo. Tras los doblones de apertura, le concedió distancia: la acometida se le venció por dentro. Sin la inercia, el toro tendería a pensárselo en mitad de la suerte. A dormirse en vivos parones de espanto. Punteaba, miraba o amagaba. Siempre sin entrega. Esa era para Román. Su sinceridad por encima de la nada fácil limpieza. El valor a pelo. Para cuando se venía la bestia sin ir metida en la muleta y para cuando se resistía. Abrasivo el escaneado de las femorales. Las manoletinas de adiós no favorecieron la preparación para la muerte de un toro que nunca descolgó. El ¡uy! y el ¡ay! dieron paso al aterrador grito de terror de la plaza cuando el domecq lo colgó del pitón en el volapié a carta cabal. Por la ingle el boquete en la taleguilla. O más arriba. De entre las pezuñas se incorporó milagrosamente íntegro el torero. La estocada algo tendida tuvo su lento efecto. Una agonía larga que el ingenuo Román aplaudió. Quizá todavía sonado... Vista Alegre le reconoció su tremendo esfuerzo. ¿Lo suficiente?
Muy duro fue el toro de Gonzalo Caballero. Que se soltó del primer estrellón contra el peto y sólo cobró en serio un puyazo. Otro no le hubiera venido nada mal. A Caballero se le subió a la chepa. Barbadura se erigió en el amo. Pronto y descompuesto. Su engatillada testa por las nubes. Y su genio y fortaleza intactos: se convirtió en ingobernable ante la pacata técnica.
El panorama cambió con el más fino burraco que hacía tercero. En sus líneas habitaban las buenas intenciones. Luis David Adame entremezcló verónicas y chicuelinas. Y galleó también por Chicuelo. Román y Adame mantuvieron un pulso de quites durante toda la tarde. Esa variedad de la que no te acuerdas. Por tafalleras aquél y por zapopinas éste. Humillaba el torrestrella como ninguno de una corrida que se movió fogosa más que descolgó. Pero para lo que vale es lo mismo: Luis David no se resistió al arranque de péndulos y cambiados. Luego, corrió la mano con largo trazo en un par de tandas diestras y ligadas. Aminoró el toro prestaciones y acortó distancias el mexicano. Casi a la par. ¿Qué fue antes, la gallina o el huevo? Convengamos las tablas: la embestida no encontró fondo y el torero se amontonó. Sostuvieron la entente vulgarona hasta las embarulladas bernadinas de despedida. Un espadazo al encuentro, un golpe de descabello, una oreja del montón.
Brindó Román a Roa, su antiguo mentor, la muerte del cuarto por los viejos tiempos. Tardó en encontrarle el punto a aquel pasar del toro sin maldad en una faena que de principio apostó por la zurda. Cuando le dejó la muleta en la cara y enganchó por delante, ya en su derecha, le dio el ritmo del que carecía el obediente torrestrella. Y lo enredó hasta el lío de las luquecinas y el original final por bernadinas. Volvió a matar a ley y a oír una ovación.
Caballero aburrió a Dios bendito con el ancho quinto. Que iba inocuo a su altura. Ni apostó ni se entendió. A últimas se le salió el hombro en un pinchazo. Aun así acabó su labor. La desaprobación fue general.
Luis David repitió esquema -la variedad en las caleserinas ahora, como en otros turnos fue por navarras y chicuelinas- con el bondadoso sexto. Que apuntó cosas sin duración. La estrategia del encimismo tampoco mejoró el diagnóstico. O lo empeoró. Se encasquilló el hombre y se despidió por manoletinas. Lo nunca visto.
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