domingo, 8 de julio de 2018

TERCERA DE SAN FERMÍN, CRÓNICA DE PAMPLONA DE ANDRÉS AMORÓS

Cornada y triunfo de Paco Ureña en San Fermín

También corta una oreja Román en una manejable corrida del Puerto de San Lorenzo

Paco Ureña, en el momento de la cornada al entrar a matar al cuarto toro
Paco Ureña, en el momento de la cornada al entrar a matar al cuarto toro - Efe
Ha llegado el día grande de la fiesta. A las ocho de la mañana, el primer encierro: con el suelo mojado –ha llovido– y la aglomeración de los fines de semana; muy pronto, se han rezagado dos toros del Puerto de San Lorenzo; los otros cuatro, bien conducidos por los nuevos cabestros (Rosario Pérez nos lo ha contado), dan lugar a un encierro variado y bonito. A las diez, la procesión del santo: un relicario del siglo XV, que conserva, en el óvalo del pecho, reliquias de San Fermín. Por la tarde, la primera corrida, con el color y la algarabía de las peñas.
Este año, vuelve Pepín Liria, en el 25 aniversario de su alternativa, y se despide Padilla de esta Plaza, que tanto lo quiere. Se ha renovado la totalidad de los abonos, el coso siempre se llena: esta Feria taurina goza de una excelente salud. Los beneficios, como siempre, ayudan a los ancianos de la Casa de la Misericordia. 

Incoherencia del alcalde

Preside la corrida el alcalde, de Bildu, recibido con una fuerte bronca; es el mismo que propuso el disparate de unos encierros sin corrida de toros. ¡Eso se llama coherencia! En esa disparatada hipótesis, ¿qué se haría con los toros, una vez que han llegado a la Plaza? ¿Se organizaría otro encierro, en sentido opuesto, o se los llevaría un camión? Sólo en la España actual cabe tamaño dislate; en realidad, es una parte de una lamentable operación política, que pretende privar a esta tierra de su identidad de muchos siglos.
Los toros del Puerto de San Lorenzo, serios, abiertos de pitones, son manejables pero sosos, justos de casta. A los dos mejores, segundo y cuarto, les cortan una oreja Román y Paco Ureña, que resulta herido. Con el peor lote, Garrido no tiene opciones. 
El primero, grandón, sale suelto, embiste con poco celo. Después de sujetarlo, Paco Ureña le saca algunos muletazos estimables; aguanta una colada pero el toro no da más de sí. Mata con decisión. El cuarto se llama «Cuba» –como su hermano, que tan buen juego dio en San Isidro–, va a más, es muy manejable. Ureña liga suaves derechazos, de rodillas y de pie. (Sigue rematando las series mirando al tendido, la mala moda que ha traído Talavante). El tono amable de la faena, en la que se veía muy a gusto al diestro, cambia dramáticamente, al final. Al matar, sufre una cornada en el muslo derecho; sentado en el estribo, sangrando mucho, espera a que el toro caiga y a que se conceda la oreja, antes de que lo lleven a la enfermería. 

Bondad del toro

Recibe Román de rodillas al segundo, «Gironero», abierto de pitones, hermano de uno, indultado en Zamora, que embiste con nobleza; replica por saltilleras a las chicuelinas de Garrido. Brinda a las peñas de sol, donde está Andrés Sánchez Magro, y comienza con seis muletazos de rodillas; aprovecha la bondad del toro para ligar templados muletazos y mata bien: primera oreja de un matador. Lidia bien al burraco quinto, que brinda al joven torero navarro Javier Marín. El toro tardea y se para, no transmite emoción; los intentos de Román son baldíos. Mete la mano con habilidad, con la espada. Lo he visto suelto y seguro, toda la tarde.
El tercero, muy suelto, espera, en banderillas. Garrido intenta mandar pero el toro huye, se desentiende de la muleta: nada que hacer, salvo matarlo, de un espadazo caído. Lancea con gusto, de rodillas, al último, un «Faraón» bondadoso pero justo de casta, como sus hermanos. No acude el toro desde lejos y vuelve a echarse de hinojos. Garrido lo intenta de muchas formas pero el toro «dice» muy poquito. Se vuelca al matar, a cambio de una voltereta, aunque la espada quede baja.
Recordaremos esta tarde por el gesto heroico de Ureña, herido y triunfante; también, por el despropósito de que presida un espectáculo alguien, después de atacarlo y presagiar su final: un disparate más de nuestros políticos… Lo resumió Hemingway: «Había empezado la Fiesta. Todas las que yo había conocido palidecían, en comparación con ésta. Era una Fiesta y duró siete días». Y esta fiesta, de fama universal, es impensable sin las corridas de toros, por mucho que se empeñe un alcalde.

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