Fuente Ymbro,
de nuevo
en la cuerda floja
Sebastián Castella y López Simón cortan orejas de peso menor. Miguel Ángel Perera cuaja la faena más intensa (sin espada) con el toro más enrazado de la blanda corrida
Las balas de Fuente Ymbro volvieron a fulminar su récord en el encierro. En la misma fecha de 2017, el mismo fiasco vespertino. Las balas se quedaron de nuevo sin pólvora por la tarde. Una cosa. FY en la cuerda floja otra vez, pendiente de la clemencia de la Casa de Misericordia.
Hechizo deslumbró por su porte en cuanto apareció en la plaza. Un cuerpo portentoso. Como su morrillo de pelota de basket. Montado, cuajado, descarado y musculado. Músculos de culturista. Sin el poder de la fuerza. Ya se apreció sutilmente cuando Sebastián Castella lo paró. Como no se empleó en los capotes, para el vulgo pasó desapercibida la carencia. La inercia de las fugas la tapaba. Su buena intención no contó con la potencia para su desarrollo. Castella se encontró con un toro claudicante en cuanto tuvo que humillar de verdad. Punteaba de pura impotencia. Una ecuación de alturas y templanzas de difícil solución. A pesar de todo, una faena larga en la búsqueda del equilibrio.
El modo de puntear de Pijotero respondía a distintos motivos. Feo estilo. La unión con el anterior fuenteymbro sólo en la testa. Menos cuajado el cuerpo No habitaba la bravura en su interior. Tan marcadas las querencias desde su salida. Barbeaba tablas, se escupía y volvía al revés. Miguel Ángel Perera se estrelló con su remiso comportamiento. La cara entre las manos. El ataque del manso mal andado, frenado y a la defensiva. Imposible.
El deslucimiento siguió con el tercero. O peor. El aparato de su cabeza como las catenarias del Metro. Pero sin cables donde agarrarse. A su paupérrima fortaleza se sumaba un problema más grave: su vista reparada. Miraba a ojo cambiado y se venía cruzado. Incendió el cabreo su blandura. De su estrabismo, la gente no se enteraba. López Simón, sí. Desde que lo recogió. Y por ello no se entendió el brindis al personal. No había causa. La dificultad de la visión se extendió hasta la hora final. De lado emprendía el toro el camino de la muerte.
El melocotón de la merienda, el fuenteymbro de piel amelocotonada, digo, aportó más debilidad. Trémula su hermosa fachada. Una nobleza mortecina. La humillación sostenida con alfileres. La suavidad fue el pulso de Sebastián Castella. Para alargar más allá de donde la embestida quería o podía. No transmitía aquello nada. La peña y las peñas a su bola. Al bebercio y a la zampa. El pasodoble arrancó en el último tramo de la kilométrica labor. Despabiló Castella a la plaza entera con un espadazo. Y, de pronto y sorprendentemente, la petición. Y la oreja.
Ante el recortado, bajo y armado quinto, Miguel Ángel Perera enseñó su poderío. Otro de Gallardo con la cara entre las pezuñas pero que cuando arrancaba lo hacía con otra vida, otro brío. La raza hasta el momento ausente. Por abajo, MAP no le quitaba la muleta y ligaba macizas series de redondos. El gobierno y el mando exigentes para que el fuenteymbro no parara. Haciendo ver un toro mejor desde la ligazón y el aplomado asiento. Hasta el parón tan de la casa. La espada viajó, sin embargo, de nuevo a los blandos. Y fulminó la posibilidad de un éxito real. De verdaderas líneas argumentales. Sin trofeo, Perera triunfó en el sentir del aficionado.
Un volteretón sacudió a Simón. Por fortuna incruento. Al cuerpo se le fue el último toro. Que del choque brutal, salió asustado. Rajado y con el casco de la pezuña -que se lesionó en el prólogo de faena- definitivamente perdido. Simón lo acorraló en tablas, se arrimó y, como lo mató de una estocada, le entregaron una oreja. Incluso se pidió la segunda. Sin un solo muletazo, es mérito mayor...
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