¡Peepín, Peepín!
(Jorge Arturo Díaz Reyes)
Pepín Liria llenó la tarde con su valor sin dobleces y su toreo veraz, no comprendidos por una presidencia que le negó la puerta grande. Ovacionado El Juli. Ignorado Ginés. Mal encierro.
Ganadería para figuras que se portó como para modestos. “Hemos traído una corrida generosa en todo”, dijo Pablo, el hijo de Victoriano del Río antes del festejo. No lo fue en nada la escalera entre los 510 y los 610 kilos, con tres cuatreños y tres cinqueños, que renegó de bravura, nobleza y poderío. Un reserva de Cortés, misma casa distinto hierro, que hizo 6º bis, no desentonó en la pobreza del conjunto.
Vertical, en todos los medios, con las manos sobre el corazón y la ensangrentada calva inclinada en el pecho, Pepín Liria, escuchó largamente el atronador coro que le cantaba a todo pulmón ¡Peepín, Peepín, Peepín! Era la conmemoración de sus 25 años de alternativa y su adiós como torero a una plaza que lo idolatró. Había cumplido una gesta. De las que no se olvidan. Trajinado con las corridas más duras regó con su valentía los ruedos que pisó y en este, donde tal virtud es más valorada, se levantó un pedestal. Había debutado con miuras aquí. Amablemente quisieron despedirlo con un hierro comercial. Por fortuna para él, que no sabe mentir, no fue tal.
Saludó al destartalado primero con dos largas cambiadas de rodillas, dos verónicas, tres chicuelinas y una media de hinojos que dinamitaron. Manuel Ruiz se lo deja crudo y rudo, y él, otra vez arrodillado abre una pelea de toma y dame, de la cual solo su veteranía le salvó la piel, pues no quiso echarse atrás. La estocada en guardia le arrebató los honores. El cuarto, de cinco años y 605 kilos también pasó por el peto sin castigo. Así lo quiso. Entero. Midió a los banderilleros y les hizo tragar.
El murciano en su faena postrera esperó de largo el galope, lo cambió por la espalda y empalmó cuatro derechas y dos de pecho, uno de los cuales mirando a su feligresía. “Ruiseñor” número 14 (lo reseño porque quizá, es el de su retiro definitivo), tuvo más fijeza inicial, pero declinó pronto y se fue a tablas renunciando. El torero no le perdonó fue y se le puso por la cara, forzando la pelea, echando adelante tras los derrotes defensivos al cuerpo. Casi cogido se arrodilla y da la espalda, siendo cazado y volteado feo. La plaza conmocionada, rugía su nombre.
Recuperado vuelve de rodillas, inmolado, y al final victorioso se tira de frente, dejando la estocada y saliendo rebotado con la taleguilla destrozada. Cae la bestia y el maremágnum de pañuelos rojos y gritos clama por las dos orejas. El político de turno en el palco, concede una, y petrificado considera que todo esto no merecía la otra. La vuelta fue de órdago y al final quiseron llevárselo en hombros, pero se negó rotundamente. Un torero, un caballero, un hombre.
El Juli, capaz y fácil como siempre, desde que nació, pudo con sus dos descastados e inexpresivos. Pero aquí, especialmente, están acostumbrados a su mayor fervor para entregarse. Sin embargo algo de pelo hubiese recibido de haber matado mejor al primero y de no haber lidiado al quinto, con el cual dejó estupendos naturales, después del tsunami de Pepín, que arrasó con todo la adrenalina del coso y sus alrdedores.
Ginés Marín, casi ausente y silenciado con el tercero hubiese podido iniciar una leyenda con el torazo, cinqueño de 610 kilos que le tocó de sexto. Pero él no es torero sufrido. Además el grande, coincidencialmente salió rebrincado como resentido y encima, papá picador le hizo la carioca y le barrenó a discreción. Medio muerto fue cambiado por un sobrero feucho, bizco y manso con una año y setenta kilos menos, al que le espantó las moscas y le despacho de una estocada en sitio. Decepcionante feria del jerezano.
El desfile concertado de alcalde y concejales por la presidencia de las corridas, quizás conviene a la fiesta pues mantiene vivo el tradicional vínculo de la corrida con la autoridad política, honor a su significancia histórica, social y cultural. Pero la forma como los de turno juzgan las faenas, las premian o las castigan, denota muchas veces una incomprensión, cuando no falta de sensibilidad, impropias de una aficionado.
Pamplona. Jueves 12 de julio. Lleno. Sol. Seis toros de Victoriano del Río 549 kilos promedio, disparejos, ásperos y sin raza. Un sobrero 6º bis de Cortés, bizco, feo y manso.
Pepín Liria, silencio tras aviso y oreja con fuerte petición de otra y bronca.
El Juli, silencio y saludo.
Ginés Marín, silencio tras aviso y silencio.
Incidencias: Al final de la corrida, Pepín Lirias se resistió enérgicamente a ser sacado en hombros.
Roca Rey abruma
El toreo limeño con dos faenas de arrebato y dominio corta tres orejas que pudieron ser cuatro y sale a hombros. Antonio Ferrera, maestro y sustancioso pudo acompañarle de haber matado mejor. Rudo encierro.
Los de Núñez del Cuvillo, tres negros, dos jaboneros y un castaño, con sus moderados 536 kilos promedio; todos cuatreños, menos el tercero, astifinos y buenosmozos, tuvieron por consigna el no humillar. No fue altivez, fue falta de bravura. No se les picó a ley. Sin embargo atacaron y de largo, repitieron y de haberlos matado como se debe a todos, la corrida que de por sí fue pasional hubiese dado más pelo.
Andrés Roca Rey, echó arriba la feria, refrendando su caché de figura taquillera del momento y líder de contratos. Torero de todo toro. Torero del absurdo, que burla una y otra vez, impunemente, la lógica. Con su impertérrito valor desgreña los tendidos, puede, se arrima, se juega y lleva las cosas más allá de lo creíble. Tras su primera faena “Espartaco” dijo en el callejón “lo que hace este torero yo no soy capaz de hacerlo ni toreando de salón”.
Las cuatro verónicas ligadas con tres chicuelinas y la florida revolera en los medios fueron hasta ese momento, séptima corrida de la feria, lo más granado de capa. Fue su aquí estoy. Fue su llegué yo. ¿Qué Ginés retó en el quite por gaoneras? ¿Y qué? Réplica por saltilleras, descarrilando al toro en el último instante, ya en el mismo embroque, y casi saliendo cogido. Tres y larga, que acallaron de una vez por todas el multitudinario coro de la “Chica yeyé”. De rodillas con la muleta al hilo de las tablas, cinco derechas entre las cuales intercaló sorpresivamente dos por la espalda. Y la plaza que se caía.
¿Qué “Juncoso” fue dejado crudo por Prieto y se venía carialto? ¿Y qué? De largo, cinco por la derecha de prístino temple a la altura requerida. Y de allí en adelante más y más y más. Con la plaza silente ¡En Pamplona! Embraguetado, jugado en jurisdicción de cacho, con las plantas clavadas. Y por naturales. En un cambio de mano por detrás la muleta se le escapó. No fue un desarme. Cuando las embestidas perdieron empuje acortó distancia, y metido en el área de candela obligo y obligó hasta las cuatro manoletinas previas al estocadón de padre y señor mío. La petición de la segunda oreja fue monumental y su señoría don Gabriel Viedma Moreno, (concejal de UPN) la desatendió olímpicamente, con una sonrisa petrificada que parecía despectiva. De contera, las mulas como si protestaran también, se rebelaron y pararon la corrida por diez minutos. Tiempo para reflexionar y comparar con el chorro de orejas cuestionadas que se han repartido en este serial. No puede ser.
La faena del quinto, que también pasó sin castigo en varas, no fue de menor calado. Quizá sí, de mayor exquisitez y clasicismo en el dibujo. Matizada por los repentismos e improvisaciones propias que ya son marca de su tauromaquia. Pero en todo veraz, de frente, sembrado y dando las ventajas al contrario. Nada de trampas ni cartón. “Tramposo” fue el nombre del ofensivo cuvillo. Otro estocadón en corto y por derecho y ahora sí, las dos orejas.
Antonio Ferrera, engrandeció la tarde con lidias maestras de añejo aroma. Qué gusto verlo. Suave, pausado, lento, mandón y respetuoso. Con capa y muleta. Sus quites al costado del caballo, recordando porque se llaman así. Era el encuentro de dos épocas en una tarde soleada, de lleno total y toros no pastueños. Por encima de su dos, dictó cátedra. Pero se tiró con todo, dio en hueso su frente pegó contra la empuñadura que le abrió una brecha sangrante. Volvió a pinchar, le avisaron y descabelló, saludando una gran ovación. Al cuarto le clavó la estocada arriba pero ida en contrario, cayó se levantó, sonó el aviso y descabelló para nueva aclamación.
Ginés Marín, quiso y no pudo. Su toreo afuereño, el uso innecesario del pico y su énfasis en una estética liviana contrastaron además por la falta de mando con las dos arrobadoras tauromaquias de sus alternantes. Tampoco mató con presteza y fue silenciado por partida doble
Pamplona. Miércoles 11 de julio 2018. Sol y vineto. 7ª de San Fermín. Lleno. Seis toros de Núñez del Cuvillo, 536 kilos promedio, parejos, bien presentados, astifinos, ásperos y de poca raza.
Antonio Ferrera, saludo tras aviso y saludo tras aviso.
Andrés Roca Rey, oreja con petición de otra y dos orejas.
Ginés Marín, silencio y silencio.
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