Vuelta épica
de Pepín Liria
a San Fermín
Corta una oreja y sufre una fuerte voltereta en una deslucida corrida de Victoriano del Río
Hace diez años y un día, el 11 de julio de 2008, Pepín Liria toreaba por última vez en Pamplona; poco después, se retiró, en su Plaza de Murcia. Vuelve ahora, para celebrar sus 25 años de alternativa: «Ritorna vincitor», como Radamés, en la ópera «Aida». En Pamplona, ha sido un ídolo pero también ha sufrido percances. Me extraña que no reciba la lógica ovación, al concluir el paseíllo. Los toros de Victoriano del Río, complicados y deslucidos, frustran las expectativas de un gran cartel.
Vuelve a Pamplona El Juli, después de un año de ausencia. El segundo, veleto, con casi seis años, flaquea y espera, en banderillas. Julián le va enseñando a embestir, con más técnica que brillo, y no mata bien. Aunque el quinto tampoco promete mucho, lo brinda al público y lo mete en el canasto, con muletazos mandones y suaves, sacando agua de un pozo medio seco. Estocada defectuosa, con salto: petición.
Segunda actuación de Ginés Marín, que el día anterior no tuvo fortuna; intenta remediarlo, con mayor entrega. El tercero, alto y zancudo, flaquea ya en los lances de recibo y protesta. Ginés muestra su facilidad y gusto: algunos muletazos son buenos pero el toro, pegajoso, no le deja relajarse. Mata a la tercera, sin jugar bien la mano izquierda. Devuelto el sexto, descoordinado, el sobrero es gazapón, derrota por alto, al final de cada muletazo: nada que hacer, salvo matarlo bien, como hace.
Gritos de «¡Pepín, Pepín!»
Vamos ya con el protagonista de la tarde. Pepín Liria sale lanzado, recibe con dos largas de rodillas y lances variados al primero, que, en la muleta, embiste corto y áspero. Después de algún susto, resuelve las dificultades con gran oficio, además de su habitual entrega. Mata con decisión pero la espada hace guardia. El cuarto, grandón, es más suave. Brinda al hijo de Espartaco. Comienza con el pase cambiado, en el centro del ruedo; manda mucho, en muletazos templados, por los dos lados. Éste sí le ha permitido sentirse a gusto pero pronto se raja a tablas. Allí, Pepín se queda a merced del toro; en un desplante de rodillas, es volteado espectacularmente, por el pecho, da la vuelta en el aire, cae de cabeza: un momento de enorme dramatismo. No se sabe si está herido, además del porrazo, pero se vuelca en la estocada, sale perseguido: un final épico. Escuchamos, por fin, los gritos de hace años: «¡Pepín, Pepín!» ¿Cómo es posible que el premio se quede en una oreja. Igualándolo con las orejas, muy baratas, concedidas en días anteriores? Me parece incomprensible, con la emoción auténtica que hemos vivido: una falta absoluta de sentido común y de sensibilidad. Pepín, muy digno, se niega a salir en hombros.
Liria ha sido un torero forjado «a sangre y fuego» (como el título del libro de cuentos de Chaves Nogales). Logró indultar toros de Victorino Martín, Cebada Gago, Torrestrella, Zalduendo… A sus 48 años, ¿qué le ha hecho volver a torear esta tarde, en Pamplona? La insatisfacción personal y artística, el motor de tantas luchas. Sabe bien Pepín que este público puede parecer duro pero no tiene dobleces –igual que su tierra– y que adopta al diestro que se entrega por completo: él, por ejemplo, de nuevo, esta tarde. En su segundo año de alternativa, abrió ya esta puerta grande; ha vuelto a hacerlo, 23 años después. A veces, el esfuerzo honrado recibe su merecida recompensa. Este recuerdo, en rojo y blanco, lo guardará como uno de sus mejores trofeos, todos los días de su vida.
En su honor, adapto la letra de una popular jota navarra: «Dos hombres tiene Navarra/ que la hicieron inmortal:/ Sarasate, de Pamplona,/ y Gayarre, del Roncal./ Y un murciano, Pepín Liria,/ en su regreso triunfal».
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