Apoteósica despedida de Juan José Padilla en San Fermín
Sale a hombros con Roca Rey en una gran corrida de Jandilla
Apoteósica despedida de Juan José Padilla en San Fermín
Aparece Padilla, en el paseíllo, con un vestido blanco y oro; patillas de hacha; un parche negro, en el ojo izquierdo, y un pañuelo negro, anudado en la nuca: un completo «Pirata». Lleva en el cuerpo la huella de 39 cornadas. Hace solamente seis días, en Arévalo, un toro –como si fuera un indio salvaje, en las películas del Oeste– le arrancó buena parte del cuero cabelludo. España entera se ha estremecido con la fotografía de «el colgajo» –así lo llama él mismo– de veinte centímetros de su piel herida; y la de la cura, con su calva, recosida con «cuarenta o cincuenta grapas».
Padilla no ha querido dejar de despedirse de Pamplona, donde le adoran. «Gracias a Dios, todo estaba controlado»·(me dijo), no había motivo para no torear. Así, sin la mínima retórica. Los mozos lo reciben como a un auténtico héroe: lo que es.
Los toros de Jandilla han dado muy buen juego: serios, bravos y encastados; hasta ahora, sin duda, la mejor corrida de la Feria. Tres orejas cortan Padilla y Roca Rey (una, Cayetano). Los dos salen a hombros, en una tarde de singular emoción.
No ha venido Padilla a recibir homenajes sino a torear. Recibe al bravo primero con cuatro largas de rodillas (la Plaza, una caldera hirviendo). Quita por navarras. Banderillea lucido: el tercer par, al violín (la suerte en la que fue herido, en Arévalo). Brinda al público y la comunión es total. Después de cinco muletazos de rodillas, liga pases mandones por los dos lados y se adorna, en circulares, mirando al tendido, y desplante. En el centro del ruedo, deja una gran estocada: la locura colectiva y dos orejas, que pasea, tremolando la gran bandera pirata. Se desata la tormenta en el cuarto, que flojea pero es muy noble. Brinda Padilla a la Casa de la Misericordia. Comienza de rodillas; liga muletazos largos y mandones, en una faena clásica, reconocida con retraso por el público. Otra gran estocada desata el entusiasmo: otra oreja. Es clamorosa la vuelta, con banderas piratas y espectadores que imitan a su héroe hasta en el parche negro, en el ojo.
Le toca torear a Cayetano, esta tarde, entre un ciclón de Jerez y un huracán del Perú. En el segundo, saluda Joselito Rus. El segundo, algo suelto, le aprieta y la faena queda a mitad. Mata, con su habitual salto, a la segunda. Brinda el quinto a Padilla, hace el esfuerzo, logra muletazos suaves y una gran estocada: oreja.
El miércoles, Roca Rey cortó tres orejas, hizo bueno el cántico de los mozos: quiere ser el rey del toreo. (Lo mismo que, en su tiempo, hicieron, por ejemplo, Gallito y Luis Miguel). Recibe a pies juntos, como suele, al tercero, al que apenas pican; quita con el capote a la espalda. Acierta al brindar a Padilla. En el segundo estatuario (un pase donde no se manda), recibe un trompazo en la cadera. Enlaza los cambiados, que encandilan, con muletazos de mano baja, sometiendo la embestida. A la segunda llega la gran estocada: oreja. Tampoco pican casi nada al último, en el que quita también por gaoneras; asusta con el pase cambiado. Aunque el toro protesta y él cojea un poco, manda mucho, en naturales de largo trazo. Otro estoconazo: dos orejas y acompaña a Padilla, en la salida a hombros. En dos tardes, ha cortado seis orejas: ahí queda eso… Su valor imperturbable arrebata a los públicos.
Se ha emocionado esta tarde Juan José, al escuchar el cántico: «Padilla, ¡quédate!» Él no es un «chalao» sino un gran profesional. Tiene, además, una fuerza interior fuera de lo común. Luis Ventoso ha subrayado su significado social: «Es hijo de una España de esfuerzo y resistencia, que hoy no se estila ni se admira». Taurinamente, es un diestro de cabeza (recosida, eso sí) y de ardiente corazón; como el título de Lermontov, «un héroe de nuestro tiempo». Lo despiden de la Plaza, a hombros, los que se identifican con él, como un espejo de heroísmo.
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