martes, 5 de junio de 2018

LA CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA DE LA XXIX CORRIDA DE SAN ISIDRO

Bolívar enseña a 'Chupetero', el toro que vino a salvar el honor de Escolar


Luis Bolívar se tiró a matar a tumba abierta ANTONIO HEREDIA
El colombiano lució al ejemplar más enrazado e importante de la descastada corrida, lo toreó con poso al natural y perdió una oreja de ley con el descabello.
El cielo pintaba cárdeno como los toros de José Escolar, tormentoso como la gresca tabernaria tuitera. La posverdad del torismo pretende imponer una realidad inexistente. Ojalá fuera otra. Como la de Chupetero a última hora. Tan generosamente mostrado por Luis Bolívar, tan lucido, tan enseñado a la parroquia y, ojo, tan bien toreado en su izquierda. El poso en ella de la madurez. Y el peso de la importante embestida aun sin terminar de descolgar. Pero hasta entonces pasó el tiempo yermo de sucesos, estéril de casta y otras cosas. 
El toro de Escolar que partía plaza traía el trapío ausente. Terciado, bajo y un punto gachito. La vara de medir de veterinarios y presidentes parece diferente en esta semana. La semana del toro-toro. El tipo y tal es el argumento. La seriedad por dentro del correoso escolar en el capote de Rafaelillo. En las recias verónicas un decena de repeticiones pegajosas. Sin sacárselo de encima. Como en los doblones del prólogo de faena. No menos de diez tampoco. Reponía de tal modo que no se salía de los vuelos. Así en la siguiente serie de derechazos. Mientras duró la codicia. Que paró en seco. Del frenazo, una mirada dura. Y un desarme. Las miradas crecerían según se agriaba. Según se desentendía del engaño. La sorda lucha de Rafael no hallaba el eco. Cuando le propuso la izquierda, el toro se venció por ese pitón. Como ya había cortado en banderillas. Una última intentona diestra complicada y a matar. Un calvario de pinchazos precedió a la buena estocada definitiva.
Un zancudo y estrecho albaserrada provocó algunas protestas. Sólo algunas. Degolladito de papada y despegado del piso no decía nada. Su limitado poder no añadía a su bondadosa humillación. Más bien restaba. Una algarada provocó la presidencia al cambiar el tercio sólo con tres banderillas en lo alto. La paz la puso Fernando Robleño con suave trato. Le dejaba meter la cara para guiarlo con mimo. Hasta donde su fuerza daba. Perdió pie Robleño después de una triada de notables naturales, y el toro se quedó prendado afortunadamente de la muleta. Remontó el torero el trance y una laguna con una ronda en redondo de loable trazo. Y luego extendió la faena por demás. Antes de perfilarse, oyó el aviso. La travesía suelta de la estocada acarreó el uso del descabello. Y FR terminó por saludar una ovación a la voluntad.
La pobre nota de la corrida en el caballo no la subió el tercero, que se durmió en el peto. Tampoco elevó la presentación. Ni la dosis de la casta añorada. Luis Bolívar se puso pronto por el pitón izquierdo. Por allí al menos viajaba con inocuo recorrido. Una colada en los inicios por el derecho provocó la renuncia. De uno en uno, el colombiano sacó naturales. Perdiendo pasos, muy abierto y a la altura del toro. Que no humillaba. Desencelándose cada vez más. Cobró LB una estocada desprendida. Y el silencio mantuvo su losa.
Del mal bajío no se desentendió Rafaelillo en su última tarde isidril. Ni una rendija de luz le ofreció el cuarto -subió desde entonces el listón de presentación- con su volumen a cuestas. Volumen vacío de cualquier opción de lucimiento. Tan frenado y sin darse de verdad ni una sola vez. La pelea del matador murciano contra su destino no halló más frutos que los amargos.
Robleño le buscó las vueltas con tesón, ahínco y oficio al hondo quinto de fino hocico. Que desbarató el refrán. Arrancadas mironas, rectas, por dentro, defensivas, abruptas. Todas por el palillo. No volvió la cara el madrileño.
A última hora la plaza despertó con Chupetero. El toro más asaltillado de la corrida de Escolar. Un tío. Luis Bolívar lo toreó a la verónica con empaque y amplio vuelo. Y lo lució en el caballo. Félix Majada hizo mejor la suerte de varas de lo que picó. Un clamor que mantuvieron Miguel Martín y Fernando Sánchez con los palos. Bolívar sintió pronto el aliento desapacible, por el derecho y por arriba, de Chupetero. Que por el izquierdo regaló las más intensas embestidas de la tarde. Que las regalase es un decir. Porque Bolívar lo interpretó perfecto desde la colocación. Atalonado y macizo. Los naturales de LB fluían con peso, cintura y pecho.Madrid jaleaba al torero de Colombia. Que trazaba la curvatura del toreo. En ella, el toro de Escolar imantaba la raza de todo el sexteto junto. Sin acabar de descolgar, aminoró el empuje. Ya más gastado. Presentía el hombre el premio a las cosas bien hechas. Al poso de su madurez. Y se tiró a matar como si le fuera la vida en ello. Un salto precipitó la estocada. Como si el matador volase sin muleta con toda la fe puesta en su corazón. La espada se enterró hasta los gavilanes pero sin muerte. El verduguillo arruinó la presagiada oreja ley. La ovación en el arrastre para el toro que vino a salvar el honor de la divisa se sintió con fuerza. No tanto para Luis Bolívar. Que estuvo generosísimo para enseñar las virtudes -y tapar los defectos- de Chupetero al gentío. Que al final, de algún modo, lo condenó con su tibieza en la despedida. Olvidadizo de su izquierda a carta cabal.

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