Y 'Chaparrito' eclipsó la sangre y la gloria
Pepe Moral toreó a placer un excepcional toro de Adolfo y cortó una oreja; y El Cid cayó herido de gravedad con una cornada de 20 centímetros.
El ruedo transpiraba toda la humedad acumulada. En 31 tardes de San Isidro ningún torero había vertido su sangre en la arena. Ni una cornada. A la que hacía 32, El Cid quebró la milagrosa racha. Un toro de Adolfo Martín, el segundo de la corrida, ni exagerado ni descaradamente armado, que venía avisando, perforó certero su muslo derecho. Cuando principiaba la faena. Nada más recuperar la verticalidad desde uno de esos inicios tan suyos, en cuclillas o casi genuflexo, ni una cosa ni la otra, el adolfo lo vio, se venció y no falló. En el primer derrote, la cornada seca, el vuelo trágico. Y en el suelo lo volvió a recoger, sacudir y voltear. Como un pelele. Maltrecho y en pie, el agujero de la taleguilla anunciaba sin hemorragia la severa herida. Y luego se confirmó la gravedad. Por los destrozos musculares. Pepe Moral despachó con brevedad al toro hiriente.
La tarde quedó en un mano a mano. Entre Moral y Ángel Sánchez, que había tomado la alternativa apadrinado por el matador caído de Salteras. Llovía intermitentemente. Como embestían los toros de Adolfo Martín. Hasta que saltó Chaparrito. Que en diminutivo no traía nada. Ni por fuera, ni por dentro. ¡Qué toro! Colocó su testa veleta pronto en los vuelos de la verónica de Pepe Moral. Siempre con una humillación mayúscula, un temple infinito, una calidad excepcional. En el caballo, la alegría de su son. Y PM se encontró ante la oportunidad de su vida. Desde la dobladas, brotó el toreo a cámara lenta. Por la derecha, asentada y maciza la figura descalza del sevillano; por la izquierda, el trazo soberano y soberbio de los naturales. Intercaló entonces la mano, cuando en su zurda habitaba el paraíso, la llave y la clave para reventar Madrid. Volvería a ella con con el empaque hundido en los talones. Tan Manolo Cortés. Vaciando la lenta embestida de Chaparrito con pulso privilegiado. Un pinchazo precedió a la estocada. Y la oreja presentida rodó. La plaza pidió fervorosamente la vuelta al ruedo en el arrastre para el extraordinario toro de Adolfo Martín. Pudo ser y no habría chirriado. Como si en su día se hubiera exigido para Licenciado, Ombú o Cuba II, que no son cárdenos. Pero el presidente se enrocó. Quedará el honor para el que menos lo mereció...
Cinqueño como Chaparrito fue el toro de la alternativa de Ángel Sánchez. Bajo, muy abierto de cara y bizco, de nombre Mentiroso, 485 kilos. Datos para los amantes de las efemérides. Embistió por dentro de salida y trastabilló a Sánchez. Que se libró de la cornada porque el adolfo se enredó con el capote. Sin embargo, apuntó pronto su fijeza y su tarda condición. También su nobleza. Los primeros muletazos como matador de Ángel fueron poderosos doblones. Antes de presentar la derecha y comprobar el buen tramo descolgado del toro y su falta de repetición. El temple y la facilidad con las embestidas que se abrían. Y que perdían, al final, la humillación. La izquierda superdotada del torero dibujó los mejores pasajes de la entonada faena. Ya en su epílogo quería desentenderse el cárdeno. Saludó una ovación de aliento tras una estocada casi entera y atravesada y varios descabellos.
Fue un trago demasiado duro el veleto cuarto para el novísimo Sánchez; un bocado imposible para Moral el manso y rajado tercero; y un sorbo indefinido el último, muy sangrado, para la actitud del matador novel.
Chaparrito eclipsó todo, la sangre de El Cid y la gloria de Moral.
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