Doble Puerta Grande para Talavante y López Simón: De la serena madurez a la resurrección
Diluvió, el ruedo fue un pantano y la plaza, una locura. Salieron a hombros dos toreros. Distintos modos, diferentes logros. Pero lo dijeron todo. El extremeño, maduro, sereno y solemne; el madrileño mejorado o mejorando. Y entregado al máximo. La nobleza marcó el comportamiento de la corrida de Cuvillo. Las Ventas fue una fiesta. Como el París de Hemingway.
La marabunta enloquecida transportaba a Alejandro Talavante y López Simón de hombro en hombro. La masiva procesión desbordaba la Puerta Grande. Que se hacía embudo. Gloria a la serena madurez de Talavante; reconocimiento a la mejoría evolutiva de Simón. El diluvio entre medias, el océano, un pantano como nexo de unión. Como el marco de pórticos venteños que jalonan sus carreras. Cinco y cinco. Diferentes huellas. La salida a hombros duplicada no se daba desde la Beneficencia de 2016. Simón como protagonista otra vez. Un protagonismo compartido con José María Manzanares entonces. Manzanares inmortalizó a Dalia. Y aún se habla.
AT y LS desorejaron ayer a la noble corrida de Núñez del Cuvillo. Miento. El torero de Barajas prendió la mecha de su pundonoroso triunfo con un sobrero del Conde de Mayalde. Y luego lo amarró con un jabonero bastote de Cuvillo. La imagen más óptima como arma de seducción. Celebrada como la resurrección del muerto. Entre palos bastos y finos, los cuvillos. Y la bondad como norma de comportamiento.
Cuando sonaron los clarines, en los albores de la tarde, el ruedo aún transpiraba la humedad de las tormentas nocturnas. En la arena todavía había surcos de El Juli y Licenciado. Otra torrentera. Como la que vendría luego. Alejandro Talavante cogió la sustitución del lesionado Paco Ureña. Y ese gesto de volver a dar la cara en Madrid se lo agradeció la plaza con una calurosa ovación. Cuvillo lidiaba su segunda corrida en San Isidro. Y Talavante también. Cacareo cayó en sus manos. De tan notable reata el cuvillo. Ensillado o de lomo quebrado, bajo, de buena cara y sobresaliente y templada calidad. Las apuestas tienen recompensa. El toro llegó a la muleta sin notas especiales. Ni en el caballo ni en banderillas, cuando apretó a Juan José Trujillo hasta sacarle el aliento. El quite de Juan Bautista fue providencial. Como la providencia se apareció en el lento clasicismo de Tala. Desde la colococación al embroque. ¡Y la expresión! La faena tuvo prólogo y epílogo calcados. Genuflexa la figura, la embestida en cosida en su derecha. La serenidad como poso. Entonces y después. En la ligazón y en la despaciosidad. Un cambio de mano convertido en eterno natural catapultó un ole inmenso. Como en aquella lejana tarde de Sevilla de 2007. El toreo diestro pasó a ser zurdo. Enfrontilado, a pies juntos el inicio de una serie, cargada la suerte siempre, la izquierda talavantista fluía con delicioso compás. La reunión bellísima de quien se embraguetaba en cada lambreazo. Como si la cintura fuera a partirse siendo junco en su verticalidad. No había arrebatos. Ni guiños a la marabunta. La torería brotaba calma. Íntima.Sólo un golpe para la galería. Mirando al tendido. As usual. Y cobró en dos tiempos la estocada. La plaza se entregó sin topes y la marea de pañuelos no cesó. La misma serenidad constante de la obra de Alejandro Talavante rindió al palco. Y la Puerta Grande. La quinta de su carrera. Que ya está escrito. Probablemente, la más madura y la menos arrebatada.
A López Simón le devolvieron el toro titular de Cuvillo y le soltaron un sobrero del Conde de Mayalde. Bastorro, grandón, 600 kilos de boyanconas intenciones. Simón cogió el aire a su embestida noblota y dormida por el derecho. La templanza de pronto se rompió en un cambio de mano. El toro se le quedó debajo y lo levantó como a un muñeco. Un palizón terrorífico en el suelo. Los pitonazos silbaban por su rostro. Por el cuello. Por la yugular. Sobre el cráneo, una estampida de pezuñazos. El torero de Barajas quedó maltrecho. Retorcido como un guiñapo. Cuando lo recogieron las cuadrillas, la pálida luz de su gesto doliente asustaba. Por el boquete de la taleguilla no asomaba la sangre. LS consiguió recuperarse para volver al toro. Y seguir por el pitón que se daba. Por el derecho, o sea. La fibra para continuar se manifestó en nuevos redondos que incluso mejoraban lo anterior. Enhiesta siempre la planta. Desistía la embestida de su celo y amagaba con irse a toriles. Era el momento de matar. Pinchó una vez allí el matador. Que en el siguiente ataque se volcó a tumba abierta sobre la testuz. Otro volteretón crujió su osamenta. La emotividad del trance entregó el trofeo al pundonor. Y no sólo. La mejoría del muerto, que también ya está escrito. Esa que continuó con el último cuvillo. Decalzo sobre la ciénaga en que se había convertido el ruedo. Firme y enganchando las embestidas como nunca. Y vaciándolas. Simón mejorado. O mejorando. Por su trato, el toro fue a más. El mérito del equilibrio sobre el lodazal sumaba. Y el personal, el que quedaba, lo valoró tras la estocada. Otra oreja. Una y una para abrir la Puerta Grande de dos en dos.
Talavante había vuelto a estar a su nivel con un quinto que se dejó sin excelencias. Sobre un pantano. La nobleza de Pajarito, un tío sin dimunitivo, la moldeó Tala como si trabajase con la arcilla que sostenía su estatua. Fogonazos que no rubricó con la espada.
Cuando Juan Bautista -sin opciones en su bruto primero- afrontaba su segundo turno, se abrieron las compuertas del cielo. Su ánimo creció ante la adversidad. El fino cuvillo que hacía cuarto iba sin maldad ni terminar de humillar. Y le dio fiesta con orden y concierto. Pero pinchó y la fiesta quedó para los demás. Para Talavante y López Simón, a hombros de la marabunta.
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