martes, 22 de mayo de 2018

CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA DE LA DECIMOQUINTA DE SAN ISIDRO

Una losa de historias inconclusas

Buen natural de David Mora al tercer toro de El Ventorrillo, ayer, en la decimoquinta de San Isidro A. HEREDIA
Toros que apuntaron, toreros que quisieron. Nada rompió. David Mora dio la única (y sorprendente) vuelta al ruedo. Curro Díaz y Morenito de Aranda se fueron de vacío.
Los días isidriles de El Ventorrillo parecen unidos al recuerdo de tardes tormentosas. Y a aquella tempestad de cornadas del 20 de mayo de 2014 que acabó con David Mora gravísimamente herido y con Fortes y Antonio Nazaré también en la enfermería. El cielo encapotado de la decimoquinta corrida de feria hacía temer la lluvia. Sólo la lluvia. Por no mentar la soga en casa del ahorcado. Mora se reencontraba con el hierro de sangre y fuego. El respeto supersticioso tapaba el morboso dato. Madera, madera.
Apareció el primero. Un mazacote de toro. Tan cargado del tren delantero que el cuello desaparecía. Vuelto el pitón como corona de espinas de su basto y colorado cuerpo. No se entregó ni una vez. Se estrelló contra los burladeros arriba, se frenó en el capote de Curro Díaz y se defendió con mal estilo en el caballo. Únicamente hubo un momento en la brega de Óscar Castellanos en el que aparentó descolgar. Un espejismo antes de derrotar con violencia. Díaz prologó faena pinturero e ingenuo. El bruto se lo reservaba todo. En cuanto le ofreció la derecha, la bronquedad se manifestó. Un desarme como una sacudida. Ni por uno ni por otro lado se salía de la suerte. CD quiso en vano.
Otro tipo alumbraban las bajas hechuras del ventorrillo siguiente. Abierta y acodada la cornamenta. Morenito de Aranda voló la verónica con prestancia. Con ese toque de garbo. La media acaderada cerró el saludo de ilusiones. Prometía el toro y lo cuidó en el caballo. Bien picado. Las cosas ordenadas de la arrancada -también en el peto- se fueron disolviendo con su fondo. Morenito se dobló con él y le concedió distancia. Por la inercia, pasó en la serie de derechazos. Pero ya anunciaba que de su parte había poco por poner. Perdidos los metros, no tiraba hacia delante. Y su nobleza quedaba huérfana, allí en los medios que tanto le pesaron, de todo lo demás.
La cabeza del colorado tercero concluía una anatomía que se estrechaba por detrás. Escurrido de culata. Sus cinco años no le daban un porte cuajado. Era el primero de los cuatro cinqueños consecutivos que vendrían. Echó las manos por delante en los capotes y no se empleó con el piquero. Sin embargo, tuvo bondad. David Mora empezó con un extraño principio de derechazos dentro de las rayas. Sin sitio. Y, luego, fuera y en paralelo a la segunda de ellas le corrió la mano. Un decir en su concepto diestro. Como siempre, Mora fluyó mejor al natural. Erguida la figura, suelto el trazo. Salpicado con algunos pases del desprecio luminosos. Como el que epilogó el broche de ayudados por alto. El espectacular y fulminante zambombazo con la espada nubló al gentío para analizar su colocación rinconera. Y desató los pañuelos sorpresivamente. La vuelta al ruedo también fue una sorpresa.
Curro Díaz cobró una estocada para despenar al cuarto. Un toro de cortas manos, hondo, estrecho de sienes y cornialto. Viajaba con obediencia, sin rematar por abajo la embestida. Este martes no se remataba nada. Díaz se entendió mejor cuando no le quitó la muleta de la cara. Por la mano diestra. Sin vaciarlo porque no se terminaba de ir. Fueron tres rondas de veterano oficio. Cuando pretendió concluir el muletazo, el toro era lo que era. Pero algunos vieron más.
Al remiendo de Valdefresno, aleonado, con un abrigo de astracán en el prominente morrillo, un animal del Museo de Ciencias Naturales, Morenito le dibujó sus cosas a la verónica. En el quite también. Como respuesta a las chicuelinas de David Mora. Entonces había fe aún. Después se perdió por la falta de humillación y empuje del toraco. Sin maldad pero a su bola. La faena del torero de Aranda se extendió como un desesperado grito en el vacío.
El descarado último de El Ventorrillo se agalgaba sin barriga. Como dos toros en uno. La seriedad por delante. No le faltó intención. Tampoco a David Mora. No concluía la embestida. Que reponía ayuna de maldad. Todo inconcluso. Como el sino de la tarde. Dice el dicho, que días de poco, vísperas de mucho. O igual es al revés.
Pesó como una losa la corrida. Aun breve. Imaginen.

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