viernes, 18 de mayo de 2018

CRÓNICA DE ANDRÉS AMORÓS DE LA UNDÉCIMA CORRIDA DE SA ISIDRO

La tarde de los palos rotos

Oreja a Castella, floja corrida de Jandilla y cariñosa despedida a Padilla

Padilla
Padilla - Paloma Aguilar
Segunda corrida con el «No hay billetes» colgado desde hace días. Además de «acontecimiento nacional» (Tierno Galván), los toros continúan siendo, en San Isidro, un gran acontecimiento social, aunque Carmena y sus muchachos sigan sin querer enterarse. Por desgracia, los Jandillas deslucen casi todo. Sólo Castella logra una oreja. En su despedida de Madrid, Padilla recibe el cariño del público. Roca Rey demuestra su capacidad. 
Jandilla fue una de las ganaderías triunfadoras, la pasada temporada; ésta, lleva un rumbo más irregular: ha dado pobre juego en Sevilla pero el joven Andy Younes ha indultado a «Lastimoso», en Arles. Esta tarde, defrauda.
Clasificaba Marcial Lalanda a los diestros en tres grupos, según predominara la técnica, el valor y el arte. Al margen de los tres, a veces surge «el fenómeno» –el mismo título de una divertidísima película de Fernando Fernán Gómez–, que arrastra a la gente a las Plazas. Por razones distintas, a ese grupo pertenecen, ahora mismo, Padilla Roca Rey.
En el año de su despedida, Padilla está recogiendo todo el reconocimiento que se merece y pagándolo con triunfos. Es, sin duda, un héroe popular: para todos nosotros, un verdadero ejemplo de superación de dificultades. Sus cualidades humanas también son evidentes: sencillo, educado, cercano a todo el mundo. No es raro que lo quiera esa gente del pueblo que –como reivindica Julián, en «La verbena de la Paloma»– «también tiene su corazoncito». Además, posee un oficio bien aprendido, en muchas corridas duras, que luce más ahora, cuando le han permitido acceder a las más cómodas. El público madrileño lo recibe con una gran ovación pero su lote no le da opciones. En el primero, que flaquea, se luce en verónicas reposadas y vistosos pares de banderillas, cerrados con el violín. Comienza con siete muletazos de rodillas: se presiente el triunfo, la gente está con él pero el toro queda muy corto y la faena no cuaja. Al pinchar, se parte la espada, algo insólito. El cuarto hace honor a su nombre, «Jacobino»: es brusco, violento. (Decía Antonio Machado: «Hay en mis venas gotas de sangre jacobina…»; pero sólo gotas). Buscándole las vueltas, derriba al piquero Justo Jaén, que aguanta mucho. El banderillero Mambrú «se va a la guerra», lidia muy bien. Juan José banderillea de dentro a fuera (lo adecuado) y muestra su oficio pero el toro no le deja confiarse: es incierto, suelta arreones, gazapea, se le queda debajo. Ha tenido muy mala suerte, para su última faena en Las Ventas. 
Muchas veces ha triunfado Sebastián Castella en esta Plaza, nadie discute su profesionalidad; su riesgo es la monotonía, la sensación de repetir algo que ya hemos visto. El segundo va y viene pero no se entrega; en cuanto le baja la mano, flaquea. Lo engancha con oficio pero «Harmonía» (¿con hache?) se para: es como torear al toro de Guisando. Mata caído. El quinto barbea tablas pero en la muleta embiste suave. Después de los habituales pases cambiados, Sebastián levanta un clamor al aguantar un parón y recurre al encimismo, con embarullados circulares invertidos. Mata pronto –no bien– : oreja.
Sebastián Castella
Sebastián Castella - Paloma Aguilar
El propio empresario de Las Ventas aclaró a ABC que, en este momento, el mayor gancho para la taquilla lo tiene el muy joven Roca Rey. (Lo he comprobado yo en muchas Plazas). Atrae a los aficionados y también a los que no lo son pero han oído hablar de él. Todo el mundo pondera su evidente valor, su absoluta entrega. Va eso unido a una notable capacidad y a lo que me parece decisivo: la gran ambición y la buena cabeza, que le permite improvisar, delante del toro. (Con poca ambición o poca cabeza es difícil llegar a primera figura, por muy bien que se toree). Recibe al tercero con buenas verónicas. Comienza por estatuarios, intercala dos cambiados que sorprenden pero el toro está sujeto con alfileres. Mata como un cañón. En el último, recurre a las gaoneras. También hace la estatua, aunque el toro viene cruzado; además, sale huyendo después de cada pase, se raja por completo. En tablas, logra llevarlo cosido, en unos muletazos de mérito, y vuelve a matar bien. No ha triunfado pero ha mantenido su cartel: la gente sigue deseando verle.
La anécdota de la tarde: dos toros han roto la vara de picar y el primero, ha roto el acero. La gente se lo toma a broma: «Todo se rompe». Y un oportunista añade: «Hasta las parejas…» He recordado «la noche de los cristales rotos», en la Alemania nazi, en noviembre de 1938, con la violencia antijudía. La de esta tarde ha sido la tarde de las varas rotas: las han roto los Jandillas. Y, con ellas, muchas ilusiones del público. Recordaremos eso y el cariño con que Madrid ha despedido a Juan José Padilla

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