jueves, 17 de mayo de 2018

CRÓNICA DE ANDRÉS AMORÓS DE LA DÉCIMA CORRIDA DE SAN ISIDRO

Luis David Adame,
 a la dulce sombra 
de «Ombú»

Corta una oreja al único toro bueno de una floja corrida de Juan Pedro Domecq

Luis David Adame, en un profundo pase de pecho, a la hombrera contraria, al jabonero tercero
Luis David Adame, en un profundo pase de pecho, a la hombrera contraria, al jabonero tercero - Paloma Aguilar
Con gran pesar recibo la noticia del fallecimiento de Ramón Vila, un personaje tan respetado y querido en todo el mundo de la Tauromaquia, por el que se guarda un minuto de silencio: un ilustre ejemplo de tantos magníficos médicos taurinos –excelentes aficionados, además–, ángeles de la guarda de los toreros.
En Sevilla, los toros de Juan Pedro dieron muy pobre juego: flojos, apagados, sin emoción alguna. Esta tarde, se repite la historia, salvo en el excelente tercero, cuya nobleza aprovecha Luis David en una buena faena, premiada con un trofeo.
Dentro de los toreros actuales, Finito de Córdoba es un caso aparte. Todos los aficionados conocen la calidad de su toreo, verdaderamente estético; es, también, un gran profesional, que brilla mucho toreando en el campo. ¿Por qué no ha llegado más alto? Cada uno tiene su carácter… (Ya decía Manolete que, si Pepe Luis hubiera querido, hubiera acabado con todos). Vuelve a Madrid después de tres años, cuando está toreando muy poco (aunque conserva seguidores tan fieles como Paco Mora). El primero se llama «Ninfa», con esa moda actual, tan absurda, de mantener el femenino para el nombre de las reses: lo recibe con verónicas de su reconocido buen gusto… y el toro ya va al suelo. Se suceden los muletazos pulcros, muy compuesta la figura, pero sin dar el necesario paso adelante. Se alivia mucho, con la espada. No ha habido faena sino retales, esbozos, apuntes, pruebas… Resume Javier: «Nos hemos quedado fríos». Y otro vecino: «Como siempre, aseado pero…» El cuarto es soso, flojo, apagado. Entre el toro y el torero, el trasteo es incoloro, inodoro e insípido: la antítesis de lo que debe ser una corrida. Un pinchacito basta para que el toro se eche. El público ha aprovechado para comentar su alegría, por el Atleti, y su escándalo, por las noticias de Cataluña.
Román dejó excelente impresión con los toros de Fuente Ymbro: sólo la espada le privó del seguro trofeo. Se aprecia en él una favorable evolución artística. Sale arrollando la razón, con el capote a la espalda, y pasa dos sustos. Intenta comenzar con el «cartucho de pescao» (la suerte del inolvidable Pepe Luis) pero el toro tardea, protesta y, muy pronto, se raja. Prolonga y recibe un aviso, al pinchar sin convicción. El quinto embiste cansino, sin celo alguno: correcto, soso, sin la menor emoción. Han invadido la Plaza el tedio, el sopor, la modorra. La insistencia de Román no tiene fruto. No hace falta saber mucho para suponer que, con los miuras, será otra cosa…

Prontitud, alegría y nobleza

Luis David, el segundo de los Adame, que brilló como novillero, lucha por abrirse paso como matador. Fue el triunfador en San Sebastián. Tiene condiciones, debe ir madurando. El tercero, un bonito jabonero, se llama «Ombú»: es el nombre del árbol patrio argentino; en guaraní, significa «bella sombra», porque es el único cobijo para los dulces sueños de los gauchos, en la pampa. (Curiosamente, se discute si es un árbol o una hierba grande: aunque llega a diez metros de alto, su tronco es medio hueco). Este «Ombú» da un juego excelente, aunque no le sobren las fuerzas; embiste con prontitud, alegría y nobleza. Luis David capotea vistoso; comienza por estatuarios, logra acoplarse en series buenas, llevándolo prendido a la muleta, muy lento; intercala una arrucina; las bernadinas finales son superfluas. Se vuelca, aunque la espada va al rincón: oreja. El sexto, de Parladé, más grande, da un juego distinto, transmite cierta emoción. Quita Luis David por zapopinas. Saluda Tomás López, en banderillas. Comienza la faena con un pase cambiado de escalofrío; se entrega, buscando redondear el éxito, pero el toro se queda cortísimo; a fuerza de tragar, saca algún muletazo.
Este segundo Adame se ha ganado el respeto de los aficionados. No debe abusar de los quites con el capote a la espalda (igual que Román): recuerden la belleza de la verónica… Ha tenido la fortuna de vivir un dulce sueño, a la sombra bella de un noble «Ombú».
Postdata. Además de ilustre periodista, Mariano de Cavia –que da nombre al premio de ABC– fue crítico taurino, autor de un par de libros, «División de plaza» y «De pitón a pitón». Escribió la letra a un «Himno a la libertad taurina» que deberíamos resucitar: la seguimos necesitando. En una crónica, sueña irónicamente con un nuevo Juanelo Turriano, «que construya toros mecánicos». Haría felices –dice– a las empresas, a los públicos y a los toreros: «Sería más difícil torearlos mal y, más fácil, torearlos bien». Algunas tardes, llego a pensar que esa utopía humorística ya se ha conseguido.

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