Cogida y Puerta Grande
de Castella
en San Isidro
Magisterio de Ponce con dos mansos y confirmación de alternativa de Colombo
Al recibir con el capote al quinto toro, Sebastián Castella sufre una fuerte voltereta, parece que está herido; le vendan el tobillo, vuelve al toro, hace una faena de quietud, en un ambiente de gran pasión, se vuelca en la estocada y corta dos orejas. Sin triunfo, Enrique Ponce lidia con su maestría singular a dos mansos: uno, suave; el otro, brusco. Confirma la alternativa el venezolano Jesús Enrique Colombo.
Los toros de Garcigrande no dan el juego esperado: mansean, no son fáciles, salvo el quinto. Por quinta vez en la Feria, se ha puesto el cartel de «No hay billetes»: esta tarde, sobre todo, por ver a Ponce, en su única actuación. (¿No es jugarse demasiado apostarlo todo al albur de una tarde?).
Colombo fue el novillero triunfador de la pasada temporada; está pasando ahora el habitual «purgatorio», después de la alternativa. Es un diestro decidido y variado. Esta tarde es decisiva para su futuro. En la triste situación que atraviesa su tierra, en la que hay muy buenos aficionados, sería una feliz noticia y un consuelo su éxito: «Que saliera ahora una figura, en Venezuela, sería un premio de la lotería», me dice Gonzalo Santonja.
En el primero, banderillea con espectacularidad. El toro acude al caballo dos veces más, después de cambiado el tercio, pero se apaga pronto: es un «Fanfarrón» que, como otros, se queda en casi nada. Le reprochan la colocación. A la segunda, agarra la estocada. En el último, vuelve a arriesgar en banderillas (el par al quiebro recuerda a su paisano Morenito de Maracay), brinda de nuevo al público y se entrega por completo, pero los desarmes, de rodillas y de pie, deslucen la faena. Se vuelca con la espada.
Castella vive esta tarde las dos caras de la moneda. El tercero es un «Dardo» que no va como una flecha, cabecea, protesta. Con oficio, liga algún muletazo pero los enganchones hacen que se diluya la faena, la prolonga y mata muy mal: dos avisos. En los lances iniciales al quinto, recibe una fuerte voltereta, con sensación de un percance grave. Asume la lidia Ponce mientras se repone, en la barrera, y le vendan el talón izquierdo, herido. Vuelve al toro descalzo y vendado. (Se luce mucho Viotti). Encadena siete muletazos de rodillas, tragando mucho, que ponen al público en pie. El toro resulta ser el único bueno de la tarde, un «Juglar» que canta con la clase de un trovador. Sebastián se queda quieto, aguanta con firmeza las embestidas; cuando el toro se para, recurre al encimismo. Entra a matar «a sangre y fuego» (el título de Chaves Nogales): la emoción del momento provoca que se concedan las orejas. Después de pasar por la enfermería, sale a hombros.
Para el que sepa apreciarlo, Ponce dicta dos lecciones magistrales con dos mansos: el primero, suave, de Valdefresno; el segundo, brusco, de Garcigrande. Da gusto ver cómo estudia a los toros, cómo les da la lidia adecuada, de comienzo a fin. En el segundo, destacan unos doblones extraordinarios, que unen mando y estética; lleva al toro imantado, liga muletazos desmayados, dibuja naturales y cambios de mano; cruza limpiamente, en la estocada. No se le puede sacar más partido a este toro. En el cuarto, brusco y complicado, que le pone varias veces los pitones en la cara, le demuestra quién manda, lo lidia por la cara -como se ha hecho siempre, con estos toros- y se adorna cogiéndole el pitón, como hacía Domingo Ortega. ¿Algún otro torero hace esto, hoy en día? Me temo que no. Ver a un maestro lidiando a un toro manso es un hermoso espectáculo, aunque buena parte del público actual no sepa apreciarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario