Jesús Enrique Colombo:
«Me juego la vida en el ruedo, pero los venezolanos se la juegan en la calle»
La esperanza del toreo en Venezuela se enfrenta en San Isidro a un gran reto: confirma alternativa y 24 horas después actúa en la corrida internacional
Vivir de niño como un hombre. Vivir deprisa para torear despacio. Triunfar en España para llevar la gloria a la Fiesta en Venezuela. De su San Cristóbal natal partió en 2012 para alistarse a la Escuela Marcial Lalanda, universidad de valores vapuleada por el Ayuntamiento de Carmena y refugio de tantos chavales como Jesús Enrique Colombo. Ahí forjó su espíritu de lucha y sacrificio, después de dejar su tierra venezolana, donde con solo ocho años ya daba lances al bravo. Aunque el bravo de verdad siempre fue él.
—¿Qué impulsa a un adolescente a abandonar su país para hacerse torero en el siglo XXI?
—Todo nace por mi padre, que es matador. Desde pequeñito jugaba al toro. Y me apasionó todavía más con El Fandi, un ídolo que revolucionaba las plazas de Venezuela. Luego, con doce años, viajé a España a conseguir el sueño de hacerme un nombre, ser figura del toreo y representar a mi país.
—¿Cómo explica eso a un chico de su generación?
—Soy una persona normal, muy humilde y con un gran sueño, pero los chavales de mi edad me preguntan por qué soy tan raro, por qué no salgo, ni bebo, me entreno y me entreno...
Mientras demasiados jóvenes consumen el mar en un vaso de ron, Colombo, novel cosecha del 97, navega por las arenas de los ruedos. «Yo no salgo de fiesta, vivo concentrado para y por el toro. Es complicado explicar el toreo actualmente, hay una corriente antitaurina grande, que habla desde el desconocimiento. Cuando tengo oportunidad de mostrárselo, lo ven de otra manera. El toreo es la profesión más pura y verdadera, la única en la que que sales al ruedo, te juegas la vida y no sabes si volverás al hotel».
—Suena crudo. ¿Cómo se asimila la muerte con veinte años?
—Queriendo ser torero. Ha habido momentos muy duros... La temporada anterior, cuando pasó lo de Iván Fandiño, toreaba al día siguiente en Madrid. Superar eso no es fácil. Por eso los toreros somos diferentes: nos sobreponemos a lo que otras personas no serían tal vez capaces.
—Usted tuvo su bautismo de sangre con solo doce años.
—Sí, fue en mi país, en Mérida. Cuando vi caer sangre, no sabía ni lo que era. Entonces lo veía como un juego, pero ahora es pura responsabilidad. Los toros no dan regalos: los toros, cuando te cogen, te dan duro.
—Un novillo le partió el muslo el pasado año en vísperas de la alternativa. ¿Frenó ese percance su carrera?
—Sí, paró un poco la carrerilla que llevaba. Tenía una seguridad grandísima, y no había pegado ni diez muletazos cuando el novillo de Valencia me pegó una cornada muy fuerte. Le dije al médico que hiciese todo lo posible para doctorarme en Zaragoza, pero me dijo: «No tienes ni para un día ni para una semana, tienes para tres meses de convalecencia». Era la alternativa soñada, con Ponce y Cayetano, la tarde que podía abrirme puertas. Esa cornada me dañó... Luego, llevé la contraria a los médicos y aceleré la recuperación: al mes y medio estaba tomando la alternativa.
—Después de esa arrolladora campaña de novillero, ¿ha sido justo el mundo del toro con Colombo?
—Aquí, cuando funcionas y arreas, te haces un camino. Las figuras lo son por algo. Es cierto que me chocó no verme anunciado en la Feria de Fallas, aunque luego me llamaron para sustituir a Román. Fue una tarde imposible por el agua, pero tiramos de profesionalidad y todo tuvo mucha importancia.
—No pudo doctorarle Ponce, pero sí será el padrino de su confirmación el 30 de mayo en San Isidro.
—Admiro muchísimo al maestro, con el que tengo la suerte de compartir casa de apoderamiento. Es un figurón, un fenómeno paranormal. Pero cuando salga al ruedo solo pensaré en ser el mejor y funcionar al cien por cien
—Veinticuatro horas después toreará en la corrida internacional. ¿Entiende el toro de banderas?
—El toro solo quiere tu entrega. No ve nacionalidades, ni pasaportes, ni colores. El toreo es un arte sin fronteras.
Se hace ahora el silencio. La mirada se dirige al monumento a Simón Bolívar, bajo la lluvia de esta primavera cristalina. «Fue un libertador, un personaje mítico en mi país, un guerrero que se enfrentó a una lucha que no sabía si vencería, como un torero cuando va a la plaza, sin saber qué pasará... Ojalá pueda yo “libertar” Madrid saliendo a hombros las dos tardes», ambiciona.
—A este lado del océano, ¿cómo ve la situación de Venezuela?
—La realidad es que está atravesando un mal momento. Los venezolanos lo están pasando mal y espero que se acabe pronto, porque ningún ser humano merece la pena pasar por cosas tan tremendas, como la falta de productos básicos.
—Mientras sus padres sufren desde la distancia cuando su hijo se juega la vida en el ruedo, usted vive preocupado por la realidad de allá.
—Es un momento delicado, allá hay zonas imposibles; yo me juego la vida en el ruedo, pero los venezolanos se la juegan en la calle. Allí no se puede pasear con la tranquilidad con la que lo hacemos por Madrid. Espero que sean capaces de llevar la paz que todas las familias merecen. Venezuela es un país rico, mágico y espectacular, y me encantaría conocerlo en paz.
—¿Espíritu de guerrero o artista?
—Ambos, sé que puedo torear bien, pero en el momento que vivo me toca tirar de amor propio, ser guerrero como Bolívar y morder todos los días.
—¿Se siente capacitado para entrar en la baraja de toreros jóvenes?
—Por supuesto. Quiero ser alguien, funcionar y mandar. Encontraré el camino que busco y, si no, lo crearé.
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