El magisterio de El Juli hace historia en Sevilla: indulto, cuatro orejas y Puerta del Príncipe
Delirio en La Maestranza ante la conjunción del maestro madrileño y 'Orgullito', un excepcional toro bravo de Garcigrande
El del 16 de abril fue marcado en rojo desde que los carteles sevillanos vieron la luz. Como uno de los más cuajados. O el más atractivo. No sólo por la historia de dos toreros de época como Enrique Ponce y El Juli o el momento -un momento de décadas- que atraviesan, sino además por la mutua apetencia de la corrida de Garcigrande en Valencia. Un pleito avivado como coartada por la empresa y que acabó con Juli fuera de Fallas. En torno a la cotizada y codiciada ganadería salmantina, el duelo sevillano. Los números previos de cada cual en la Maestranza ofrecían un balance a favor de Julián: cuatro Puertas del Príncipe y 29 orejas en 40 tardes frente a una salida a hombros y 10 orejas en 57 citas de Enrique. Y, a todo esto, Alejandro Talavante como testigo encubierto -23 fechas y 16 orejas, según datos del doctor Crivell- dispuesto a no serlo. Ni testigo ni encubierto.
El Juli dinamitó el combate como un templado tsunami. Un lucky punch de órdago. Qué manera de cuajar un toro. Desde los lances de manos bajas, las chicuelinas a rastras, la muleta barriendo el albero. Todo por abajo y a cámara lenta para inmortalizar a Chumbo. De Domingo Hernández la joya negra. Alto de agujas y de cuello tan generoso como su humillación. Como su modo de darse y labrar el ruedo con el hocico. Allá hasta donde Juli lo ordenaba. Asentado, atalonado, ligado. Plomo en sus zapatillas; oro en su muleta. La bravura tamizada por la excelencia la sublimaba JL. Que había arrancado faena accidentadamente. Los cuartos traseros lo derribaron y de rodillas siguió con la improvisación de sus arrestos serenos. La derecha bordó en redondo dos rondas de temple absoluto en un palmo de terreno. El tranco de Chumbo desbordaba por la mano inmensa: en su palma, el toreo. De pronto, de repente, un natural dibujó la profundidad del mar. Un natural oceánico como presagio de las olas que habrían de brotar. Tan lento y embrocado. Como de nuevo en su diestra la lava avanzó por el camino de la verdad. Y se vaciaba por debajo de la pala del pitón. Por donde las cosas son. El broche del cambio de mano cosido al pase de pecho incendió la Maestranza. Y otra vez al natural la barrida del ruedo. El toro planeaba aún en los flecos que borraban abril y dejaban la huella de lo auténtico. En cada reunión, un monumento vertical. Como un géiser pausado. La coda, la forma de andarle el Juli, la suavidad orteguista, como cierre magistral de los últimos derechazos que pasaban por los muslos. El estoconazo brutal, en todo lo alto, así como ojedista, explosionó la pañolada. El palco rindió los suyos ante la evidencia incontestable. Dos orejas como un golpe de mayúscula autoridad. El Juli aplaudió el arrastre de Chumbo, se abrazó al ganadero en el nombre del padre y sacudió los trofeos con la fuerza de su obra inmarcesible.
Cuando parecía que no había un más allá, lo hubo. El Juli hizo historia con Orgullito. Número 35. 528 kilos. Nacido en diciembre de 2013. Indultado en las manos proverbiales del fenómeno. Orgullito se sumaba a la orla de Arrojado, de Cuvillo, y Cobradiezmos, de Victorino. Pero si el toro pronto, alegre, humillado, repetidor y bravo en definitiva, fue una pura maravilla, Juli lo potenció. Sin apretarle en las tres primeras series de derechazos, conjugando distancias y alturas, acompañándolo hasta el ataque que surgiría por bajo. Por las dos manos. La conjunción total. La muleta ya horadando la arena. La Maestranza era un manicomio. Con el toreo julista insuperable y con el garcigrande de gloria. El presidente dijo que siguiera ante la desatada petición de indulto. Y Juli y Orgullito siguieron. Imparables. Hasta que el pañuelo naranja asomó. La plaza deliraba. Las dos orejas paseó el maestro de San Blas en compañía de Justo Hernández. Aquello fue de rabo. La tarde entera de JL. ¿Para cuándo entonces? La Puerta del Príncipe esperaba abierta ya de par en par. La procesión soberbia. La grandeza de la fiesta.
Y Enrique Ponce se había estrellado con un garcigrande que venía y no se iba. Que no se salía de los vuelos. Espoleado por el zambombazo de Juli en con Chumbo, salió Ponce a por el hechurado cuarto. Otro buen toro pero sueltecito. De más movilidad que clase. Repetidor y abriéndose mucho. Como queriéndose marchar sin hacerlo. Ponce prologó con torería en el tercio. Una trinchera bárbara como postre a los doblones. La faena se desarrolló vaporosa, inteligente y en el aire. Fácil y ligera. A favor de querencia cuando el garcigrande basculaba. Nunca atada la cara, siempre suelta como sus movimientos. Los doblones del epílogo empataron con los de la apertura en plasticidad. Ya en terrenos de sol. Que fueron casi los de chiqueros en la muerte. Una estocada caída. Y una oreja.
Alejandro Talavante pasó borroso o borrado. De luto y azabache.
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