martes, 17 de abril de 2018

LA CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA DE L OCTAVA DE LA FERIA DE ABRIL

Manzanares y 'Encendido', contra la resaca


Natural de Manzanares al primer ejemplar de Cuvillo que lidió este martes en La Maestranza. ARJONA

El torero alicantino corta dos orejas con una templada faena a un toro de Núñez del Cuvillo de extraordinaria calidad; Talavante se anota otro trofeo
La resaca de la apoteosis pluscuamperfecta de El Juli como acontecimiento, más allá del indulto de Orgullito como suceso, duraba en la cabeza de la Maestranza. El terremoto con epicentro en Sevilla que recorrió España, portadas y telediarios. La excelencia brava del toro de Garcigrande y su nueva vida en el campo charro. 
Al reclamo del nombre de José María Manzanares se colgó el segundo «no hay billetes» del abono. Suyo también el otro taquillazo de Resurrección. Manzanares como alkaseltzer para el resacón. Su temple y su empaque impregnados ya en su capote. Encendido también traía la templanza prendida en su clase. En sus hechuras divinas. Esa forma de colocar la cara desde el minuto uno en las bellas verónicas que le ofrecían. JMM lo midió muy mucho en el caballo. Cuando parecía que las fuerzas no aguantarían. El tranco del cuvillo se antojaba espléndido y despejó dudas. Un quite por aladas chicuelinas de manos bajas, envolviéndose en la embestida. Talavante optó por el palo de los delantales para replicar en bonita compaña. Sin molestar. La apertura de faena desprendió torería. El trincherazo, el cambio de mano, el pase de pecho. Todo cosido. La derecha dibujó el redondo reunido a cámara lenta. Tiempo entre las series para administrar al toro. En la cuarta -con el paréntesis de una tanda de naturales jugados los vuelos- brotó un cambio de mano eterno. El más hermoso de cuantos cinceló. Ese ole ronco de Sevilla sonó entonces. La zurda de nuevo acompasó la calidad. Que se acostó un par de veces. Los pases de pecho inacabables igualaron al alza. Concluyó con una última tanda superior de derechazos, la mano de la faena. Cuando Manzanares se elevaba y se iba con la embestida. Un espadazo el la suerte de recibir fue el colofón para amarrar las orejas. Las dos. Algunas voces pidieron la vuelta en el arrastre para Encendido. Un optimismo desaforado. 
Con la Puerta del Príncipe entreabierta, José María Manzanares atacó la salida del quinto con una larga cambiada. Y otra vez el compás a la verónica. Armónicas las líneas del cuvillo, tocado arriba de pitones, un ejemplar en el más amplio sentido de la palabra, venían escasas de poder. Mimo en el peto y en la muleta. Las cosas caras que apuntaron uno y otro no tuvieron desarrollo. Pesó el discontinuo y puede que contado fondo. Un pinchazo hondo -al tocar demasiado fuerte abajo sacó al toro del carril- cortó el empujón que la Maestranza todavía estaba dispuesta a dar. 
Alejandro Talavante se sacó la espina del lunes. Un toro de lavada expresión que amagó varias veces con la fuga fue la materia prima idónea. Tardó la faena en despegar. Un trío de tandas diestras andaban en el sí... Pero a falta de algo. Lo que faltaba era ese modo de romper el viaje detrás de la cadera que su zurda interpretó. El toreo al natural de Talavante en estado puro. Desde la colocación enfrontilada, el rugido y la música. El mismo son para abrochar con la derecha. Hasta allá donde la cintura cruje. No miró al tendido en las manoletinas de despedida como había hecho en no pocos obligados pectorales. Donde clavó la mirada después fue en el morrillo del cuvillo. Y allí enterró la espada en un volapié tan comprometido que salió despedido: el pitonazo en el vientre sacó a AT todo aire. Desde el estribo, miraba la muerte. Una oreja cayó. Con fuerza se exigió otra. Bien estaba la soledad del justo trofeo.
El último cartucho de Talavante en la Feria de Abril lucía simplona lámina. Valentín Luján se libró de la cornada cuando perdió pie a la salida del par. En el suelo, la suerte y el providencial capote de Castella. Soltó mucho la testa el toro. Siempre por el palillo. Informal y desabrido. No hubo caso. Tala se encasquilló con los aceros. 
Sebastián Castella se estrelló contra un toro bajo como un zapato, recortado y corto de cuello. Sonó el estribo en el caballo. El mismo movimiento defensivo tenía el cuvillo en la muleta, que enganchó mucho. Sin salirse de ella ni cuando Castella halló la limpieza. La espada lastró también ante un cuarto que prometió pero que se apagó pronto. El explosivo arranque de péndulos se diluyó poco a poco. El tramo en el que se dio el toro pasó con entonados propósitos. Hasta el arrimón final. Aquellos lances rodilla en tierra de los albores de la tarde quedaron como un eco ordoñista y lejano. 

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