Premio al arrojo de Rafael González en
Nadie se hace rico delante del toro sin romper las reglas, sin pasar la línea de la corrección en un ejército adocenado. Rafael González, cosecha del 99, cumplió con su deber: estar en novillero. El madrileño, que había prologado con el pase del péndulo, aprovechó –con más decisión que técnica– la transmisión de un buen «Carpintero». Fue todo corazón, tanto que por momentos atropelló la razón hasta sufrir una tremenda voltereta, con los pitones buscándole en la arena. Un milagro que saliera ileso... El arrojó presidió toda la labor, con pasajes en los que intercaló una espaldina y guiños al tendido, como las manoletinas finales. Se volcó en la estocada y se ganó una oreja.
Sabedor de que tenía media Puerta abierta, persiguió el triunfo en el sexto, un toro con toda la barba con guarismo de abril del 14. Entregado, midió tiempos y distancias en series por ambos lados y acabó por luquecinas. Ni el pinchazo frenó la pañolada, pero el presidente impuso seriedad y todo quedó en una vuelta al ruedo. No es mal balance para quien arriesgó y siguió los tres cánones del novillero: querer, querer y querer. Merece más oportunidades.
No se lo puso fácil a la terna la exigente novillada de José Luis Pereda, de variado e interesante juego, con la movilidad como principal virtud y distintas notas de casta, alguno con flecos mansos y otro más bravito, sin terminar de romper al requerir un mando no encontrado.
Ángel Jiménez lo intentó, pero no lo vio claro ni con el primero, un mansito que iba y venía, ni con un cuarto con bastante que torear.
El segundo, que se arrancó de salida con un sprint a lo Usain Bolt, pedía todo por abajo para pulir su genio y temperamento, aunque obedecía a los toques de Pablo Atienza, que se esforzó a su modo. No se acopló ante el quinto, que traía un notable son no aprovechado.
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