viernes, 13 de abril de 2018

CRÓNICA DE ZABALA DE LA SERNA DE LA TERCERA DE SEVILLA

Talavante evita
el matillazo total



Derechazo junto a las tablas de Alejandro Talavante. ARJONA

Corta la única oreja con una inteligente y expresiva faena a un toro rajadito de marcadas querencias y buen estilo en la escalera desbravada de Matilla
Rompió la corrida de Matilla un toro levantado del piso pero no alto. Movido y agalgado. La seriedad por delante en las puntas. Finas como el hocico. Muy escaso el poder. Miguel Ángel Perera lo midió en el caballo. Tanto, que el segundo puyazo prácticamente no existió. Ni aun así el ejemplar charro recuperó fortaleza. No la había. Una mezcla de impotencia y genio en sus movimientos. En los derrotes defensivos. Y una guasa descarada en su derecha. Ya desde el saludo con el capote. Por eso Perera principió faena con la muleta en la izquierda. Una devanadora de tornillazos. Un par de recados diestros y siniestros. La brevedad se impuso. En la hora de la muerte, se tapaba la misma. MAP metió el brazo con habilidad al tercer envite.
La altura huesuda del segundo marcaba su anatomía. Mucha caja para rellenar. Otro de paso ligero por el caballo. Apenas nada. En quites entró Roca Rey por chicuelinas. Bellísimo el broche. Alejandro Talavante replicó a la verónica con desigual limpieza. El toro embestía condicionado por su morfología. Y su generoso cuello no aguantaba la humillación hasta el final. Ese punteo último lo trató de evitar Talavante en la faena. Un par de doblones correctores, un par de enganchones a izquierdas. Cuanto más abajo, mayor nitidez. Esto lo entendió AT desde entonces. Y dibujó tres naturales hilvanados de nota. La ligazón vino en su derecha, por donde la embestida la permitía más. Las tandas coreadas siempre se quedaban a falta de algo. Cuando parecía que la faena y la música iban a arrancar...Vuelta a empezar. No se hacía fácil sacar la tela intacta. Alejandro se desinfló con la espada. 
Asomó el pañuelo verde para el impresentable y descoordinado tercero. Al basto sobrero de la misma casa Matilla, también del hierro de Olga Jiménez, como los cuatro primeros, le cuajó Roca Rey un mandón manojo de verónicas. Mimo en el peto y un brindis sentido al maestro, a su maestro, José Antonio Campuzano. Y de ahí al mismísimo platillo. Los desafiantes péndulos silvetistas desembocaron en un cambio de mano soberbio. El bruto, que se movía como tal, quería ya irse. Tan rajado el fondo. RR, firme en la planta y en el toque, lo ató en su poderosa derecha. Pero el matilla sólo pensaba en la fuga. Basculaba cada vez más hacia toriles, arrollando por la izquierda, desarme y pisotón incluidos. Y allí terminó el peruano acorralándolo en tenaz arrimón. La media estocada suelta que se tragó entera acarreó una lenta agonía. Amorcillado contra la puerta de chiqueros y con la cerviz escondida, el uso del descabello demoró la ovación de recompensa. 
Espoleado por la brillante tarde rehiletera de Javier Ambel, Trujillo, Domínguez o Barbero, Curro Javier se la jugó con el cuarto: como una cuchilla desgajó la taleguilla el pitón cuando se asomaba al balcón. Desequilibrado por el golpe, en el suelo Curro escapó de milagro. El hachazo no caló en sus carnes por una potra descomunal. En pie y desmonterado, recogió el reconocimiento de la plaza entregada. Contado el lance, o el trance, el toro no valió nada. Ni la espera ni el acompañamiento de Perera en los inicios le insuflaron el fuelle ausente. La pérdida del engaño una vez seguida a otra desanimaron al personal; el mortecino y bajo animal ya venía desanimado de casa. 
El hondo y cargado quinto derribó el caballo como accidente laboral. Por inercia de su tonelaje más que por empuje. De hecho su fijación por escaparse ya se puso de manifiesto. A Alejandro Talavante le funcionó la cabeza para jugar con terrenos y querencias. Cerrado entre las rayas, lo cosió a su muleta siempre ofrecida. La expresión talavantista brotó. El toro la tomaba por abajo y con buen aire, más espléndido hacia los adentros. En redondo Talavante elevó el diapasón de la obra en constante crecimiento. La contundencia del espadazo fue el colofón para la oreja justamente conquistada
El estrechó y lavado último vino a confirmar la desbravada escalera de Matilla. No podía ni con la penca del rabo. Al escurrido sobrero de Torrestrella lo salvaba su pinta sarda, que camuflaba su inexistente trapío. Un violento volatín en la salutación de Roca Rey valió por los puyazos que no le dieron. Señalados si acaso. El toro pasaba simplemente en la muleta peruana. Sin celo ni terminar de descolgar. Hasta que se le acabó su escaso gas. Casi tres horas de función. O defunción de la bravura


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