Buen debut
de La Palmosilla
en la Feria de Abril
Luis Bolívar corta la única oreja en tarde de lluvia con una seria corrida
Más que la Plaza sevillana, parecía el viejo Chofre donostiarra: chaparrones, negros nubarrones, luz eléctrica desde el comienzo, sol, otra vez lluvia, parece que escampa, el diluvio… Así, toda la tarde, abriendo y cerrando paraguas. No es el ambiente propicio, desde luego, para disfrutar con una tarde de toros. El albero estaba en buenas condiciones pero no se puede decir lo mismo del callejón, embarrado: habría que hacer algo para remediarlo porque puede suceder alguna desgracia. Aquí mismo hemos presenciado grandes faenas, entusiasmados, aunque nos estuviéramos calando: Campuzano, El Juli, Manzanares… No ha sido el caso de esta tarde. Y eso que los toros han dado, en general, buen juego. Con todo respeto para los diestros que actúan, el cartel no es el más atractivo de la Feria: un joven sevillano, Rafael Serna, acompaña al colombiano Luis Bolívar y al mejicano Joselito Adame. Sólo Bolívar corta un generoso trofeo, en el cuarto.
Debuta en la Feria de Abril la ganadería La Palmosilla, con origen Cuvillo: una corrida seria, muy bien presentada, con movilidad y nobleza; varios, eso sí, con las fuerzas justas. Segundo, cuarto y quinto han sido merecidamente aplaudidos.
Acierta la presidencia al no devolver alguno, aunque renqueara al comienzo y el castigo en varas fuera escaso: en la muleta, se han ido arriba. No sabemos qué hubieran dado de sí en otras manos…
Al colombiano Luis Bolívar, sucesor de César Rincón, le amenazaron de muerte, en su país, por defender el toreo: así es el pacifismo de algunos antitaurinos… Posee amplia experiencia con ganaderías duras. El primero humilla bien pero flojea ya de salida. El diestro se muestra firme, con oficio, pero las caídas del toro deslucen el trasteo. Abrevia, como le piden, pero el toro se ha puesto gazapón. Lo caza a la segunda. El cuarto, «Destilado», tiene la calidad de un excelente brandy jerezano. Pica bien Ismael Alcón. El diestro lo llama desde el centro, lo embarca con oficio. El toro va largo, repite, transmite emoción. Suena la música por primera vez, en la tarde. Bolívar aprovecha a medias las nobles embestidas, alterna muletazos limpios con otros que no lo son. Mata con decisión, aunque caído, y el bondadoso público exige la oreja, que se concede.
¡Dios me libre de un toro bravo!
Joselito Adame, el mayor de los tres hermanos, es figura en México y un buen profesional. En el segundo, banderillea con marchosería Fernando Sánchez, muy aplaudido. (Lo repetirá en el quinto). En un rato de sol, el diestro, jaleado por un ruidoso partidario, aguanta con valor, en los estatuarios. El toro, encastado, repite, transmite emoción pero no es fácil. Adame sabe bien lo que hace, tira de la res con soltura pero prolonga la faena y acaba recibiendo dos avisos. Es un vicio actual que no me cansaré de denunciar: las faenas tienen su medida; prolongarlas más suele ser, además de inútil, contraproducente. El quinto también es de los buenos toros de la tarde, pronto y noble, aunque tardemos en verlo porque no lo ponen a la distancia justa del caballo. Comienza Joselito ligando derechazos estimables pero se embarulla y el toro acaba ganando la pelea. (¿Recuerdan la sabia sentencia de Juan Belmonte? «¡Dios te libre de un toro bravo!»).
El joven Rafael Serna forma parte de una familia muy popular y estimada, en Sevilla. Sufrió una cornada la tarde de su alternativa, en la Feria de San Miguel. Ha toreado bastante en México. El tercero sale con pies, asoma los pitones por encima de la barrera, flojea pero acaba embistiendo con suave nobleza. Serna consigue algunos naturales lentos, de buen son. También prolonga demasiado la faena. Con el brazo extendido, logra una buena estocada. El último saca más complicaciones; además, se desata el diluvio y la gente corre a guarecerse. El diestro se muestra voluntarioso.
Tres toros se han arrastrado entre una gran ovación. En conjunto, ha sido un buen encierro, aunque prefiera yo los toros con más fuerza. Lo recordaremos.
POSTDATA. En el Pregón Taurino sevillano de este año, el novelista catalán Ildefonso Falcones, se aventuró a proponer, para rebatir los alegatos antitaurinos, que, si sale al ruedo un toro manso, no se debe torearlo porque impide una faena artística y aburre al público. Como decían los clásicos, eso es un craso error. Más allá de la anécdota, es un síntoma de la actual desorientación de muchos espectadores. Por supuesto que deben lidiarse solamente reses de casta brava, no bueyes de carreta, pero, dentro de ellos, salen toros más o menos bravos. Dar la lidia adecuada a un manso encastado demuestra la maestría de un diestro y es un hermoso espectáculo, para el aficionado que sabe valorar las condiciones del toro. Con toros mansos se han consagrado muchas grandes figuras de la historia, lo hemos visto mil veces. Se trata de una cuestión básica: torear no es ponerse bonito delante de un toro manejable sino que supone lidiar y dominar al toro manso o difícil. Si no valoramos eso, caemos en el puro esteticismo y rebajamos el arte del toreo.
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