Con ambición de novillero el Juli,
en el arranque de su vigésima temporada de alternativa,
y Talavante en manos de
las musas, la imaginación y el genio.
La muleta
“rastrera”, como decían los clásicos, templado, acoplado desde el primero al
último muletazo de una faena bien tramada, El Juli puso la tarde a tono sin
esperar a más. Un primer garcigrande acochinadito, colorado y chorreado, gacho
y casi brocho. Un lindo bombón, flojito de partida, pero capaz de estrellar contra
las tablas y derribar el caballo de José Antonio Barroso, que hacía la puerta.
Se abría claramente, se soltaba un poco. En un quite por chicuelinas frontales,
de solo medio vuelo y al desdén, El Juli tuvo que reclamarlo desde los medios
hasta dos veces y en bazas distintas. La académica larga de remate fue, además
de hermosa, medicinal: fijó al toro, que galopó en banderillas y sacó en la
muleta el son bueno de los garcigrandes dulces.
El primer
toro de la temporada en que celebra sus veinte años de alternativa se lo brindó
El Juli al público desde los medios, y en los medios fue casi entera una faena
abierta con sabroso toreo andado o al paso, puesta en gobierno enseguida con
dos tandas en redondo de mano baja -una de ellas, abierta con molinete-, de aire
virtuoso en una serie clásica al natural muy despaciosa y, en fin, abrochada
con un surtido de malabarismos: toreo cambiado y muletazos cobrados con la
vuelta del engaño y no con su haz, una tanda rematada con el natural de
despedida, otra de circulares empalmados y ensartados en una cinta sinfín. La
faena se vivió con calor creciente, Nada de la frialdad obligada del primer
toro de la corrida que sea. Sino todo lo contrario. Una estocada fulminante.
Sin puntilla el toro, que se arrastró sin las orejas.
Lo que
siguió luego no tuvo mayor historia. El segundo garcigrande galopó de salida,
pero intentó saltar las tablas y las barbeó antes de emplearse en un certero y
medido puyazo cobrado por Paco María en alarde de buena monta. Del trance salió
el toro con la lengua fuera pero espabilado, tal vez dolido, un punto brusco.
Hasta que dio en encogerse y casi afligirse. Manzanares se entretuvo en trasteo
largo, plano y deslavazado. El tercero de los solo tres garcigrandes del
reparto se lesionó en un volatín completo después de picado y no dejó de
claudicar, echar los bofes y perder las manos. Talavante, severo pero gracioso
en el saludo de capa a pies juntos, tuvo la feliz idea de abreviar.
La
segunda mitad de corrida -tres toros del difunto Domingo Hernández- fue mejor
que la primera. Cualquiera de esos otros tres, apenas sangrados en varas, y más
enteros y mayores, tuvo más plaza, cara y volumen que los jugados por delante.
El sexto, además, dolido y revirado en banderillas, sacó bélico aire y, aunque
al cabo de apenas dos docenas de muletazos buscara las tablas, le dio a una
faena de gran calibre de Talavante un rigor, un peso y una categoría muy
particulares. El Juli se había desatado y casi desparramado con el cuarto de la
tarde. En versión de novillero hambriento de gloria: de rodillas los diez
primeros muletazos de dos rebeldes tandas a suerte cargada, al ataque y casi en
tromba en terrenos y distancias donde el toro, algo andarín, no pudiera ni
defenderse ni esconderse. Sin pausas la faena, a todo trapo, pero sin el
sosiego ni el asiento de la primera. Media estocada arriba. Manzanares tardó en
acoplarse con el quinto, casi 600 kilos de toro, pero lo hizo al cabo. El apoyo
de los solos de trompeta del Nerva famoso contó.
Con lo
que nadie contaba era con que a última hora fuera Talavante a darle la vuelta
entera a la corrida y a convertirse en su mayor protagonista. Tres largos
lances a una mano en el recibo, tan raros de ver, pieza casi exótica del
repertorio; verónicas de mucho vuelo y, de puntillas, la figura bien encajada;
un gran remate soltándose de nuevo a una mano Talavante. A toro crudo prendió
Trujillo un par monumental de banderillas, el que cerraba tercio. De él salió
andando como los clásicos. No clásico, tampoco del todo heterodoxo, Talavante se
pegó con el toro una fiesta irresistible. En los medios, intercalando dentro de
una misma tanda suertes distintas -la arrucina menos vertical o inclinada que
otras veces, más suelta, menos temeraria, cosida con naturales cobrados con los
vuelos, por delante y hasta el final, los de pecho en onda hasta la hombrera
contraria- y gobernando Talavante todos los viajes del toro. Todos vivos,
entregados y humillados. La continuidad, puro ritmo, fue clave en el poder
embaucador de esa feliz y breve faena, cumplida a golpes de inspiración y de
sorpresa. Solo sobró un último intento con el toro ya en tablas. La estocada
fue de las de no te escapas. Gran triunfo.
FICHA DE
LA CORRIDA
Castellón,
9 mar. (COLPISA, Barquerito). 4ª de feria. 7.500 almas, casi lleno. Soleado,
templado. Dos horas y diez minutos de función.
Seis
toros de Justo Hernández. Los tres primeros, con el hierro de Garcigrande. Los
otros tres, con el de Domingo Hernández.
El Juli,
dos orejas y una oreja.
José María
Manzanares, saludos y una oreja.
Alejandro
Talavante, silencio y dos orejas.
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