Diego Ramos es uno de estos toreros del lienzo y el pincel. Torero de nacimiento, transportó su pasión y amor por la tauromaquia, del ruedo a los lienzos. Colombiano, Diego es ciudadano y embajador del mundo taurino, su retina absorbe el mínimo detalle de grandeza que tiene el toreo, lo lleva dentro, de inmediato conecta la vista con el alma y la lleva por su sangre torera hasta la yema de sus dedos, como “Gitanillo de Triana” a su capote o Morante a su muleta.
La luz del toreo
Rafael Cué
PULICADO POR JUAN LAMARCA
Del toro al infinito
La tauromaquia es una cultura que abraza distintas artes. Funge el toreo como musa para que otras disciplinas artísticas se inspiren con la enorme diversidad de emociones y sentimientos que despierta la fiesta, desde la devoción y amor por el toro, hasta la admiración por los toreros, pasando por la inexplicable alegría que contagia el toreo cuando la conexión del ruedo al corazón del público es directa, sin raciocinio, pura emoción y sentimiento.
Así como hay hombres y mujeres que frente al toro se abandonan, llevados por un sentimiento, Dios ha enriquecido la tauromaquia con hombres y mujeres cuya sensibilidad no sólo les llega al corazón, inundando el alma de un agotador placer al ver torear, sino que les genera la necesidad de a su vez expresar lo sentido. Hay quienes tienen el don de tomar un carbón y convertirlo en muleta, un pincel y convertirlo en capote, y frente a un lienzo o papel dibujar el toreo, igualar la emoción del ruedo. Los elegidos pueden incluso, no sólo hacernos revivir aquel momento, sino aumentar su intensidad e introspección.
Diego Ramos es uno de estos toreros del lienzo y el pincel. Torero de nacimiento, transportó su pasión y amor por la tauromaquia, del ruedo a los lienzos. Colombiano, Diego es ciudadano y embajador del mundo taurino, su retina absorbe el mínimo detalle de grandeza que tiene el toreo, lo lleva dentro, de inmediato conecta la vista con el alma y la lleva por su sangre torera hasta la yema de sus dedos, como “Gitanillo de Triana” a su capote o Morante a su muleta.
Respeta al toro, que lienzo a lienzo se le presenta cualquier día, a cualquier hora, esperando el momento en que la inspiración alcance la férrea disciplina del artista, que se unan toro y torero, lienzo y pincel.
Crear sobre lo vivido, renacer y eternizar el momento fugaz del toreo. Romper las formas, que el alma sea quien traza y pone color. Su obra duele, cono un lance gitano ante el toro bravo de la creatividad. Sorprende y genera asombro el valor con el que Diego torea su obra. Rasga su alma y brota el sentimiento.
¡Qué haría el mundo sin estos genios! Genios que nos abstraen de la vulgar cotidianidad, de este modernismo vacío de valores, escaso de pasión y cada vez más deshumanizado en el sentido de reprimir lo que dicta el corazón.
En el toreo surgen genios de vez en cuando, genios que en el ruedo cambian las formas y hasta el sentir de los públicos. Diego Ramos es uno de estos genios, su sensibilidad lo tiene conectado al toreo, directo, sin filtro. Su alma y su sentir iluminan con luces de colores la ya amplia riqueza taurómaca.
Diego nos regala una interpretación distinta del toreo, lo explica sin hablar, sin escribir, se vale de trazos y colores. Aumenta la guapeza de un toro, rayándole en azul. Inmortaliza a uno de los últimos genios, “El Pana”, ensimismado con su gran habano, lidiando a sus demonios.
Rinde homenaje a los grandes, a los famosos y a los valorados incógnitos del toreo. Todos indispensables, todos igual de locos.
Diego pinta y huele a la Maestranza, vibra como Madrid y siente como La México. Placer de nuestro tiempo poder observar la obra de este genio. No hay que saber de pintura, ni de técnica ni de tendencias, para sentir la obra de Diego Ramos sólo hay que buscar que nuestra alma se deje acariciar por la retina, como lo hacen los toros buenos con el capote de los genios del toreo.
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