Triunfal mascletà de Roca Rey en la Feria de Fallas
Corta dos orejas a un excelente toro de Núñez del Cuvillo y sale a hombros
Con la «plantá» de las Fallas alcanza su cumbre la Fiesta. Luce el sol y se llena la Plaza. Los toros de Núñez del Cuvillo tienen movilidad, son muy manejables pero, como tantas tardes, justos de fuerzas: buenos, segundo y cuarto; excelente, el tercero. Roca Rey vuelve a arrollar: corta dos orejas en su primer enemigo, se lleva de calle la tarde, entre el fervor del público.Manzanares está sólo a medias, con un trofeo.
Sebastián Castella lleva dieciocho años de matador (antes, las carreras eran más cortas); muchos de ellos, ya como figura. No es extraño que domine el oficio pero ha caído en un toreo mecánico, repetitivo. En del primero, como tantas veces, comienza por alto: no parece lo más adecuado, con un toro que humilla poco. El trasteo es voluntarioso, insistente. Después de muchos muletazos, comienzan a escucharse pitos: ¡con este público, que no es el colmo de la exigencia! Mata a la segunda. He recordado cuando el maestro Cañabate decía que algunos diestros parecen funcionarios, que acuden a la oficina… El cuarto renquea un poco pero va largo, humilla. El diestro corre la mano con suavidad pero falta intensidad, en la faena. Las prisas son malas pero las pausas excesivas, también. Mata con decisión.
En Valencia, José María Manzanares es un ídolo, como lo fue su padre. Su tarde no ha sido mala pero tampoco muy buena. Va largo y codicioso el segundo, un espectacular jabonero que se llama «Agua clara» (la misma expresión que usaba Pemán para la lengua catalana). El diestro tarda en cogerle el aire. Sólo al final de la faena brilla su estética majestuosa. Entrando de lejísimos, a la carrera, como ahora hace, logra una estocada de rápido efecto: oreja. Creo que todavía no ha recuperado totalmente el sitio, después de su lesión y el parón de varios meses. En otro momento, con este toro, hubiera puesto la Plaza boca abajo. Se comprueba en el quinto, al que mide el castigo Paco María. La gente tarda mucho en entrar en la larga faena; sólo al final logra algunos olés rotundos. Mata a la segunda.
El peruano Roca Rey sigue cumpliendo su papel de joven arrollador, que logra triunfos rotundos. Aunque no todos lo adviertan, su principal virtud es lo bien que le funciona la cabeza: torea clásico y sabe bien cuándo debe recurrir a los efectismos, para encandilar al público. A su entrega se unen su ambición y su capacidad. Devuelto por flojo el tercero, corre turno y «Rosito», lucero, resulta excelente. Andrés muestra su actitud replicando al quite de Castella. El comienzo de faena es tan explosivo y tan bien calculado como una mascletà. No se trata de hacer ruido como sea, sino de transmitir emoción con ritmo, con estructura: de rodillas, enlaza dos muletazos cambiados con un natural interminable. Decía el maestro Pepe Luis que la sorpresa es uno de los componentes necesarios del toreo. Roca Rey improvisa y, por ello, sorprende. Liga tandas de naturales clásicos, con el público ya entregado. Convierte uno de pecho en un circular, levantando un clamor. Con impávidas bernadinas, concluye la larga (suena un aviso) pero bien pensada faena. Mata con decisión, algo desprendido: dos orejas. La tarde ya es suya. No logra rematarla en el último, un derrengado sobrero, que levanta una bronca, pero ya ha incendiado las Fallas. Con esta actitud y capacidad, no va a ser fácil competir con él.
Postdata. Se ha cumplido el 50 aniversario de la muerte de Pepote Bienvenida: ya retirado, en la Plaza de Lima, en un festival, sufrió un infarto, No había tenido ninguna cornada grave. Era un gran técnico pero no favorecía la estética su robusta complexión. Me contaba Ángel Luis que, en el campo, si salía una vaca difícil, el Papa Negro elegía a Pepote, extraordinario lidiador y banderillero.
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