LLEGA ENVUELTO EN SILENCIO,
VIENE EN BUSCA
DEL ESTRUENDO
DEL TRIUNFO
Manolo Vanegas, además de un par de cojones trae en el equipaje triunfos en Francia, en España y más recientemente un indulto en México envuelto en las ganas de hacerse el amo de Sudamérica. |
EL VITO
El taimado andino de las
colinas de Seboruco es una persona que se expresa en la vida, como
en la lidia lo hace el matador de toros Manolo Vanegas: en silencio, sin
estruendos ni alharacas, con disposición nítida, sincera y honesta.
Tal vez haya sido su maestro César Faraco el que colocó las primeras piedras en la formación de Vanegas. Tal vez Faraco en planas de palotes toreros trazó las primeras letras en la Escuela Taurina y le condujo por el sendero de la técnica y del oficio. Maestro además de su padre
el muy admirado Fulichán, o César Vanegas, hayan forjado que la personalidad de Manolo Vanegas se parezca más al laberinto del Cóndor en su silencio.
César Faraco, aquel Cóndor que cursó
victorioso los cielos de Madrid y las cumbres del toreo y de la vida, como en
su toreo, sólo tuvo una cara para amigos
y enemigos.
Al contrario de aquellos sus
primeros rivales, centrales y caribeños, los muchachos de Caracas y de Maracay,
que César Faraco enfrentó al inicio de su precoz vida de torero el andino de
Lagunillas.
La vida de Faraco trascurrió
entre el respeto profundo y el tesoro del silencio, y así envuelto en el silencio de las alturas donde sólo vuelan los cóndores de nuestra sierra andina, Faraco a la cumbre
como su tocayo emperador, como lo hizo Julio César cuando desplegó su muleta ante el
senado de Roma y describió su victoria sobre Farnaces II que la crónica que
Suetonio traduce y resume en: "Vine, vi y vencí” ; y, como dicen los
sabios de la historia, se utiliza
habitualmente para significar la rapidez con la que se ha hecho algo con éxito,
a la vez proclamaba la totalidad de la victoria de César que por aquellos días
tenía muchos rivales como ahora encontrará Manolo Vanegas en este su segundo
año como matador de toros. Año que, como contaba Diamante Negro, “ es el más
difícil de la carrera”.
Manolo Vanegas igual que
Julio César tuvo a Pompeyo por rival, encuentra en su camino como adversario a
otro tachirense:- Colombo le acecha en la acera de enfrente.
Es con Jesús Enrique Colombo,
con quien la afición espera se plantee la urgente rivalidad, vigorosa vitamina que necesita la fiesta en el
mundo para vivir con un corazón latiendo de emociones y, por supuesto, trasplante
que necesita con urgencia Venezuela.
No esperamos entre estos dos
buenos toreros manifestaciones afectuosas en las arenas del toreo. Nada de
abrazos, besitos, palmaditas en el hombro. Para que esto resucite y rescate su
existencia será necesario que al desplegar capotes y muletas o de izar banderillas, lleven
escritas sobre las telas lo que Julio César escribió tras la batalla de Zela,
en la que derrotó al rey del Ponto— se traduce por "Vine, vi y
vencí".
Vencer en cada tarde, como
era la consigna del gran César Girón y de su hermano menor, Curro, ases del
toreo universal que siendo hermanos fueron enconados rivales, como espera la
afición que lo sean Manolo y Jesús Enrique.
Suerte para ambos en esta
misión de rescatar la fiesta en Venezuela, en esta su primera batalla de una
guerra que se anuncia como larga, eterna, gloriosa en las arenas del toreo.
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