MANOLO MARTÍNEZ APOYÓ SU IMPERIO EN EL RETO Y LA COMPETENCIA |
Publicado por
ALCALINO, México.
El mano a mano nació de parto
natural, hijo de la estética emotiva de la lidia. Las épocas más fértiles del
toreo coinciden con la pugna entre parejas famosas, de la de Pepe–Hillo y Pedro Romero a la de Joselito
y Belmonte. Esto en España, porque
en México, la pugna Armilla–Garza
prevalece sobre cualquier otra, incluida la también crucial de Lorenzo con Luis Castro. Entre unas y
otras, hay constancia de choques no menos ríspidos que, si nos concentramos en
nuestro país, incluyen a los diversos retadores de la hegemonía de Gaona –el Meco Silveti, por ejemplo, o
los sevillanos Juan Belmonte y Sánchez
Mejías–, hasta la época más floreciente del toreo mexicano, marcada a fuego
por la gran temporada 1936–37, en la que nuestra tauromaquia se sacudió el
colonialismo hasta entonces dominante gracias al irrepetible grupo de figuras
que, encabezados por Fermín
Espinosa “Armillita”, integraban, por orden de alternativa, Alberto Balderas, Jesús Solórzano, Lorenzo
Garza, Luis Castro “El Soldado”,
y posteriormente Silverio Pérez y Carlos Arruza, ya sin tantos manos a
mano como en los históricos años 30, cuando la cifra, en el viejo Toreo, llegó
a 80.
Imposible olvidar la
contribución de los ases iberos que llegaron a convertirse en favoritos de la
afición mexicana, artistas de la talla de Manuel
Jiménez “Chicuelo” o Joaquín
Rodríguez “Cagancho”, que desde luego no fueron los únicos que dejaron aquí
honda huella, pero si los que más persistente y significativamente se enfrentaron
mano a mano con lo mejor de la torería de su tiempo, entre la segunda y la
cuarta década del siglo XX, cuando lo hizo también Domingo Ortega. Figuras hispanas posteriores, como Manolete, aportarían lo suyo, pero ya
sólo en carteles de tres o más alternantes.
EN LA PLAZA MÉXICO
Su estreno coincide con el de
los modernos usos administrativos –Camará,
Gago, Dominguín padre–, reacios a la confrontación directa en plazas
grandes, aunque pareciera desmentirlo aquel mano a mano inaugural entre Silverio y Manolete (16.02.46), parejamente triunfal, por cierto, pero que no
modificó la tendencia. Misma que los apoderados locales abrazaron gustosos,
aunque quedara margen para alguna pugna entre dos dictada por la mera nostalgia
–un Garza–Silverio o un Garza–El Soldado completamente
extemporáneos–, o por el coraje indómito de ciertos toreros –concretamente Antonio Velázquez y Rafael Rodríguez, dos llenaplazas que
nunca rehuyeron la pelea–. Al León de León y al Volcán hidrocálido se debe,
precisamente, el mano a mano más triunfal –en el recuento de apéndices– que la
Plaza México ha presenciado (27.03.49, con Torrecillas). Porque los que
esporádicamente se fueron dando interesaron más bien poco, señal de su
sinsentido. El Arruza - Dos Santos,
por ejemplo, no tuvo más objeto que amplificar el maratoniano gesto de la
pareja al anunciarse en tres ciudades distintas un mismo día (Morelia, DF,
Acapulco, 01.04.51); y nadie logró explicar la iniquidad de enfrentar a un
Armillita desmotivado y sin facultades con el radiante Julio Aparicio en lo mejor de su gran campaña mexicana de 1954… Y
así por el estilo.
Raro ha sido un mano a mano
legitimado por el clamor de la afición, como cuando se debatía sobre quién, si Fermín Rivera o Emilio Ortuño “Jumillano”,
era el máximo triunfador de una temporada arrasadora de ambos. El domingo
anterior (20.02.55) habían cortado sendos rabos. Hervía el ambiente. En esas
circunstancias, Alfonso Gaona olió
el negocio y se apresuró a anunciarlos mano a mano, lo cual, cosa rara, ambos
aceptaron sin rechistar. Incluso aviniéndose a que la corrida se celebrara en
sábado, ya que al día siguiente tenían contratos foráneos que cumplir. Falló el
ganado –flojito, de Coaxamaluca– pero la gente había agotado el boletaje y los
espadas, con tal de no defraudar la expectación, apelaron al torito de obsequio
(y de nuevo, sendos rabos, de “Traguito” de Tequisquiapan y “Lucerito” de
Ernesto Cuevas: 26.02.55). También funcionó en enero de la temporada de 1956 el
mano a mano entre el venezolano César
Girón, primera figura universal del toreo en aquel momento y la primera figura
de México entonces, el poblano Joselito
Huerta, otro par con los riñones bien puestos, como los picantes Piedras
Negras que los pusieron a prueba
EN EL REINO DE MANOLO
De Manolo Martínez pueden decirse muchas cosas negativas pero no que
le faltaran carácter ni agallas para defender su sitio en el ruedo, sin rehuir
la confrontación directa con nadie. Por algo posee el mayor número de manos a
mano en la historia de la Monumental, aunque solo fueran nueve (contra 50 de
Armillita y 44 de Garza en El Toreo de La Condesa). De sus cuatro con Curro
Rivera invariablemente emergió victorioso, el último al festejarse la corrida
500 de la Monumental (09.03.80). Sólo el bravo Antonio Lomelín le ganó al norteño la pelea gracias a su faena de
rabo al magnífico colorado “Luna Roja” de Xajay (30.03.80), lo que no quiere
decir que Manolo no haya dejado de tocar pelo en una tarde de confrontación
real, no ficticia. Antes, MM había aceptado, sin ceder un ápice, el desafío de
gallos de cresta tan colorada como Joselito
Huerta y El Niño de la Capea. La siguiente generación lo
tomó ya en pronunciado descenso, pero aun así se avino a contender tanto con Miguel Armilla (abúlicos ambos) como
con un Jorge Gutiérrez pletórico,
que literalmente lo sacó de la Fiesta (04.03.90: última corrida de la
fructífera historia taurina del as regiomontano).
Por lo demás, el mano a mano
obligado, ése que se deriva directamente de la pareja marcha triunfal de dos
espadas con capacidad para arrebatar, ha escaseado en el historial de nuestro
coso máximo. Inclusive cuando el clamor popular lo reclamaba y ni empresas ni
apoderados ni diestros respondieron, dejando perderse en el vacío las voces que
pedían el choque directo entre Huerta y
Camino (1962–63), o entre El Capea y
Gutiérrez (89–90). A cambio, la competencia auténtica fue suplantada otras
veces por meras ocurrencias, como eso de enfrentar a heterodoxos sin arraigo (Cordobés hijo–Glison, 25.12.95) o a
artistas desiguales hasta en la edad (El Pana–Morante, 06.01.2008). Por no
hablar de otros manos a mano sin pies ni cabeza, registrados a lo largo de los
71 años que la Plaza México tiene en pie.
Recuento
De los 58 habidos en la gran
cazuela, sólo 20 entre diestros mexicanos –conclusiones a cargo del lector–, el
último de ellos aquel pleito simulado entre El Zotoluco y Rafael Ortega, hace ya la tira de años (28.11.2004).
Las confrontaciones hispano mexicanas suman a la fecha 32, con seis más entre
un mexicano y un extranjero no español. Y los participantes más asiduos han
sido: Manolo Martínez (9); El Zotoluco (7); Curro Rivera (6); Manzanares padre,
Jorge Gutiérrez y Miguel Espinosa “Armillita Chico” (5); Joselito Huerta y
Enrique Ponce (4); Silverio Pérez, Antonio Velásquez, Eloy Cavazos, Niño de la Capea,
Manolo Mejía, El Juli y Joselito Adame (3); Garza, El Soldado, Fermín Rivera,
Rafael Rodríguez, Capetillo, Mariano, Caballero, Rafael Ortega, Nacho Garibay,
Castella, José Tomás y El Payo (2); hay otros 27 espadas con una sola
participación. Y de todo ese mar, muy poco quedó a salvo de la opacidad y el
olvido
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