lunes, 18 de diciembre de 2017

CARLOS CASTAÑEDA El león de Albrit



18 de diciembre de 2017

En el año de 1997 José Julián Llaguno y Luis Barroso Barona  importan vacas de vientre  de las ganaderías andaluzas de Jandilla y Torrestrella. Once  de la primera cada uno y seis de la segunda solo a Jaral de Peñas.  Llegaban a México, setenta y dos años después de la última importación de vacas del mismo origen realizada por los señores Madrazo. Cuarenta y dos del hierro de Campos Varela y doce con el de Parladé, adquiridas en Gamero Cívico.


Al ver salir el primer toro de ayer, con una sonrisa recordé con cariño a mi admirado Francisco Madrazo Solórzano. Creo yo viejo que hubiera estado usted feliz de regresar a las tierras zacatecanas donde tantas tardes de sol y frío disfruto con Pepito. Donde a caballo, caña de maíz en mano, se batía en medievales combates con su gran amigo. Pero ahora, a ver en territorio Llaguno, toros parientes de sangre de aquellos  entre los que usted nació. De los que usted fue orgulloso custodio hasta que el México social y taurino obligó un punto final a La Punta.  Al saltar el tercero de Torreón de Cañas, negro zaino como los suyos, me volvió a quedar claro el concepto que me trasmitió durante los años que disfruté su amistad. La presentación del toro es nuestra responsabilidad, el comportamiento el resultado de nuestra búsqueda. La primera se debe dar siempre, la segunda se hará presente en función del orden y la constancia de cada ganadero.
Conceptos hay tantos como ganaderos en el mundo. Sin embargo hay principios básicos, todos cimentados en la ética. El trapío correspondiente a cada plaza es uno de ellos. Para usted Don Paco esa siempre fue una bandera. La presencia de la casta sin duda y el ganadero por el toro, no por el torero, una condición sin la cual su concepto no existía. Y alguien dirá que ese fue su error. Y ese concepto así lo entendí en tantas tardes con el humo de su ocote. Gracias viejo. Siempre me lo imaginé a usted en la escena de El Abuelo de Perez Galdós, en el bar de Jerusa cuando con bastón en mano, Don Rodrigo, Conde de Albrit, ponía en su sitio al  cura, al munícipe y al médico. Recordándoles la vieja máxima de nunca olvides “quien eres y en donde estas”. A mí no se me olvida.    
El poder ver encastes distintos a los creados por las familias González y Llaguno desde 1870, ha sido un interesante ejercicio de análisis. Ya pasaron veinte años de la importación del 97. Todas las vacas nacidas y herradas en España ya están muertas. Ahora viene el resultado de la mano de los ganaderos mexicanos.  Y poco a poco ya lo hemos visto. Estoy convencido que la forma de manejar las ganaderías en México desde principios del siglo XX, aplicada ahora a un banco de genético  tan amplio como el que se importó y con muchos años de trabajo detrás, en este caso de la familia Domecq, traerá vientos nuevos y fuertes a la tauromaquia mexicana.

Carlos Castañeda Gómez del Campo.
  






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