UN DOMINGO EN LA ALAMEDA
... la fiesta tiene vida eterna |
13 de diciembre de 2017.
En el año de 1947 pintaba al fresco Diego Rivera el mural
“Sueño de una tarde dominical en la alameda central” que durante años se pudo
disfrutar en los muros del viejo Hotel del Prado, el cual fue sentenciado a la
picota el primer fatídico 19 de septiembre, el de 1985. Mural lleno de color y
de historia. Donde Rivera plasmo de distintas maneras el México político y
social de muchas épocas. Los domingos en la alameda eran un paseo que no
distinguía clases y donde se amalgamaban
colores, olores y sabores. Eso vivimos ayer en el día de la indiscutible, de
Nuestra Señora de Guadalupe. Parece que regresamos a las épocas cuando el
México social del domingo giraba alrededor de los toros. Cuando todo de
organizaba tomando como eje las cuatro de la tarde. Convocados a un esfuerzo
solidario derivado del segundo 19 de septiembre ahora de este 2017, casi
llenamos la plaza. Color y guapura, juventud y canas y escuchamos el “más si
osare” más emotivo que nunca.
La plaza elegante, el ruedo con buen gusto, sin embargo el
gusto fue el nuestro de haber podido gozar toros y toreros como ayer. La tarde
se fue en un abrir y cerrar de ojos, la emoción estuvo ahí, y salimos con el
gozo de una gran tarde de toros.
Caminando al salir del coso, solo un personaje emergía de mi
memoria: Antonio Corbacho. Lo simple de sus palabras, la explosión inesperada y
su silencio. Silencio iluminado por una profunda mirada. Y la sonrisa
socarrona. Muchos días de campo, de verlo y oírlo transmitir conocimiento y
filosofía. Entender que torear no es un ejercicio mecánico, es una externalización
del espíritu. Antonio quedó prendado de la mística Samurai. De los principios del Bushido: coraje,
cortesía, compasión, justicia, honor, lealtad y sinceridad. Y quiso imbuirlos
en sus jóvenes alumnos. Gracias Antonio, José Tomás los tiene. Con el
entendimiento de esa filosofía, ayer logró volver al torero, a el mismo, el eje del mundo. Con el toro acometiendo,
luchando, para finalmente ser avasallado por un espíritu en plena explosión.
Hasta que el toro paró y lo miró a los ojos. Solo el andar a la barrera a
cambiar el ayudado por el estoque valdría la tarde. Querido Antonio, lo
hubiéramos gozado. Como también a Manzanares y a los nuestros. Ayer Antonio,
creo que todos nos llevamos algo de tu concepto: la sinceridad. Cuando no hay
engaño, cuando se habla con verdad, cuando el honor y el coraje de toro y
torero están presentes, la fiesta tiene vida eterna.
Carlos Castañeda Gómez del Campo.
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