de las Ciudades Taurinas
en Aguascalientes, México
Reportaje que brindo a mis amigos Juan Diego de México, Arturo Magaña y Manuel del Prado "El Triste", indeclinables en la amistad y presentes en todos mis recuerdos...
Reportaje que brindo a mis amigos Juan Diego de México, Arturo Magaña y Manuel del Prado "El Triste", indeclinables en la amistad y presentes en todos mis recuerdos...
Con la
venia del auditorio y muy especialmente de los colegas que me acompañan en esta
reunión con personalidades que representan las ciudades taurinas del mundo,
deseo manifestar a viva voz mi agradecimiento al Señor Todopoderoso por
permitirme regresar a Aguascalientes, en el corazón de este querido México,
donde mi alma atesora entrañables recuerdos de la amistad y de los toros.
Dos valores
muy apreciados, y defendidos, en la sustancia más íntima de mi vida. Hace
muchos años, cuando las noticias del toreo llegaban a las playas de mi amado
mar Caribe, en el litoral venezolano, balanceadas por las olas y rebotadas en
las playas, iban desde esta ciudad a Venezuela y a todo el mundo las noticias
de los toros y de los toreros de México. Llegaban impresas en tinta olivo o de
color café, que era la divisa de las revistas La Lidia y La Fiesta en la
inspirada prosa de los primeros periodistas taurinos que conocí a través de la
lectura y que me convirtieron irremediablemente a la doctrina taurina.
Recuerdo
haber leído, como debieron haber bebido de los evangelios los primeros
cristianos, las apasionadas páginas de Roque Solares Tacubac, don Carlos
Cuesta, El-hombre-que-no-cree-en-nadie, Pepe Alamares, Don Tancredo,
"Monosabio", a Pepe Alameda que firmaba como Carlos Fernández
Valdemoro mucho antes de lo de "la graciosa huida" y, de haber visto
y vuelto a ver las fotos de Mehado, Carlitos González, Sosa, Santibáñez,
Urbina.
Aquello fue
hace unos años, que son pocos en el recuerdo pero muchos en la vida, aquí mismo
en Aguascalientes, donde viví la intensidad del abrazo gracias a mis huéspedes,
doña Nieves, Fermín y Miguel Espinosa Menéndez que me condujeron con afecto y
esa soltura que Armillita expresaba en el temple de su muleta al reencuentro,
esa línea que hay y perdura entre la realidad y la fantasía gozada en la fiesta
de los toros.
Más allá de
Jesús María, hay en Chichimeco una casa de cariño intenso, que tiene un patio
de grandes lozas, donde todavía se escuchan las pisadas del gran
"Armillita". En aquel patio, sobre esas lozas, sentados bajo el
inmenso manto de la noche mexicana, que nos arropó con el calor de la generosa
hospitalidad del señor Miguel Espinosa y de doña Nieves, la amable señora de
los ojos azules, recuerdo en el grupo de amigos al gran fotógrafo Carlitos
Isunza, a mi querido amigo y colega Adiel Bolio, los hermanos Chabola, Rafael y
Domingo, al amigo de toda la vida José Manuel Espinosa, Miguel Rivera, que era
apoderado del joven Fermín, "El Tano", el sobrino de Rovira y al muy
querido Miguel Sahid, que fue en vida mozo de espadas del glorioso maestro.
Bajo aquel cielo en la noche cálida y perfumada que cobija estas tierras
aguascalientenses desempolvamos los recuerdos confundidos con la fantasía, para
hablar de La Porra, la Libre y la Contraporra y del Jitomatero, de Garza y de
Fermín. Hablamos también de aquellos que llevaban en el ojal del saco una cinta
color solferino y que eran partidarios de Silverio. Aquella mágica e
inolvidable noche develamos los recuerdos de un periodismo apasionado y
perdido, del periodismo taurino que sentó las bases para una afición que no ha
vuelto a existir.
Los
periodistas de La Lidia y de La Fiesta eran furibundos partidarios de sus
banderas y defendían sus "ismos", como nadie lo ha vuelto a hacer.
Como un
tatuaje quedó grabado en mi memoria aquel titular de "Agarzarse o
morir", que resume todo lo que se vivió aquella época.ar y darle un abrazo a sus amigos
Era un
periodismo de emblemas. Un periodismo taurino con más posiciones que
disposición de protagonismo, donde el subjetivismo campeaba sobre el
encabritado corcel que iba a la guerra sin dar cuartel, enjaezado con el buen
uso del lenguaje y el convencimiento del absoluto conocimiento de la técnica del
toreo. Hoy la doctrina es otra, lo que se predica en las aulas de las escuelas
de periodismo es distinto. Este fabuloso Siglo XX ha sido sin lugar a dudas el
Maravilloso Siglo de las Comunicaciones. Hemos sido testigos excepcionalmente
privilegiados de la construcción de la aldea global, convirtiéndonos, gracias a
la red, en vecinos próximos.
La
globalización es un hecho, no cabe la menor duda. Gozamos de sus ventajas y
padecemos sus defectos, en los acontecimientos cotidianos. La globalización
está presente y afecta el ir y venir diario de las cosas. Va tan de prisa la
globalización, se hace tan chica la aldea global, estamos tan próximos unos de
otros, que siento que hemos dejado atrás rasgos importantes de nuestra
personalidad, porque pusimos de lado el querer ser, dejándolo aplastado por el
querer tener. El salto que se ha dado ha sido temerario por sus consecuencias
inmediatas y el periodismo no se ha escapado de ellas. Mucho menos el
periodismo taurino, singular habitante del mundo de las letras, galán de las
páginas que describen el alma de la Fiesta, unidas por la epopeya, la aventura
y el romance, en la esencia de un espectáculo anacrónico que se mece y navega
con los mismos contrastes de los claroscuros de los aguafuertes goyescos, en la
red de la información.
Digo esto
porque, sinceramente, creo que tenemos como ningún otro periodismo los
elementos para defender los bastiones que sostienen el alma de la Fiesta. Debo
explicarme en beneficio de defender mi idea. El alma de la fiesta, queridos
amigos, no es otra cosa que el alma de los pueblos. Es una definición robada,
una frase que le hurté a un amigo allá en mi tierra una tarde calurosa y
húmeda, como son las tardes agosteñas en Maracay, bajo el tupido techo del
follaje de los samanes aragüeños. Debajo de aquellos colosos de la sabana,
abrazados por el calor de un aire húmedo impregnado de la más tropical de las
fragancias, que es la del olor de la sabana, me decía José Casanova Godoy,
mortalmente herido por las muelas del imbatible cáncer, que quería que le
contara en un libro la vida de la plaza, el cuento de la Maestranza de Maracay,
que es la narración de la esencia del toreo venezolano, donde, además de la
historiografía taurina de la Ciudad Jardín, se descubriera el alma de la plaza.
Y el alma
de la plaza no es otra que la comunicación que hay, y que debe haber, entre el
público de esa plaza en particular y el torero. La reacción que salta de este
choque es el alma que se eleva con las virtudes descubiertas, o que se hunde
abatida por la degradación. El aura de ese espíritu ha sido la incomprensible
simbiosis entre Sevilla y Romero, la que vivieron Silverio y México o la que
viven Madrid y Antoñete, a pesar de todos los años.
Ya lo
anuncia José Cadalso en sus "Cartas marruecas", cuando comprende que
el humorismo del Molière de los franceses no tiene cabida en el entendimiento
de los españoles, lo mismo que la tortilla a la francesa en nada se parece a la
española. En el toreo, como en el humor y en la gastronomía, se necesitan
antecedentes para que la cosa tenga chiste, sabor y pellizco.
Las plazas
de toros son mundos maravillosos mientras no se contaminan con las malas
compañías de las imitaciones. Cada arena es un pequeño polo que gira alrededor
de otro polo mayor. En la sociología comunicacional contemporánea, los
estudiosos definen esta situación con el nombre de "polarización"; y
los que siguen paso a paso la carrera hacia la globalización, hablan de la
necesidad de la multipolaridad. La multipolaridad existe en el mundo taurino y nos
ofrece a los comunicadores sociales la gran alternativa para no caer en la
tentación, ni en los pecados de la globalización.
Actualmente
existe en el Internet una polémica alrededor de la actuación de un buen amigo
nuestro, de la mayoría que estamos en esta reunión internacional una polémica
entre los usuarios de la red informática que tiene que ver con el rol de
comentarista del matador de toros Roberto Domínguez. Situación que viene como
anillo al dedo, porque sirve de fresquísimo ejemplo, Roberto Domínguez participa
junto a Fernando Fernández Román, como comentarista en las transmisiones de las
corridas de toros de Televisión Española. Roberto, como todo comentarista,
crítico, narrador o periodista, tiene defensores y detractores. Unos y otros se
han manifestado con vehemencia en el Internet, esgrimiendo, de lado y lado
conceptos que consideran ortodoxos y válidos como base y sostén de sus
argumentos.
Lo que
encuentro más interesante en la polémica y que tiene que ver con el tema de la
globalización, es la marcada tendencia a dogmatizar y encorsetar los conceptos
del toreo, y aquí, precisamente, es donde quiero llegar, porque creo que nos
tiraríamos por un precipicio muchas conquistas en la evolución de la Fiesta si
pretendiéramos homogeneizar el criterio universal del toreo.
No quiero
decir con esto que esa sea la posición de Domínguez, quiero decir que a
Domínguez lo miden con una cinta métrica de absurda rigidez.
No hay duda
que el gran atractivo de la Plaza México, por ejemplo, está en la pasión de su
público, en Sevilla destaca su sensibilidad y en el Madrid de las tardes de
triunfo su entrega absoluta. Y en Pamplona son felices los mozos de espaldas al
redondel y con la cara al pico de la bota de vino. Cada situación se mira y se
juzga de manera diferente en México, Sevilla, Pamplona o Madrid.
Creo que si
trasladáramos cada situación a uno de estos escenarios, provocaríamos
reacciones muy distintas y unos censurarían a los otros. No quiere decir esto
que unos tengan más razón que los otros, ni que los otros no sean tan buenos
aficionados como aquellos, o que unos y otros no sean tan exigentes, o, para
terminar, que unos u otros gocen más del espectáculo. No pretendo ni intento
meterme en aquella vieja discusión de si los públicos van o no a los toros a
divertirse, sucede que, ¡Gracias a Dios!, los taurinos somos distintos, tan
distintos mientras las malas influencias no logren desbaratar nuestros propios
criterios y nos obliguen a actuar a los unos igual que los otros y terminemos
sin parecernos siquiera a nosotros mismos.
Es oportuno
referirme a la posición sostenida por los colegas mexicanos en sus distintas,
defendiendo los valores de la fiesta mexicana. Posición calificada de muchas
cosas, pero todos sabemos que fue saludable en los momentos que un estornudo pudo
convertirse en pulmonía para el toreo mexicano.
Para
finalizar, pacientes amigos, quiero decirles que la vulnerabilidad de la fiesta
de los toros depende de los flancos que dejemos descubiertos y que no seamos
capaces de defender por distraernos en luchas intestinas.
La
globalización es mucho más que escribir e informar sorteando océanos e inmensas
cordilleras para abarcar un impensable universo de receptores. La globalización
es el arma más adecuada que han encontrado los enemigos de la fiesta de los toros
para penetrar a la sociedad y ordenarla en contra nuestra. Se trata, amigos, de
una ineludible realidad, no es una equivocación; el error está en pretender,
como comenzamos a verlo en la globalización de la crítica, la información y de
la reseña, en hacer un periodismo aséptico, como es la marcada intención de los
navegantes del ciberespacio. Aquí es dónde la posición del periodista
especializado en el espectáculo taurino debe ser valiente, el cronista de toros
dejó de ser aquel inefable juez que exaltaba una figura o decapitaba una
carrera, con el título de una crónica.
Ahora tiene
que ser un profesional moderno, capaz de usar adecuadamente las herramientas de
la cibernética y colocarlas en defensa de los mejores intereses de la fiesta.
En la red tenemos todo el espacio, pero si lo invadimos sin brújula seremos
náufragos sin salvación.
Hoy nos
leen, nos juzgan, están atentos a todo lo que hagamos, millones de lectores.
Llegamos mucho más allá de lo que imaginamos podríamos llegar, hagámoslo con
ética y dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario