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Silverio Pérez y Fermín Espinosa "Armillita", dos amigos dos pilares del mexicanismo taurino y en medio sus familias. |
EL VITO
En homenaje a Miguel, y como brindis a su hermano Fermín y su hijo, el sobrino de Miguel hoy con la posta de relevo en sus manos.
México como ahora Venezuela, también ha
vivido momentos en su historia política que de haber carecido de afición la
Fiesta de los toros habría sido borrada de su cultura.
Basta recorrer los caminos de la historia para
darnos cuenta de esta realidad, como aquella época cuando don Antonio Llaguno y
su hermano José Julián invirtieron todo su dinero para irse a España cuando en
México estallaba una Revolución exterminadora de todo aquello que oliera a
hispanidad. Los Llaguno viajaron a comprar vacas bravas. Luego, cuando
regresaron, evitando invasores y esquivando asesinos escondieron en sus casas
en Ciudad de México sus vacas, llegándose a dar la casualidad de en Ciudad de
México, el mismo día y en la misma habitación nacieron Ana María, hija de don
Antonio, y una vaca de San Mateo pura de Saltillo…
No sólo sus ganaderos defendieron la
fiesta, también sus toreros y su apasionada afición como lo demuestra el
siguiente relato que hoy les brindo a nuestros pacientes lectores y lo hago en
homenaje del querido amigo Miguel Espinosa, su hedrmano Fermín y su sobrino que
hoy defiende los colores de Chichimeco en las plazas de toros del querido México.
Les cuento, amables lectores que ha
sido publicado un libro que sirve de bisagra a dos generaciones del toreo
mexicano. Con el llamativo título de Silverio se unen los que llevaron la
pasión inaudita de los tendidos del viejo Toreo de la Condesa, a los amplísimos
escaños de la Plaza Monumental México.
A la entrada del tendido en la Plaza
México, el pincel de Ribelles inmortalizó a los hermanos Carmelo y Silverio, de
"los Pérez de Texcoco".
Apasionantes ambos, que le dieron un
vuelco a la fiesta de los toros mexicana.
Guillermo Cantú, un autor que es muy
conocedor del sentido del toreo mexicano, es también, por la ideología
expresada en sus libros y artículos, hombre muy polémico.
La intención que envuelve Silverio no
es diferente a la de su anterior trabajo, Muerte de Azúcar, contribución y
búsqueda de una explicación a la expresión racial al toreo sensual.
Leí la obra de Cantú durante mi estada
en Chichimeco en el rancho de Miguel Espinosa Armilita Chico. Tras andar el
camino escrito por Cantú, viví la oportunidad y el privilegio de acercarme a
los hermanos Carmelo y Silverio de la mano de la narración de anécdota
brillantemente recordada por Carlitos Izunza —fotógrafo de los inmortales— y
por Miguel Sahid, un armillista hueso colorado, quienes fueron testigos y protagonistas
de los días de la gloria de los toreros de Texcoco en la Ciudad de México. Tal
vez los mejores días del garcismo militante, enfrentado al armillismo. Eran
aquellos días del terreno abonado para que Carlos Quiroz,
"Monosabio", lanzara la máxima guerrera taurina de: "Agarzarse o
morir".
Más tarde en el tiempo y en la pasión
de los corazones aparecería entre los monstruos el torero nahuatl, Silverio
Pérez.
Los gigantes en pleito se habían
declarado la guerra tras el pacto de San Miguel Texmelucah. Era Tlaxcala contra
Zacatecas.
Silverio llegó al toreo con la misión
de a recoger la herencia que había dejado intacta su hermano Carmelo. Muerto
tras largo, doloroso y penoso calvario que padeció tras las espantosas cornadas
inferidas por Michín de San Diego de los Padres. Cornadas que como cuchillos
penetraron el cuerpo del texcocano, inerte sobre la arena del Toreo de la
Condesa en la Ciudad de México.
Contaba Miguel Sahid que los
silveristas cuando iban a la plaza y para diferenciarse de los rivales garcistas
y armillistas, y para identificarse con su ídolo Silverio, llevaban prendida a
la solapa del paltó, o prendido del pecho de la camisa, una cinta de color
solferino - rosa mexicano -, para sin necesidad de gritarlo decir que estaban
con El Compadre, que eran del partido de Silverio Pérez; porque los que
gritaban y se peleaban en los tendidos eran los armillistas y los garcistas,
militantes furibundos de las peñas La Porra y la Contraporra, que capitaneaban
"El Jitomatero" y "El Zángano".
Silverio Pérez fue torero de grandiosa
irregularidad, desacertado e inspirado, estaba prácticamente acuñado entre
Armillita y Garza con su insolente indolencia en su expresión de indio en el
torear... De esa conexión es que trata la obra de Cantú; y el autor busca en
cada línea y en cada párrafo las raíces raciales de la expresión que
difícilmente —tal vez sólo Andalucía— sea entendida en otro rincón del universo
taurino.
Al alimón con la obra de Guillermo
Cantú leí la recopilación de las crónicas de Carlos León, quien en el diario
Novedades de México creó un estilo epistolar —muchas veces mal imitado— para
narrar sus reseñas y crónicas taurinas... Estilo avinagrado, hiriente,
sarcástico, de profundos conocimientos taurinos el de Carlos León Quezada, que
mucho antes de que apareciera la tesis de Guillermo Cantú, se opuso
rotundamente "a eso” que calificaron como la expresión taurina mexicana, y
que ha sido muy alimentada por el periodista Francisco Lazo, responsable de la
información taurina del influyente tabloide Esto.
Aún vibra en el ambiente periodístico
taurino mexicano otro cronista, este ya desaparecido, muerto en un trágico
accidente aéreo y que llenó de dulce mexicanismo sus sabrosas cuartillas. Me refiero
al yucateco Carlos Septien El tío Carlos. Silverista apasionado este poeta de
la crónica, como también lo fuera de Carlos Arruza, dos de los toreros que
Carlos León convirtió en dianas para los dardos de la avinagrada crítica.
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ARMILLITA Y SILVERIO...ETERNAMENTE AMIGOS |
Los escritores y los periodistas, los
aficionados y las peñas, vivían en México con la pasión de sus toreros. Eran
cada latido de aquellos corazones que le dieron vida y presencia a lo que
califican los que narran la historiografía de la fiesta como la Edad de Oro del
Toreo en México. Al vivir y escuchar revivir el apasionante remolino de la
polémica taurina, comprendí el porqué de las raíces tan hondas en el toreo
mexicano; y vi que para llevar pasiones y masas a los tendidos, hay que
distinguirse con divisa solferino.
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