Juan Belmonte. don José Bergamín y Gallito |
El arte
es un concepto en constante evolución, pero podríamos decir que es una
manifestación propia del ser humano, que persigue expresar sus emociones y
transmitirlas con un creciente componente
estético, en la medida en que vaya desarrollando su intelecto y afinando su sensibilidad.
Desde los
albores de la andadura del hombre sobre la tierra, la Tauromaquia ha estado
presente, como lo evidencian pinturas
rupestres de hace veinte mil años; al evolucionar la humanidad se inicia la
transición en torno al toro, para pasar del carácter utilitario y mítico al
sentido artístico, proceso siempre inconcluso pues la imaginación no tiene límites, pero que ya constituye componente esencial del toreo de
nuestros días.
La Fiesta Brava
siempre ha sido fuente de inspiración para todo un conjunto de manifestaciones
artísticas, pero ahora también ha
llegado a ser arte en sí misma. Esta
esencia de la Tauromaquia, logra
transformar el valor en expresión estética, rodeada de peligro, tragedia y muerte. Octavio Paz, el
mexicano Premio Nobel de Literatura 1990, definía el toreo como poesía en
movimiento, en la que el peligro alcanza
la dignidad de la forma y la forma la veracidad de la muerte.
En la Edad
de Oro del Toreo, la creciente importancia asignada a la capacidad del toro
para humillar, permitió buscar ritmo en la embestida, lo que a su vez hizo
posible prolongar el muletazo; de la
sucesión armónica de este accionar surge
la cadencia y entonces mágicamente aflora la música callada del toreo, apelativo fruto de la inspiración de José Bergamín.
Ciertamente, habría mucho que decir sobre la
tauromaquia, pero en la medida que fortalezca su compromiso con la estética y
promueva la exaltación del espíritu, perdurará a través del tiempo, pues el
arte tiene propensión a eternidad.
Eduardo Soto, A.T.T.
20092017.
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