Como dicen los meteorólogos, cuando un evento empieza a declinar o perder fuerza. ‘Estamos entrando en la colita’ y pronto todo volverá a la normalidad conforme pasen los días con su cobija del olvido, y por ello antes de que el tiempo nos presente esa cara, no podemos o más bien si se podría, aunque no se debe, darle cambio a la página dramática mortuoria que protagonizó Rodolfo Rodríguez ‘El Pana’ y al cual ahora lo estoy viendo como un hombre, más bien como unas cenizas con las que muchísima gente está en deuda y eso porque que no le han pagado siquiera con un ¡Gracias Pana! Porque con tu agonía pudimos treparnos a tu calesa los últimos 33 días y exhibirnos gracias a tu viacrucis, en el aparador multitudinario de las redes sociales, de los portalillos de baja monta, de las paginillas que quienes creen que con auto publicarse ya son ‘periodistas’, y del uso que permiten algunos medios al darle abrigo a los de medio pelo pa’ abajo, sitios éstos en donde destilaron y derramaron cuantas palabrejas se les ocurrieron; de las melcochadas a la atolondradas, de las nauseabundas a las patéticas, aparte, de ponerse la etiqueta de ‘amigos de ‘Rodo’, la mayoría de los que sin haberle conocido en persona, solo por haberlo visto en la plaza o si acaso una coincidencia en algún acto social, donde se le acercaban y le estrechaban la mano, y hasta se la besaban, mientras como él decía con la otra resguardaba la cartera, y en otros casos sin saber siquiera que existías. Hasta que se convirtió en noticia viral y con la mayor de las desfachateces se dijeron ‘de aquí somos’ y venga un cruzado muchachero por la hermandad que nos une.
‘El Pana’ era un hombre de
trato y de destrato muy disparejo desde hace 50 años, siempre viendo primero
pa’ su menda y por eso no dejaba pasar una oportunidad de hacerse presente,
pues él comulgaba con aquello de ‘Santo que se deja ver y sentir, terminara por
ser adorado’ y lo que son las cosas, ahora que se le presento la cruda realidad
de su epílogo se convirtió sin proponérselo
en una amerengada turronada de rimbombancia innecesaria, la que lo mantuvo
vigente por más de un mes, e insisto, no sean ingratos, a los que les quede el
saco o la chalina, los que malabarearon palabras, denle las gracias, ¿cómo?
pues como puedan y una manera, ahora que
ésta vorágine está entrando como el tren
de Apizaco en el olvido, pues mantengámonos en silencio que es prudente y eso
ya es una forma que nos permitirá estar en paz con nosotros
mismos, no porque él ya no es él, y no le viene nada, ni siquiera eso de que descanse
en paz, porque los muertos son eso, son muertos, son pasado, que no alcanza
presente, él ya está donde está, ¿y
quién sabe? si siguen sus cenizas prisioneras en la urna o si como él que
quería, ya lo liberaron en las praderas ganaderas tlaxcaltecas y en la arena de
la plaza que lleva su nombre allá en su tierra, aceptemos la realidad, la
muerte no es más que el paso de estar vivo a estar frio y de ahí al estuche o
al microondas y no como dicen algunos
que ‘El Pana’ se fue de minero al infierno que porque ponía apodos a sus alternantes y a los empresario como el ‘Dr. Ganona’ o el ‘Dr. Satanás’ otros dicen que se fue de
astronauta a torear al cielo con todo y su sarape de Saltillo. ¡Pamplinas!
Por cierto en alguna ocasión leí un libro en el que
explicaba la diferencia entre ser una figura del toreo, un mandón, un torero
interesante y uno popular, los invito a hacer este ejercicio tomando en cuenta
al toreador referido y díganme ¿si hay razón pa’ poner al ‘El Pana’ en el mismo casillero donde
están Gaona, Belmonte, Manolete? Hablando de esas cosas de la vida y de la
muerte les sugiero leer un libro que
recién acaba de hacer el paseíllo cuyo título es: ‘La eternidad no tiene
futuro’ de Enrique Berruga Filloy editado por Planeta.
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