GENIOS DEL TOREO
FUERA DE LA ARENA
EL VITO
Éramos un grupo que por
invitación de don Manuel de Haro acompañábamos a “Antoñete” a un tentadero de
Apizaco, allá en los viejos predios de La Laguna. El frío calaba, y uno de los
aficionados pidió prestado a una dama una piel de zorro que con que ella se resguardaba de aquellos
vientos que como navajas heladas cortan la piel del forastero.
-Creí que se trataba de
aficionados prácticos, escuche decir, más bien se trata de
afeminados
prácticos, confirmó.
-Es El Pana, me comentó
Jorge de Haro González. Era entonces Jorge un niño que le pedía “las tres” a su padre,
quien comentaba cosas de toros junto al maestro Chenel resguardado en una de
aquellas troneras que en Tlaxcala hacen funciones de burladeros.
Aquella fría tarde conocí a
Rodolfo Rodríguez “El Pana”. Entonces ayudante en la panadería de Apizaco y
como no sabían su nombre lo distinguían como “El Pana”. Un nombre que se
repetiría en la fiesta más por su enfrentamiento a
quienes entonces eran los dueños de la fiesta, como Manolo Martínez que por sus excentricidades, valor o torería.
Enfrentamiento que el rebelde maletilla extendió a Eloy Cavazos y a Curro
Rivera recurriendo a la prensa como tribuna. Una tribuna que le duró muy poco
porque el veto fue total. Veto de años, que perduró más allá de la muerte de
Manolo o del adiós de Eloy y de Curro Rivera.
Las ocurrencias de “El Pana”
son enciclopédicas, pero las últimas, sobretodo el brindis a las furcias,
meretrices, cortesana, lumiascas, pelanduscas, o hetairas aquella tarde de Rey
Mago, el toro de Javier Garfias, en la plaza México que lo sacó de su retiro
instantáneo, para ponerlo en los escenarios de los shows de la televisión, como
ocurrió con aquella famosa entrevista con El Loco de la Colina que tuvo cobertura
y repetición universal y lo ubicó en España donde apenas era una referencia.
Hasta esa fecha.
Más allá de “”El Pana” en
los toros hay muchos personajes que destacaron por su inteligencia u
ocurrencias, como sucedió con el inolvidable Enrique Bernedo “Bojilla” que
puede llenar páginas infinitas con respuestas a episodios tragicómicos de la vida real, que él, sólo él, era capaz
de convertir en comedia como ocurrió el día de la Misa de Difuntos en la
iglesia de la Calle de Goya de Madrid, cuando el párroco balbuceante y
descolocado intentó decir un obituario por el descanso del alma de Curro Girón,
que Bojilla le tomó de un brazo, le hizo bajar del púlpito para ocuparle él y
comenzar su propia homilía diciéndole al cura “¡Por favor! ¿Con qué derecho
habla usted de quien no conoció?
Han sido muchos, porque el
toreo además está lleno de gente creativa, inteligente y única como aquel amigo que descubrió una
tarde tempestuosa en México, junto a mi hija Ana María que cumplía 15años y lo
celebramos, entre otras actividades yendo a la Monumental a ver una novillada. A
la tormenta, enviada por Tlaloc, el dios de la lluvia , la esquivamos en El
Ruedo, una fonda vecina a la plaza grande.
Allí entre una cuba y otro taco descubrí gracias a Manuel del Prado “El
Triste” a quien por los restos sería amigo y confidente: Jesús Muñoz “El
Ciego”. Hombre de estampa frágil, sonrisa fácil y mente ágil para llenar y
rellenar todas las historias. Comendador de las causas justas en beneficio de
los toreros necesitados, aquellos excluidos y maltratados por la vida.
Empedernido fumador, enamorado irrenunciable y sincero amigo. Hombre de
descuidada barba y cabellera desordenada que todo lo ocultaba tras gruesos cristales. Sobre
todo, torero. Como periodista imaginativo y creador de un género que
desapareció con él. Su estilo, su género se apagó como su luz, como se apaga el
esplendor del sol en los atardeceres ocultándose en la noche eterna.
Luis Cuesta, periodista
moderno y de mente abierta, como se abren los horizontes en las luminosas
mentes de los Cuesta, decía estar convencido que “… Don Jesús habría sido también el as de haber
vivido esta “revolucionada” época en que todo cabe en 140 caracteres porque
era, además, un genio taurino”.
La vida de El Ciego recorría
el cuadrilátero de mis primeros días en México, e decir entre las calles del
Centro de México, lejos de la Zona Rosa y muy cera de Isabel la Católica y
Bolívar. Calles de calladas candilejas, como Luis Eduardo Maya las llama y califica
de nocturnos reflejos del hoy viejo oro del cuartel general de la gran
época del Toreo, el café taurino. Territorio que hoy le pertenece a mi fraterno
amigo Arturo López Negrete “El bardo de la taurina” y que se extiende entre el “Tupinamba” hasta el “Cantonés”. De “Campo Amor” a “Do Brasil”, ahí
justo donde “El Ciego” era, sin trampa o cartón, la gran figura.
La vida de “El Ciego”
inspiró a Luis Spota en “Más Cornadas da el Hambre”, una novela taurina en
la que, podríamos decir, aparece Don Jesús en dos “papeles”, como “Pancho
Camioneto” y como él mismo. Fue modelo también para Jorge López Antúnez en “El
Zopilote Mojado”, donde aparece también como él mismo en la segunda parte de
los relatos. Ahí donde aparece su cueva, su desordenado orden y el ya referido
don de mando.
Fue poeta. Escribió versos y
corridos inspirados en la magia de algunos matadores Igualmente, fue un agudo
poeta costumbrista, letras vivas suyas son las que escribió dedicadas a Carlos
Arruza, Si yo fuera torero, Juan Silveti, entre otros. Un declamador sin igual,
del que gocé al escucharle, en ocasiones hasta diario, interpretar ya fuera
palabras de su inspiración o de artistas como García Lorca. Y un conversador
que tenía tema para todo.
Su creatividad, honesta
bohemia y la sinceridad en las formas de recibir los ataques de la vida lo
hicieron muy amigo de Manolo Chopera, quien le recibió en Madrid y lo atendió sólo
como Manolo Chopera, el empresario más grande de la historia de los toros, pudo haber tendido a quien admiraba y respetaba.
Nada que ver con El Pana,
mucho menos con El Ciego, entre estos hombres ingeniosos con los que he
convivido como taurino está Ángel Escobar “Bola de Nieve”. Mozo de espadas de
los hermanos César, Curro, Rafael y Efraín Girón. Con aspecto de mambí, el fieltro del sombrero
a un dedo de la ceja, una guayabera por uniforme, la anécdota rematada con un
fandango que rompe a flor de labios hacía guardia diaria a la entrada de la
arepera detrás del Nuevo Circo. Cada mañana muy temprano se paraba en la esquina,
con su guayabera manga corta y sombrero de ala ancha.
En aquel rincón que arrasó
la transfiguración de la ciudad, Ángel Escobar le brindaba diario homenaje con
su historia fabulada exaltaba la grandeza a los ángeles del toreo de capa,
convertidos en mito y leyenda. El vallisoletano Fernando Domínguez, del que
juraba se levitaba cuando toreaba; y del mexicano Alfonso Ramírez El Calesero,
que asegura haberlo visto hundirse hasta los hombros y tocar con la planta de
sus toreras zapatillas el corazón de la tierra.
— Los toreros de hoy día no
saben nadar en lo hondo, lo decía sentencioso, mirando sin mirar, perdiéndose
sus ojos llorosos de negro viejo en el vacío. Chapotean en la orillita y se
ahogan.
"Bola de Nieve" siempre estuvo al
lado de César Girón. Sobre todo los días más difíciles, cuando Girón era
insoportable hasta para él mismo. Clavado en su sitio estaba el negro en esas
horas de angustia que viven los toreros, sólo acompañado por los miedos, que
son muchos, antes de la corrida.
-Como novillero le vi una
sola vez, -respondía el fiel mozo de espadas cuando le preguntaban cuándo había
conocido a César.
- Fue la noche de las cinco
estocadas en Caracas, cinco truenos que abrieron la tempestad que bañaría a
todo el toreo, la noche que Girón se descubrió como genio del toreo en el Nuevo
Circo.
Con ese aire de trovador
Caribe, dice arrogante el negro:
-Sabes que siempre he estado
con las figuras y por eso mis amistades han sido escogidas. Empecé con maestros
como Fernando Domínguez, Luis Castro El Soldado, Silverio Pérez, y El Calesero.
De allí mi amistad con los hermanos Gago, Fernando y Andrés.
Contaba Bola de Nieve que
Girón la noche de las cinco estocadas armó un revuelo entre los buenos
aficionados caraqueños. Algunos se sentían deslumbrados por el relámpago de
Joselito Torres, pero Juan Vicente Ladera, Musiú López y otros aficionados de
la época le recomendaron a Fernando Gago que más bien se llevara a César Girón,
si quería llevarse a España a una figura del toreo.
Opiné una tarde que sobre el
viaje de Girón a España, me pidieron mi opinión no fue entrepitura. Todo se
decidió en la Joyería Quinta Avenida, de Musiú López. Ahí se reunía mucha
gente, muy buenos aficionados. Fernando Gago me recomendó como mozo de espadas
a César, cuando regresó convertido en matador de toros. Toreó mucho con
Jumillano. Al principio los venezolanos no lo querían. Lo comparaban con El
Diamante Negro y con Joselito Torres; pero a la larga el veneno mata. Recuerdo
que le dije el día de su debut en Caracas: Mire matador, esta gente es fregada.
No venga a tirar línea. Molesto me miró de arriba abajo y me dijo: “No jile
negro, nunca he tirado línea. Siempre me quedo más quieto que un poste”. Y como
un poste dibujó seis verónicas que aún recuerdo como si fuera ayer. César no
manifestaba miedo o preocupación cuando se vestía. Más miedo pasaba yo. Él se
jugaba con los amigos en la habitación, era muy cordial con quien le visitaban.
Ni maniático y mucho menos supersticioso. Le decía a la gente lo que pensaba, y
se lo decía en la cara. Eso lo consideraban de mal educado y decía es qué César
es una vaina, porque era mordaz y directo.
Los días de corrida no
desayunaba. Apenas tomaba una taza de café con leche. Los primeros seis años ni
fumaba ni bebía. Lo hizo después, cuando tenía la cartera llena y el corazón
vacío. Respetó a Carlos Arruza, su padrino, a Chicuelo II y a Antoñete. De
Chenel decía que disfrutaba viéndole torear, de Chicuelo que lo hacía arrimarse
como nadie y de Arruza lo admiraba como torero y por su carácter. Era un cabrón
Bolita, puso a parir a todos en el toreo, desde Manolete hasta Luis Miguel.
Arruza era un cabrón. Le gustaba mucho meterse con sus compañeros en el patio
de caballos.
Una tarde en Maracay César
le dijo a Antonio Ordóñez: “mira rondeño, hasta aquí te trajo el río”. Se
arrimó como un bárbaro y hasta una pata cortó.
Hubo una época cuando los
periodistas venezolanos eran partidarios de Pepe Cáceres. Los periodistas
hacían campaña al colombiano y para meterse con Girón decían que Alfredito Sánchez
iba a acabar con el cuadro. Una tarde, aquí en este mismo patio de caballos,
antes de una corrida, se reunió la Comisión Taurina para suspender el festejo
porque llovía mucho. El ruedo era un desastre y no se podía torear. César,
sonriente, se acercó a Cáceres y le dijo: “Mira Pepe, no podemos suspender la
corrida porque voy a darle la alternativa al fenómeno éste”. Con esa sola
expresión ya les había metido miedo hasta a los monosabios. Todos lo respetaban
una barbaridad. Girón siempre vistió de claro. Le gustaban sedas claras y
vestidos en bordados en oro. Era partidario del rosa, del manzana, el plomo, el
perla, el celeste. Sólo se puso el perla y plata para la alternativa y para su
debut en Caracas. Una vez vistió un tabaco y oro y le pegaron un paliza. Pocas
veces vistió de corinto y de obispo, jamás el grana.
Su mayor orgullo eran sus
hermanos. Estaba feliz cuando triunfaban; pero cuando toreaba con ellos era una
fiera, salía a no dejarse ganar la pelea.
A veces había más suerte del otro lado, y le
decía: “César, te jodieron esta tarde”, y me respondía que me dejara de
pendejadas, que eran la segunda edición de una novela. La tarde que toreó con
Antonio y Luis Miguel en Valencia que le dije en broma que no se dejara ganar
la pelea. Se quedó mirándome a los ojos y me dijo: “parece mentira, tantos años
juntos y todavía no me conoces. Te apuesto el sueldo a que les pego un repaso”.
Bienvenida y Luis Miguel lidiaron sus primeros toros sin mucha fortuna. César
le cortó las dos orejas al primero de su lote. Me dijo: “me huele que me estás
brindando”. “Todavía faltan tres toros”, le respondí. Al otro también le cortó
las orejas. Cuatro orejas y fue el primer torero que abrió la puerta grande en
la Monumental que ahora lleva su glorioso nombre. Cuando le llevaban en hombros
me tiró las orejas, y me dijo que las guardara. “¡Tómalas y guárdalas de
recuerdo en tu rancho!”. Fueron las últimas orejas que César cortó en su vida.
todo una leyenda de los hermanos giron solo a ellos vistio y no a mas nonguno de despues de ellos
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