Cuando las costuras comienzan a ceder
por el paso del tiempo y el llevar tanto “a las cuerdas” la ropa aparece el zurcido,
esa muestra de que no hay dinero para buscar otra prenda y nos toca
“remendarla”.
Las ganaderías en Venezuela están pasando,
por una situación de verdad difícil, se oye con insistencia que en el campo ya
casi no hay toros para la lidia, algo que tiene dos lecturas: la situación
económica que vivimos y también que el poco refrescamiento de sangre muestra la
perdida de raza en varios hierros.
Además de esas posibilidades está el
alto costo, mostrando que el altísimo precio no va junto a las exigencias, ver
una corrida pareja de presentación y con al menos 450 kilos es de verdad un
sueño.
Contados hierros son los que piden
las llamadas “figuras”, no pasan de dos, uno es lo que dicen “corto”, el otro
anda por una pérdida de casta inocultable y tampoco les alcanza para cubrir
todas las plazas del país; además el
factor de la consanguinidad se asoma por la cabaña brava nacional desde hace
rato.
Muchos de los ganaderos piensan en
el aspecto económico prioritariamente, es un derecho indiscutible, la inversión
para criar toros es de verdad altísima; además hay que sumar varios factores
como por ejemplo el alimento concentrado, que no le basta con ser caro, es que poco se consigue.
Pero la calidad del producto (el
toro) en muchos casos no está a la altura del precio solicitado, la queja más
grande es la presentación de muchas corridas mostrando que el costo no se
“apareja” con lo exigido.
Otro de los factores es que después
de varas muchos se paran, se “rajan”, de verdad la cosa está por arriba de
embestir o no (eso es parte del misterio del espectáculo), lo otro es “perdida”
de raza.
Estamos en un momento muy duro, por
eso no es de extrañar que de repente comencemos a ver distintos hierros en una
sola corrida, que se “consigan” dos en una finca, dos de don “fulano”, dos de
“aquella parte” y se termina con los otros dos que se encuentren.
Y por las cosas como se ven en las corridas
del país nos tocara como cuando se rompe un traje, terminar “con la ropa
remendada”.
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