miércoles, 11 de noviembre de 2015

HACE 12 AÑOS SE FUE DAVID por El Vito


ESTE 12 DE NOVIEMBRE SON YA 12 AÑOS QUE SE FUE

EL VITO

 12 años se cumplieron de la partida de David Silveti.
Dijo adiós el 12 de noviembre 2003 en Salamanca, Guanajuato.
Me enteré estando en Caracas, por una llamada de Margarita Núñez, que en Alicante, España, se había enterado de la trágica muerte de David.
En Alicante reside Margarita Núñez, y como muchos venezolanos fue admiradora y amiga de David Silveti. En España emisoras de radio informaron la noticia infausta, la de su partida voluntaria con inusitada profusión.  
El punto y final de la historia de una vida había ocurrido en el Rancho de Salamanca, Guanajuato, la casa en la que de niño David vivió ilusiones, sueños arropado con el calor del amor de Doreen, su madre y de su padre el gran Juanito Silveti.

Laura del Bosque su viuda, la madre de sus hijos Diego, Eduardo, Sebastián y las morochas. Ella fue y sigue siendo un bastión. Sólido soporte de aquellos días de inmensa soledad y turbio futuro en España, días inenarrables, fue Laura compañera en los duros y difíciles caminos trazados en el doloroso camino lleno de amor en los breves e intensos momentos de sus triunfos.
Su hermosa familia, los Silveti del Bosque, es la ejemplar herencia que dejó David. Legado valioso. Encarna la admiración por lo que David ha significado en el toreo, como ejemplo patético, conducta ética, la estética  como oficio y la dignidad en la profesión de torero.
Fue un torero de pies a cabeza, que en su día fue admirado por Antoñete, como nos consta, igual como pregona su admiración José Tomás. Como muchos de sus admiradores en los recónditos confines de este  bizarro planeta de los toros,  aquí en Venezuela le recordamos en la distancia que existe entre el estar y el haberse ido.

A David le valían madre los trofeos. Por eso aquella noche en la gala para la que le habían distinguido como uno de los homenajeados, no recogió el premio Domecq por su destacada temporada en la monumental Plaza México y prefirió irse, sin que lo llamaran. Y sin decir adiós. Lo hizo sólo habiéndole, expresado su reflexión de la vida y de la muerte a su padre Juan Silveti.
Así,  se fue a la chingada.
Su idea del toreo era otra. Diferente al mercadillo en que han convertido la fiesta de los toros entre los marchantes y los estadísticos. Un día estuvimos toda una  tarde en la barra de La Ópera. Ahí en la Cinco de Mayo, una herida abierta que no cicatriza para que siga viva la vieja ciudad. Ahí nos encontró  la madrugada, entre La Ópera y la cantina de La Luz, de la esquina con Gantes . Cuando salió el sol de la mañana, nos encontrábamos en La Marquesa en la casa de Manolo Arruza. Junto a Chucho Solórzano, el propio Arruza y Manuel Capetillo nos trenzamos en la diatriba infinita del  concepto del toreo. El tema no era original, pero hoy como ayer sigue siendo vital.  Es el mismo concepto que vive y late en el corazón de la fiesta de los toros, el mismo al que sus raíces sostienen desde su nacimiento.
Aunque son mil cabezas las que piensan, uno sólo es el concepto a defender: la dignidad.

Pocos son aquellos que habiendo vivido del toreo como expresión artística o como oficio, pocos han sido los que se han percatado de la espiritualidad que conlleva. David Silveti, que partió por voluntad propia el miércoles 12 de noviembre en su rancho de Salamanca, en esas tierras del Guanajuato cantado por José Alfredo, donde se abona la tierra con pólvora  y  que como nación mexicana fue exaltado en el valor por Juan sin Miedo, era el depositario de cien volcanes en erupción.

El sentido del toreo en el silvetismo es lava ardiente. Es, como le confesó un día a Carlos Ruiz Villasuso, el propio David, tras un burladero en el callejón de La Maestranza. Dijo el famoso periodista  "siempre toreó al borde de la cornada". Sentencia necrófila que desnudó su actitud ante el toreo, la misma que ha provocado la expresión de Juan José López Luna en la afirmación que David Silveti fue "el último de los toreros mexicanos que provocaba en el ánimo de los aficionados el miedo, la emoción, la alegría y el llanto".

Poco le importaron los trofeos y  prefirió emprender el viaje eterno, que ir a la Ciudad de México a una aburrida velada plena de lugares comunes para  recibir el trofeo a La Mejor Faena de La Temporada. Aquella tarde de la faena histórica de esta temporada en la Plaza Monumental México, la gente sintió miedo de David. Hubo emoción y alegría y también llanto. Llanto de hombres grandes, que recuerda la mil veces narrada anécdota del nieto con el abuelo en el tendido de El Toreo, aquel viejo que lloraba viendo torear a Rodolfo Gaona la tarde del adiós. Decía El Califa adiós para no volver en El Toreo de La Condesa. Se iba Gaona, archirrival de Juan Silveti, el abuelo de David. Se iba el ídolo de una generación de mexicanos que vieron en Rodolfo una respuesta al reto como que como nación les retó. El nieto del viejo que lloraba, al que educaban con la reciedumbre de los conceptos de los hombres machos de a de veras, increpa al viejo y le pregunta.  -¿Pero no y que los hombres machos no lloran abuelo?
A lo que el viejo, le contestó: Es que el que se va es Gaona, hijo; y como Rodolfo no hay.

El llanto de aquel abuelo se convertiría en grito de guerra de La Porra Libre, que a coro aún le grita a los toreros "Manolo, Manolo ¡Y ya!" para echarlos del coso de Insurgentes, reconociendo a Manolo Martínez como único heredero de la lava volcánica de los volcanes en erupción de la fiesta mexicana: Gaona, Armillita, Garza, Arruza y Silverio. Pero, vea usted por dónde busca la historia la salida al ardiente cauce del río volcánico de la pasión del toreo.

Una tarde  guadalupana, fresca tarde de diciembre en la Plaza México le vimos escribir una de las páginas más importantes que se han grabado sobre la arena mexicana, a David Silveti. Lleno impresionante, toros de don Fernando de la Mora y Obando para Antonio Lomelín, que sustituía a Manolo Martínez, y Miguel Espinosa "Armillita Chico" y David, que reaparecía en la plaza grande. Lomelín realizó una de sus faenas heroicas, al primero de Tequisquiapan, y Miguel cuajó un faenón a Flor India, un gran toro que tuvo la fortuna de caer en manos de un gran torero. Fue la de Armillita una de esas faenas hermosas, encajada en el sentido plástico que Miguel siempre ha sabido imprimirle a su toreo. David provocó aquella tarde la emoción, el miedo y el llanto en sus dos toros. Inolvidable su vestido rosa guadalupano, orgullosamente erguido, desmayando los lances "al borde de la cornada". Nada estridente. Todo lo contrario. El sublime desnudo entre la vida y la muerte. La plaza de Insurgentes rugió a cada lance, a cada pase, a cada paso y en cada instante, de la intensa entrega de David Silveti con los cárdenos de don Fernando.
Nunca antes había escuchado al monstruo rugir de esa manera. Pedro Echenagucia, con los ojos  húmedos en llanto me confesó, "este es el toreo en el que yo soñé; ni en Sevilla he vivido tan intensamente la fiesta de los toros".
A David, que le importaba madre cualquier trofeo, le causó gracia cuando Miguel Espinosa, con el cariño fraternal que le profesaba a David, y su gracia expresiva le dijo," mamón, se te fue un rabo por la espada".
David Silveti reunió en su expresión de torero todas las lavas de todos los volcanes del México taurino. Lavas de aquellos fuegos que le quemaban el corazón cuando nos encontramos en Sevilla, habiendo quemado las naves por hacer campaña en España. Vivió cientos de noches tristes y no sólo una como el conquistador Hernán Cortés. Ese fuego que reunió como líder de una generación, aquellas de los "juniors" del toreo azteca, la quinta de Curro Rivera, Carlos y Manolo Arruza. Humberto Moro. Chucho y los Cuates Solórzano. Manolo, Fermín y Miguel Espinosa, los "Armilla". Los Calesero, Alfonsito, José Antonio y el Curro. Su hermano Alejandro. Entre todos fue él el más mexicano en su expresión y en su sentir que resumiríamos un poco en la frase de Cantú, cuando en su tesis martinista resume el toreo de México en el título "Muerte de azúcar, la sustancia taurina mexicana".
No ha sido dulce la partida de David, para nadie y menos para Juan, su padre. Torero de recia expresión universal. Hombre de fuerte personalidad, soñador y bohemio. Jugador y legendario. Torero integral. Debo confesar que con la partida de David, me dolió más el dolor de Juan que el de cualquier otro.
 
EN CARACAS HIZO DEL TOREO UN POEMA
CON AQUELLAS FAENAS A LOS TOROS DE FUENTELAPEÑA


"Mi David", así lo llamaba Juan cuando le conocí en Caracas, aquella tarde de finales de los setenta cuando toreó toros de Garfias en el Nuevo Circo. "Mi David", le decía a Curro Girón, “te va a partir la madre, porque es que tiene mucha clase. Te lo prometo". Curro Girón, otro monstruo de la historia, reía de la fuerte chanza del Tigrillo, y me comentaba:
 -"¡Cómo seré de grande que toreé con el padre, el hijo y el espíritu santo de los Silveti!

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