ESTE 12 DE NOVIEMBRE SON YA 12 AÑOS QUE SE FUE |
EL VITO
12 años se cumplieron de la
partida de David Silveti.
Dijo adiós el 12 de noviembre
2003 en Salamanca, Guanajuato.
Me enteré estando en Caracas,
por una llamada de Margarita Núñez, que en Alicante, España, se había enterado
de la trágica muerte de David.
En Alicante reside Margarita
Núñez, y como muchos venezolanos fue admiradora y amiga de David Silveti. En
España emisoras de radio informaron la noticia infausta, la de su partida
voluntaria con inusitada profusión.
El punto y final de la
historia de una vida había ocurrido en el Rancho de Salamanca, Guanajuato, la
casa en la que de niño David vivió ilusiones, sueños arropado con el calor del
amor de Doreen, su madre y de su padre el gran Juanito Silveti.
Laura del Bosque su viuda, la
madre de sus hijos Diego, Eduardo, Sebastián y las morochas. Ella fue y sigue
siendo un bastión. Sólido soporte de aquellos días de inmensa soledad y turbio
futuro en España, días inenarrables, fue Laura compañera en los duros y
difíciles caminos trazados en el doloroso camino lleno de amor en los breves e intensos
momentos de sus triunfos.
Su hermosa familia, los
Silveti del Bosque, es la ejemplar herencia que dejó David. Legado valioso. Encarna
la admiración por lo que David ha significado en el toreo, como ejemplo
patético, conducta ética, la estética como oficio y la dignidad en la profesión de
torero.
Fue un torero de pies a
cabeza, que en su día fue admirado por Antoñete, como nos consta, igual como
pregona su admiración José Tomás. Como muchos de sus admiradores en los
recónditos confines de este bizarro
planeta de los toros, aquí en Venezuela
le recordamos en la distancia que existe entre el estar y el haberse ido.
A David le valían madre los
trofeos. Por eso aquella noche en la gala para la que le habían distinguido
como uno de los homenajeados, no recogió el premio Domecq por su destacada
temporada en la monumental Plaza México y prefirió irse, sin que lo llamaran. Y
sin decir adiós. Lo hizo sólo habiéndole, expresado su reflexión de la vida y
de la muerte a su padre Juan Silveti.
Así, se fue a la chingada.
Su idea del toreo era otra.
Diferente al mercadillo en que han convertido la fiesta de los toros entre los marchantes
y los estadísticos. Un día estuvimos toda una
tarde en la barra de La Ópera. Ahí en la Cinco de Mayo, una herida
abierta que no cicatriza para que siga viva la vieja ciudad. Ahí nos encontró la madrugada, entre La Ópera y la cantina de La
Luz, de la esquina con Gantes . Cuando salió el sol de la mañana, nos
encontrábamos en La Marquesa en la casa de Manolo Arruza. Junto a Chucho
Solórzano, el propio Arruza y Manuel Capetillo nos trenzamos en la diatriba
infinita del concepto del toreo. El tema
no era original, pero hoy como ayer sigue siendo vital. Es el mismo concepto que vive y late en el
corazón de la fiesta de los toros, el mismo al que sus raíces sostienen desde
su nacimiento.
Aunque son mil cabezas las
que piensan, uno sólo es el concepto a defender: la dignidad.
Pocos son aquellos que
habiendo vivido del toreo como expresión artística o como oficio, pocos han
sido los que se han percatado de la espiritualidad que conlleva. David Silveti,
que partió por voluntad propia el miércoles 12 de noviembre en su rancho de
Salamanca, en esas tierras del Guanajuato cantado por José Alfredo, donde se
abona la tierra con pólvora y que como nación mexicana fue exaltado en el
valor por Juan sin Miedo, era el depositario de cien volcanes en erupción.
El sentido del toreo en el
silvetismo es lava ardiente. Es, como le confesó un día a Carlos Ruiz Villasuso,
el propio David, tras un burladero en el callejón de La Maestranza. Dijo el
famoso periodista "siempre toreó al
borde de la cornada". Sentencia necrófila que desnudó su actitud ante el
toreo, la misma que ha provocado la expresión de Juan José López Luna en la
afirmación que David Silveti fue "el último de los toreros mexicanos que
provocaba en el ánimo de los aficionados el miedo, la emoción, la alegría y el
llanto".
Poco le importaron los
trofeos y prefirió emprender el viaje
eterno, que ir a la Ciudad de México a una aburrida velada plena de lugares
comunes para recibir el trofeo a La
Mejor Faena de La Temporada. Aquella tarde de la faena histórica de esta
temporada en la Plaza Monumental México, la gente sintió miedo de David. Hubo
emoción y alegría y también llanto. Llanto de hombres grandes, que recuerda la
mil veces narrada anécdota del nieto con el abuelo en el tendido de El Toreo, aquel
viejo que lloraba viendo torear a Rodolfo Gaona la tarde del adiós. Decía El
Califa adiós para no volver en El Toreo de La Condesa. Se iba Gaona,
archirrival de Juan Silveti, el abuelo de David. Se iba el ídolo de una
generación de mexicanos que vieron en Rodolfo una respuesta al reto como que
como nación les retó. El nieto del viejo que lloraba, al que educaban con la
reciedumbre de los conceptos de los hombres machos de a de veras, increpa al
viejo y le pregunta. -¿Pero no y que los
hombres machos no lloran abuelo?
A lo que el viejo, le
contestó: Es que el que se va es Gaona, hijo; y como Rodolfo no hay.
El llanto de aquel abuelo se
convertiría en grito de guerra de La Porra Libre, que a coro aún le grita a los
toreros "Manolo, Manolo ¡Y ya!" para echarlos del coso de
Insurgentes, reconociendo a Manolo Martínez como único heredero de la lava
volcánica de los volcanes en erupción de la fiesta mexicana: Gaona, Armillita,
Garza, Arruza y Silverio. Pero, vea usted por dónde busca la historia la salida
al ardiente cauce del río volcánico de la pasión del toreo.
Una tarde guadalupana, fresca tarde de diciembre en la
Plaza México le vimos escribir una de las páginas más importantes que se han
grabado sobre la arena mexicana, a David Silveti. Lleno impresionante, toros de
don Fernando de la Mora y Obando para Antonio Lomelín, que sustituía a Manolo
Martínez, y Miguel Espinosa "Armillita Chico" y David, que reaparecía
en la plaza grande. Lomelín realizó una de sus faenas heroicas, al primero de
Tequisquiapan, y Miguel cuajó un faenón a Flor India, un gran toro que tuvo la
fortuna de caer en manos de un gran torero. Fue la de Armillita una de esas
faenas hermosas, encajada en el sentido plástico que Miguel siempre ha sabido
imprimirle a su toreo. David provocó aquella tarde la emoción, el miedo y el
llanto en sus dos toros. Inolvidable su vestido rosa guadalupano,
orgullosamente erguido, desmayando los lances "al borde de la
cornada". Nada estridente. Todo lo contrario. El sublime desnudo entre la
vida y la muerte. La plaza de Insurgentes rugió a cada lance, a cada pase, a
cada paso y en cada instante, de la intensa entrega de David Silveti con los
cárdenos de don Fernando.
Nunca antes había escuchado
al monstruo rugir de esa manera. Pedro Echenagucia, con los ojos húmedos en llanto me confesó, "este es
el toreo en el que yo soñé; ni en Sevilla he vivido tan intensamente la fiesta
de los toros".
A David, que le importaba
madre cualquier trofeo, le causó gracia cuando Miguel Espinosa, con el cariño
fraternal que le profesaba a David, y su gracia expresiva le dijo," mamón,
se te fue un rabo por la espada".
David Silveti reunió en su
expresión de torero todas las lavas de todos los volcanes del México taurino.
Lavas de aquellos fuegos que le quemaban el corazón cuando nos encontramos en
Sevilla, habiendo quemado las naves por hacer campaña en España. Vivió cientos
de noches tristes y no sólo una como el conquistador Hernán Cortés. Ese fuego
que reunió como líder de una generación, aquellas de los "juniors"
del toreo azteca, la quinta de Curro Rivera, Carlos y Manolo Arruza. Humberto
Moro. Chucho y los Cuates Solórzano. Manolo, Fermín y Miguel Espinosa, los
"Armilla". Los Calesero, Alfonsito, José Antonio y el Curro. Su hermano
Alejandro. Entre todos fue él el más mexicano en su expresión y en su sentir
que resumiríamos un poco en la frase de Cantú, cuando en su tesis martinista
resume el toreo de México en el título "Muerte de azúcar, la sustancia
taurina mexicana".
No ha sido dulce la partida
de David, para nadie y menos para Juan, su padre. Torero de recia expresión
universal. Hombre de fuerte personalidad, soñador y bohemio. Jugador y
legendario. Torero integral. Debo confesar que con la partida de David, me dolió
más el dolor de Juan que el de cualquier otro.
"Mi David", así lo
llamaba Juan cuando le conocí en Caracas, aquella tarde de finales de los
setenta cuando toreó toros de Garfias en el Nuevo Circo. "Mi David",
le decía a Curro Girón, “te va a partir la madre, porque es que tiene mucha
clase. Te lo prometo". Curro Girón, otro monstruo de la historia, reía de la
fuerte chanza del Tigrillo, y me comentaba:
-"¡Cómo seré de grande que toreé
con el padre, el hijo y el espíritu santo de los Silveti!
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