CAERSE DEL CARTEL
Por Alcalino.
Uno de los inconvenientes de anunciar con anticipación los carteles completos de una feria o una temporada de toros es que no existe la seguridad de que todos los espadas programados comparezcan el día señalado en el patio de cuadrillas. Apenas han pasado tres domingos desde la inauguración y la empresa de la México registró ya la primera baja, Enrique Ponce, nada menos, que mal recuperado de su último percance –eso dice el aviso oficial– prefirió excusar su participación en la corrida de ayer. Felizmente, lo sustituía Diego Urdiales, cuya ausencia esta columna había lamentado al analizar el elenco inicialmente programado. Y es que el riojano –que ojalá viniera por más de una fecha– es de los toreros de arte más asolerado y auténtico de la actualidad, además de que tuvo un año consagratorio, sobre todo en las ferias grandes del norte, como Bilbao y Logroño.
Esto de “caerse del cartel” –que es como en jerga taurina se acostumbra llamar a las bajas inesperada– ocurre mucho en España, particularmente durante los meses de actividad más intensa y hacia el final de la temporada, abundante en partes facultativos emitidos con fundamento o sin él. Pero por lo visto, tales huecos empiezan a aparecer también en nuestro país, al tiempo que prolifera la costumbre hispana de ferias armadas anticipadamente, por más que no se produzcan de igual manera los percances: de todos modos, los urgidos de zafarse de algún compromiso adquirido siempre tendrán a la mano un médico amigo, presto a estampar su firma en la incapacidad correspondiente. No digo que sea el caso de Ponce, pero los antecedentes tienen su peso en estos asuntos.
Silverio, Manolete y Procuna
Hurgando en la historia, salta el recuerdo de un mano a mano entre Armillita y Silverio Pérez, previsto para el 20 de febrero de 1944, desbaratado por la grave cornada del Compadre el domingo anterior –“Zapatero” de La Punta le metió medio pitón en la cresta ilíaca y lo puso a las puertas de la muerte. Fermín decidió entonces encerrarse con los seis ejemplares que, con dedicatoria, había embarcado ya el ganadero de San Mateo. Con dedicatoria, sí, porque ni Armilla ni su texcocano discípulo eran del gusto del señor Llaguno, cuya legendaria capacidad para pronosticar el juego de sus reses volvió a manifestarse con el envío a la Condesa de un hato destinado a hacer sudar la ropa al más pintado. Bien lo sabía Fermín, quien aceptó el desafío consciente de que podía con eso y más, pero supo prevenirse entorilando un sobrero, elegido a partir de las garantías de boyantía que le ofreció el ganadero de La Laguna Romárico González.
Resultó tal cual: con los durísimos sanmateos, Armilla se comportó como el maestro consumado que era, desorejó al 1º, “Lucerito”, respondió a los gritos impertinentes de los garcistas saliéndole de rodillas con la muleta al 5º, “Barretero”, y haciendo un inusual desplante de rodillas cuando lo tuvo dominado –Lorenzo alcanzó triunfos legendarios con lo pastueño de San Mateo y Torrecilla, pues los Llaguno lo mimaron siempre como torero de la casa. Y cuando iba a estoquear al 6º marrajo, anunció el obsequio de “Paracaidista”, que salió de bandera y al que bordó en los tres tercios y le cortó el rabo.
También triunfó Armillita en la corrida por la Rosa Guadalupana de 1946, trofeo que suplantó aquel año a la acostumbrada Oreja de Oro, puesta en juego con lo mejor del elenco de cada temporada en corrida a beneficio de la Unión de Matadores. Ese jueves, en El Toreo (14.02.46), alternaron con Fermín, Silverio, Procuna y los ases hispanos Pepe Luis y Pepín Martín Vázquez. Con ellos estaba anunciado Manolete, el más grande de todos, que a la sazón sumaba fechas y triunfos en una república mexicana sugestionada con el magnetismo de su mítica figura. Pero el cordobés dijo nones. Y con el parte facultativo de ocasión hasta mandó sustituto, su compadre Gitanillo de Triana –Rafael– que fue quien se vistió de luces esa tarde y actuó sin cobrar –como era usual en festejos benéficos–, un lujo que el multimillonario Manolete de ninguna manera iba a permitirse, ya fuese por iniciativa propia o por taxativa orden de su apoderado José Flores “Camará”. Imperturbable, Fermín Espinoza cuajó a placer al abreplaza “Borroneado”, le cortó el rabo y se llevó el trofeo a casa, en cerrado duelo con Pepín Martín Vázquez, que asimismo obtuvo los máximos apéndices del 6º, “Caribeño”, de Xajay como todos los lidiados. Pepín fue un artista finísimo y un gran torero, tenazmente perseguido por el infortunio.
Como el supuesto impedimento físico de Manolete encerraba más bien su negativa a torear gratis a beneficio de sus compañeros mexicanos, la primera reacción de la Unión fue desenmascarar y suspender al infractor, pero la fuerza taurina y comercial de Manuel Rodríguez era mucha y hasta pública disculpa le tuvieron que ofrecer los malpensados. La siguiente corrida del “enfermo” llegó dos días después (16.02. 46), y fue el célebre mano a mano en que Silverio le cortó a “Barba Azul”, de Torrecilla, el primer rabo en la historia de la Plaza México; Manuel estuvo inmenso con “Espinoso”, desorejándolo pese a pinchar.
En la semana previa al domingo 21 de diciembre del 47, circuló el rumor de que Luis Procuna, base de temporada en la México, se “luxaría” un tobillo para incumplir el millonario contrato que lo ligaba a la Monumental, mientras los restantes ases recalaban en el nuevo Toreo de Cuatro Caminos. Como la profecía se cumplió y tuvo que ser Andrés Blando quien le confirmara su alternativa al ecuatoriano Edgar Puente, las autoridades le impusieron fuerte multa al de San Juan y lo obligaron a torear la siguiente corrida, lo que hizo de mala gana y entre abucheos, antes de marcharse a Cuatro Caminos.
Puerta y Camino
Hacia 1963–64, dos enormes toreros sevillanos eran dueños del fervor de la afición mexicana. No les iban en zaga los dos principales gallos nacionales, Manuel Capetillo y José Huerta, y con los cuatro y toros de San Mateo integró don Nacho García Aceves el cartel de la fecha estelar de su temporada tapatía. Pero a última hora, una lesión de falange sufrida en Bogotá eliminó a Diego, y la empresa llamó a Joaquín Bernadó, lo que –como en los demás casos aquí comentados– no impidió el presentido llenazo, aun con televisión abierta, en la plaza El Progreso. Triunfó el catalán y también los mexicanos, pero sería Camino, merced a dos faenas portentosas, quien, con cuatro orejas y dos rabos por cosecha, dio valor histórico a aquel 21 de marzo de 1963 en Guadalajara.
Menos de un año después, ni Paco era el mismo ni su relación con su suegro Alfonso Gaona, empresario de la México, tenía ya mucho futuro. Por tanto, el de Camas decidió dejar que anunciara su reaparición en la Monumental para el 12 de enero, y acto seguido declaró a la prensa que, al no haber contrato de por medio, no se presentaría. La empresa se apresuró a buscarle sustituto y la elección recayó, de nuevo, en el catalán Bernadó, que por cierto dibujaría esa tarde un quitazo por chicuelinas. Pero el triunfador fue Humberto Moro, confirmante de Fernando de la Peña; y el domingo siguiente, ya con Paco partiendo plaza entre clamorosa división de opiniones, Jaime Rangel los enjabonó a Huerta y al camero, quien obtuvo discutida oreja de un muy terciado “Pardito”, de Reyes Huerta –ganadería que se presentaba en el DF–, mientras el hidalguense sumaba tres y el rabo de “Húngaro”, 3º de una tarde de pasiones desatadas, con la México colmada hasta el reloj.
Y hasta ahí da mi memoria en torno a caídas del cartel, legítimas o fraudulentas.
Más gasolina al fuego
Sobre el improcedente, deliberadamente cojo mano a mano entre El Juli y El Payo, hay poco que comentar. Y todo lo que se diga será en desmedro de Julián, del ganadero y de la empresa, cuya abierta complicidad con el juez de turno –Jesús Morales– reincidió en colar un encierro de vergonzosa presentación, para desencanto del público que llenaba cuando menos medio aforo. Grima da ver a un torero tan poderoso como el madrileño enfrentado a novillotes engordados –como el taburete con que practicó patética sesión de encimismo, previa al corte de dos protestadísimas orejas– o borregos de peluche, como el cardenito 5º, con el que ensayó el toreo en redondo hasta agotarse y agotarnos. Octavio, tan descontrolado como siempre en la capital, donde un grupo lo hostiliza de oficio, medio aprovechó la relativa boyantía de un animal con más apariencia de carnero que de toro, y le arrancó una orejita.
Mucho cuidado deberá tener con la materia prima José Tomás, anunciado para el 31 de enero justamente con reses de Fernando de la Mora, responsable de este tercer petardo ganadero. Y hasta con el baldón de un 6º chivo devuelto al corral por impresentable.
El libro de Pavón
Este miércoles 18, en punto de las 18:40 horas, será la presentación capitalina del libro Jorge Aguilar El Ranchero. Un gran torero–Un gran hombre, de Carlos Hernández “Pavón”, auspiciada de consuno por el Conaculta y el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura. La cita es en el local de la Asociación de Matadores, Atlanta 133, colonia Nápoles, a media calle de la Plaza México.
Los presentadores serán de lujo: el legendario aficionado práctico lic. Eduardo Azcué García y el director durante décadas del añorado El Redondel, don Alberto Bitar Latayf. Un acontecimiento de lujo, al que taurinos y taurófilos están cordialmente invitados.
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