De cuando en vez, quizás una por Cuaresma, nos asalta la
idea, típica de las post ferias, de cómo asegurar el mejor desenvolvimiento de
las corridas de toros, para que el espectáculo no decaiga y brille en todo su
esplendor. Taurinos de mucho fuste dirán de inmediato que la presencia
impecable del Rey de la Fiesta es el componente esencial y que sin buenos toros
no hay espectáculo que valga. Otros afirmarán con vehemencia que sin buenos
toreros no hay mayor lucimiento posible.
Así pues, en un largo debatir, se van consumiendo alegremente las veladas de
los aficionados, que para prolongarlas lo más posible, nunca se ponen de
acuerdo. La verdad es que ambos componentes de la Fiesta son esenciales, pero
quizás uno más esencial que otro.
Como quiera que el asunto sea, voy a vencer el temor
reverencial y atreverme a hacer más bien
algunos comentarios sobre un tercer elemento: la autoridad de las corridas de
toros y cómo mejorar el desempeño de las Comisiones Taurinas Municipales.
Para entrar en materia, (a riesgo de causar escozor en
la sensible epidermis de algunos
lectores con tiempo suficiente para seguir con
estas disquisiciones), se podría comenzar por intentar reducir el número de personas presentes en el Palco
Presidencial de la Plaza que se trate,
para evitar cualquier posible entorpecimiento
en la toma de decisiones que desde allí se emiten.
Analicemos, por ejemplo, un Palco en el que aparecen siete
personas: el Presidente de la CTM, sus cuatro Vocales, más dos Asesores: el técnico y el veterinario.
Son siete taurinos versados pero que pueden tener y seguramente a veces tienen,
distintos matices, para no decir opiniones encontradas, al juzgar los méritos
de una faena o el comportamiento de un determinado toro. Como hay necesidad de pronunciarse con rapidez, pudiera
ser que puntos de vista contrastantes
influyeran en el ánimo del Presidente,
dificultando la acertada toma inmediata de decisiones, de las cuales es, en
definitiva, principal responsable, portavoz público y blanco favorito de los
insultos y diatribas que puedan acarrear.
Parecería aconsejable entonces contar con un Palco de menor
densidad demográfica. Podríamos debatir sobre el número ideal de personas, pero
quizás estaríamos de acuerdo, por las
razones señaladas en el párrafo anterior, en que fuera menor de siete y, en tal caso, me
permito proponer que solo tres personas
estén presentes en el Palco Presidencial.
El Presidente, aficionado de gran rodaje que ha alcanzado su
madurez viendo corridas de toros; el
Asesor Técnico, también taurino veterano
o, quizás, un diestro en retiro con suficiente nivel, cuyo antigua práctica le
permite percibir detalles de la lidia que escapan al común de los aficionados;
y el Asesor Veterinario, con experiencia suficiente para que salga airoso de
los retos que a veces presentan toros,
ganaderos, apoderados y empresarios.
Si hasta aquí estamos de acuerdo, no parecería existir
obstáculo racional para que los tres presentes en el Palco sean también Miembros
de la Comisión Taurina, únicos miembros en una suerte de triunvirato, que
pudieran rotarse la Presidencia entre ellos, por cuanto sus respectivas
experiencias y pericias individuales se refuerzan mutuamente y, en conjunto,
engloban los conocimientos necesarios que asegurarían el éxito en la conducción
de un festejo taurino. Por supuesto que solo el Santo Padre es infalible,
aunque muchos dudan que ser humano alguno pueda estar exento de
cometer errores.
Una CTM concebida en esta forma, contaría, al igual de lo
que existe ahora en muchas partes, con el apoyo de un Secretario y del equipo
que estime conveniente para su mejor
funcionamiento. Este equipo auxiliar dependerá exclusivamente de la
Comisión, responderá ante ella y
será de su libre elección y remoción.
Sin embargo, muchos seguirán aferrándose, a pesar de todo, a
una CTM con cinco miembros y a siete personas
en el Palco Presidencial. Es bueno
recordar entonces que en plazas
importantes de España y México, principales países taurinos del mundo, la
autoridad del Festejo la aseguran tres personas: el Presidente o Juez de Plaza,
según sea el caso, y dos asesores: el técnico y el veterinario. Incluso a veces
solo uno de ellos, en este caso el Palco presidencial es habitado únicamente
por dos personas el Presidente y el asesor veterinario, puesto que la calidad excepcional
como aficionado taurino del que preside hace redundante la presencia del asesor
técnico. También existen casos como el de Bilbao, donde la Presidencia ha sido
ejercida, durante más de veinte años de manera ininterrumpida, por un gallego
en tierras vascas, quien ha sido el responsable de mantener muy en alto el listón
que hace de las negruzcas arenas del coso de Vista Alegre una de las primeras y
más serias plazas del orbe taurino y de la Semana Grande de Bilbao una de las
ferias de mayor prestigio y categoría.
Como puede observarse, no hay nada sacrosanto en la
composición de las Comisiones Taurinas ni en la forma de conducir los festejos.
Sin embargo, es necesario reconocer que
cinco es el número de miembros más usado en las Comisiones que dirigen
las principales plazas de toros a nivel nacional, aunque, hasta ahora, con más que vario pinto resultado. En todo
caso, si se llega a la conclusión que es
aconsejable producir un cambio en la membresía de las CTM, todavía se necesita que
las autoridades municipales superen una gravosa carga inercial, puesto que cualquier
cambio en la conformación pentagonal de las comisiones taurinas implicaría
reforma estatutaria, lo que a su vez
repercutiría en el septeto que en
nuestro ejemplo copa el Palco Presidencial.
Como no se me ocurren argumentos de fondo adicionales a
favor de la causa tripartita, solo me queda recurrir al humor que a veces
asombra con su poder de convencimiento. Me viene entonces al espíritu que algunos
consideran el siete número de suerte, aunque siete fueron las plagas de Egipto
y siete son los pecados capitales. Por el contrario, tres son las Divinas
Personas, tres los Mosqueteros y tres los tercios de la lidia, si bien algunos aficionados
iconoclastas empiezan a decir que son cuatro, como los Mosqueteros, al contar
con perfil propio la faena de capa, a pesar de que pueda efectuarse intercalada
con el tercio de varas. Por si fuera poco, la magia del número tres termina por consagrase
en la coplilla popular que reza: Tres tiempos tiene el vivir, Como tres tiene
el torear, Parar, templar y mandar, Nacer, crecer y morir.
Por otro lado, como los Alcaldes, de quienes depende la
composición de las Comisiones Taurinas, generalmente tienen compromisos
políticos cuyo cumplimiento es aconsejable atender, se podría utilizar, o
seguir haciéndolo donde ya exista, la
figura de Delegados Taurinos, en número tal que les permita satisfacer esas
necesidades. Su función sería seguir de cerca el trabajo de las Comisiones y
servir, desde el numerado o los tendidos, de caja de resonancia del eco público
que haya merecido sus actuaciones, elementos que unidos a las propias opiniones de los Delegados, facilitaría a la primera autoridad municipal calibrar
el desempeño de la CTM y tomar las decisiones correspondientes.
¿Valdría la pena
intentar un enfoque tripartito en la composición de Las Comisiones Taurinas
Municipales?
Ahí les dejo esa inquietud.
Para el infrascrito en todo caso, independientemente de la
suerte que corran, valió la pena el esfuerzo de redactar estas líneas.
Eduardo Soto, A.T.T.
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