RECORDANDO
UNA HAZAÑA DE CÉSAR GIRON
Pablo
Duque
Quisiera comenzar esta nota olvidando el
fatídico accidente en el que
perdió la vida, el 19 de octubre de 1971, el gran César de la torería
universal.
Es
inevitable, por esa razón y este día, en lugar de ampliar detalles de tan
fatídico suceso, hace ya 43 años, quiero traer al recuerdo algo que hizo 60
años atrás.
Se
trata de una hazaña hecha por César ─ de tantas que realizó en su fructífera
vida de torero ─, un tanto difícil
de igualar y mayor aún, de superar, si tomamos en cuenta que eso sucedió en una
región y en una plaza donde históricamente ha concitado el toro de lidia y el toreo, en una conversión de arte,
cultura y sentimiento,
que ha engrandecido durante siglos lo que conocemos como la fiesta de los toros. Esa región es la Provincia de
Sevilla y ese acontecimiento ocurrió en su capital, Sevilla y en su plaza, la
Real Maestranza de Caballería. Y no es que el toro, el toreo y la fiesta sean
exclusividad de Sevilla, pero sin los aportes que ella ha dado a esas cosas,
ninguna sería lo que son; y allí, ante ese cónclave, debutando nada menos que
en su feria de abril, un día 27 de 1954, en la primera corrida de esa
importantísima feria, César Girón realizó la gesta. Una fuerte gripe le
azotaba, a ello se unía a algo más fuerte y era el sentido de la
responsabilidad de estar allí. Una lluvia matinal hacía más preocupantes las
cosas; para colmo, los veterinarios previendo problemas hacen que se cambien
dos toros del hierro anunciado y la corrida de don Fernando Sánchez Cobaleda la
remiendan con dos de Guardiola que a la postre no sirvieron. Pero a la hora del
paseíllo, el sol en el cielo de la antigua capital hispalense, hizo que el oro del vestido de torear de César
destellara con más brillo, que los de Manolo Vázquez y Pedrés, cuando el
segundo de la tarde, un buen toro,
bajo, con arrobas y muy armado, que de salida hirió al banderillero Francisco
Agudo cuando salió a pararlo. Ese amargo abre boca a César no lo amilanó, pues
embarcó al toro con decididos lances,
templados y tersos; dos varas, dieron paso para que ese día César
también diera cuenta cómo hay que estar ante los toros en el segundo tercio.
Como era de esperarse, brindó el toro al público. Con las zapatillas clavadas
en el dorado albero, dibujó tres ceñidos estatuarios que fueron de cartel, como
anunciando que el toreo fundamental de muleta sería de antología, como
efectivamente fue, pues manejó la pañosa con suavidad, con magistrales giros de
muñeca en ambas manos, que obligó a la prestigiosa banda del coso del
baratillo, entonar el pasodoble. En los medios instrumentó series de naturales,
tan ligadas, que al no enmendarse, forzaba el de pecho como él supo hacerlo;
tampoco hubo diferencia en calidad, con lo realizado con la diestra, pues los
pases circulares fueron de antología, por largos y suaves, templados y
mandones; los oles de la muchedumbre, que ensordecían la música, presagiaba el
triunfo. Girón remató con tres giraldillas de rodillas. Había que matar; en eso se puede decir que César fue
casi infalible, le pegó un estoconazo hasta la bola, que el toro en segundos
rodó sin puntilla. La plaza se tornó de blanco y el Presidente asomó hasta un
tercer pañuelo. ¡César Girón ha
cortado un rabo en Sevilla! Cuando le fueron a sacar en hombros, el torero se
rehusó y prefirió salir por sus propios medios. Lo ocurrido el día 29, fue ante
toros de Salvador Guardiola, haciendo el paseíllo bajo la lluvia con Ángel
Peralta, Manolo Carmona y Juan Posada, ante otro tío de respeto, con genio y
hacía cosas malas con el pitón derecho. César salió a jugársela, siendo
aplaudido en el toreo de capa; con las banderillas estuvo soberbio; solo que al
salir del tercero, lo resbaladizo del terreno hizo que cayera en la cara del toro. Fue la
primera campanada trágica. El toro brindado a Lola Flórez, lo saludó con tres
soberbios doblones, que bastaron para que mermara sus ímpetus, como también
bastaron para su toreo con esa mano,
porque de ahí hasta el final toreó únicamente con la zurda, quiso que
solo se conjugara el toreo fundamental de principio a fin, con series ceñidas y
templadas y en valiente oposición a la brusquedad del toro, toreó con una
escalofriante quietud y haciendo todo, todo donde debía ser─ cuando de mayor
mérito se trata ─, en la soledad de los medios; pero de pronto, los gritos se
confundieron con el pasodoble, cuando al final de una serie de naturales el
torero fue prendido en el tercero, cayendo de mala manera; se temió por su
continuidad, pero se logró reponer; esta vez, la serie fue de cinco bordados
naturales y no contento con eso, antes de entrar a matar, instrumentó cuatro
pinturas mas. Sin darle más tiempo a su oponente, ha pegado un espadazo como
mandan los cánones, que hizo rodar al guardiola sin puntilla. La plaza se
convirtió en un manicomio y más, cuando el torero se desvaneció en el momento
que saludaba a la presidencia. César Girón volvía a cortar 2 orejas y un rabo
en la maestranza sevillana. Tampoco abrió la puerta del príncipe, al ser
intervenido en la enfermería por el doctor Leal Castaño.
Fue
una verdadera apoteosis, porque César no sólo supo aprovechar dos toros muy
bravos: el cobaleda, por su extraordinaria nobleza y al guardiola, con su
fiereza y temperamento. y por eso
Sevilla se le entregó de esa forma.
De esa gesta han transcurrido 60 años y sabrá Dios cuántos más.
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