CUANDO UNA OREJA PESA MÁS QUE DOS
Bardo de la Taurina:
Como que sí como que no, como que
la última tarde de eventos en el ‘Cucurucho de cemento’ jalaba a
medias antes de realizarse y a medias jaló en la realidad y es que
aparentemente la media empresa esta vez como en la media de toda la media
temporada nada se dio completo empezando por no respetar un reglamento en el
apartado que concierne a los toros de regalo el cual el que se sentó en el palco
esta vez también tuvo aciertos a medias aunque uno de ellos pudo no parecerle
al apoderado del supuesto afectado y es que vamos viendo como esta eso. Comencemos
por ponerle nombre y apellido a los implicados: el matador Federico Pizarro, el
apoderado Adolfo Guzmán, el toro de don Antonio de Haro y el juez Gilberto Ruiz
Torres.
El toro segundo de la corrida, que
correspondió al matador asolerado, artista y cromático en que está convertido
Pizarro, fue lidiado o más bien pincelado en tonos destellantes que
llegaron a la refulgencia de lo áureo, pero como todo lo fino no fue a granel y
a lo mejor pa’ las neuronas del juzgador que andaba allá arriba en el biombo a
la obra de orfebrería le faltó cantidad en el trasteo básico que es el que se
finca en naturales y derechazos, no concedió la segunda oreja, que le hubiera
significado al matador Federico Pizarro la llave pa’ abrir la puerta grande –tan
desvencijada desde hace años.
Y aquí vamos al cuestionamiento,
Adolfo Guzmán: qué hubiera convenido más ¿las dos orejas? Si como se las
gasta el público, por joder o por dárselas de muy conocedores o puristas se las
hubieran chillado, con las consecuencias imaginables y hoy estaríamos leyendo:
‘Pizarro dos orejas entre división de opiniones’. ¿Qué necesidad? si hoy podemos
ver: ‘Pizarro corto la oreja de mayor peso de la temporada’.
¿Y sabes qué?, apoderado, hoy las
empresas, empezando por la de México saben que en Federico Pizarro está ese
primer espada que las figuras españolas exigen pa’ los carteles de tronío.
¡Enhorabuena a ambos!
Leonardo Páez:
Me divierten las reacciones de los mexhincados, esos aficionados con
brújula pero sin imán, incluso con cierto gusto por el toreo pero sin poder ver
más allá de sus colonizadas narices, habida cuenta que aplauden como focas
cuanto haga cualquier figurita importada, aunque lo haga ante las caricaturas
de toros que acostumbran exigir, pues en el “nuevo” continente los barones del dinero pagan pero no mandan
o, en todo caso, mandan a su casa a no pocos toreros mexicanos buenos mientras
reúnen el dinero para los mesías que anualmente nos honran con su ventajosa
visita a estas tierras de permanente conquista.
Por ello mueve a risa que algunos críticos-focas, de esos que en México y
en la México babean con los faenones de opereta que estos figurines europeos
(un francés y el resto españoles pues Portugal hace años no levanta) vienen a
darle a los aztecas, como les gusta decirnos, ante chivos mochos y descastados
que pasan y pasan sin que pase nada, excepto las palmitas de asistentes
ocasionales y las orejas y rabos como confeti a cargo de empleados de la
empresa metidos a jueces de plaza.
Críticos palvovianos que salivan, gritan ole y se llenan la boca de admiración
si fulanito estornuda, si zutanito eructa o si perenganito mece la cintura en
una desmayada verónica… ante una lagartija mansa, ya que el arte es universal y
no conoce fronteras, y menos edad y trapío en los toros, pues la fiesta de
España es diferente y por eso aquí nos gusta lamer coyundas de tan bueyes que
somos.
Duro y a la cabeza se fueron estos críticos-focas con las explicables limitaciones
de los alternantes de la undécima corrida, exaltando en cambio la bravura,
transmisión de peligro y exigencia de lidia del encierro de De Haro, bien
presentado aunque discreto de cuerna pero con el fondo, la emoción e
incomodidad que entraña la bravura, no la docilidad. Por mexhincadas razones
estas focas aplaudidoras se olvidan que ni Ponce, ni Morante, ni El Juli, ni
Manzanares, ni Perera, ni Talavante, ni Castella, en su vida han enfrentado en
México toros de esta índole. Ellos son toreros allá; acá, son comediantes que
aprovechan la postración de los que mandan y la estupidez de los que aplauden.
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