FUE EL MAESTRO
DE LOS MAESTROS
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ENRIQUE PONCE LE BRINDA A PEPE MANZANARES, EN PRESENCIA DE "SU" DINASTÍA, |
EL VITO
Le conocimos a Pepe
Manzanares, allá en la Santa Faz en su entrañable Alicante, un año que su hijo
José María, de la mano de la sabia conducción de don Alberto Alonso Belmonte,
se había convertido en la gran figura artística de la Fiesta de los toros.
La lucha para el joven
Manzanares, no era fácil. Cerca de Sevilla, en el corazón de Jerez, se acentaba
la expresión de Rafael de Paula. Más allá, en el Puerto, arrollaba Gayoso; y desde Las Ventas y La Maestranza, las cúpulas del toreo, se imponían los carácteres de El Niño de
la Capea, Julio Robles y Francisco Rivera "Paqurri".
Manzanares respondería a la
expectativa generada, interpretando con fidelidad las enseñanzas de su padre,
Pepe Dols. Se convertiría, para orgullo de su maestro, en un referente
de la excelencia en el toreo para los mejores aficionados en México,
Colombia, el Perú, Ecuador y Venezuela, y una figura incontestable en España, y
quiero insistir que esta grandeza dentro del ruedo se fundamento en el
abecedario, bien aprendido y estupendamente comprendido, dictado por su
padre.
Pepe Manzanares se
entretenía, cuidando tres hermosos dobermans. Jeremías, el bravo perro, la
perra venezolana Heidi ,que le llevó Manolo García y que Manzanares había
comprado una tarde, vestido de torero y
en camino a camino a la plaza de toros Monumental de San Cristóbal en
cartel de lujo de la Feria de San Sebastián, y la perra Gavira. Esta, española de cuna, que le embestía a
Pepe Manzanares cuando de una clase práctica se trataba.
Jeremías era una fiera, un
guardián terrible que tuvo toda una madrugada y toda la mañana encerrado en su
habitación a Pajarito Aguerrevere,
socio de Manolo Chopera y Sebastián González en Tierra Blanca, y
Vicepresidente de Viasa, encerrado
sin permitirle salir ni a mear. La noche anterior habíamos amanecido con el
maestro festejando cosas de la amistad.
Muy temprano por las mañanas,
cuando estas eran frías, se sentaba Pepe Manzanares para calentarse con el sol.
Lo hacía en el gallinero o en la pista de tenis de la casa del maestro. Nos
reuníamos para escucharle hablar de toros. Era un privilegio.
José María Dols Cantó no
hablaba de todo el mundo, hablaba de Antonio Ordóñez y de su hijo José María.
En la pista, para torear de salón le esperaba Manuel García, el novillero
merideño que se fue a España cuidándole a José María la cachorra Heidi.
Pepe murió de 86 años, deja
de herencia a un "monstruo" en el toreo, su hijo José María que pudo
haber sido el más grande, pero faltó calle y le sobró juerga. También deja en
la fiesta a sus nietos, José María Manzanares, "El príncipe de la
Maestranza", en la cúspide del toreo y al rejoneador Manuel.
Fue novillero, pero prefirió integrarse a los hombres de
plata al servicio de Pacorro y de El Tino, dos toreros de su Alicante
querido.
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