Pepín Martín Vázquez, Diamante Negro y Antonio Bienvenida
"...el
venezolano, Luis Sánchez Olivares, “Diamante Negro”, que también
ratificó su condición de matador de toros en Madrid, en 1950..."
BENJAMÍN VENTURA |
Hace
unos días, Raúl Rivero, en las páginas de “El Mundo”, hablaba del poeta
afroperuano Nicomedes Santa Cruz, un negro de verdad, no un negro como
Sidney Poitiers, encantador, guapo, que apaciguaba las malas conciencias
de los americanos racistas. Y las de todos, aunque lo de calificar de
negro a una persona ya no resulte peyorativo. Negro o blanco. Pero ya
hacía mucho tiempo que habíamos superado esa frontera del color con
muchos personajes de la política o el deporte, sobre todo en el boxeo,
el atletismo, baloncesto o el mismísimo fútbol, Ben Barek, Pelé o Didi. Y
en lo universal, Josephine Baker, Tina Turner, Louis Armstrong, Ella
Fitzgerald, Duke Ellingtón, Freeman o Will Smith. “Bye, bye, blackbird”,
le decían a la Baker, que había revolucionado a Francia con una falda
de plátanos y la suprema bondad de tener en su casa doce huérfanos
adoptados, y ni contemos los méritos del embajador de Bahamas en Japón,
Sidney Poitier, Oscar al mejor actor por la película “Los lirios del
valle”, o los de los demás hombres y mujeres negros citados, hasta
llegar a la presidencia de Estados Unidos.
Antonio Machín,
cubano, vino a España en los años 20 del siglo pasado, perdió voz pero
ganó sentimiento y musicalidad con sus angelitos negros. Montó una
cafetería en la madrileña calle Infantas, frente a la plaza de Vázquez
de Mella, Bilbao para el pueblo aunque la glorieta del mismo nombre se
encuentre hacia el número 100 de la calle de Fuencarral. De esta cafetería era cliente Pepe Luis Marca “El Bocas” cuando apoderaba a Manuel Álvarez “El Bala”.
Pero Nicomedes
Santa Cruz era solamente un poeta y lo tenía más difícil que el resto de
hermanos de color. Un poeta nacido en Lima el 4 de junio de 1925 y
fallecido en Madrid el 5 de febrero de 1992, autor de “Ritmos negros del
Perú”, “Cómo has cambiado, pelona” y un poema a la muerte de Juan
Belmonte que reproduzco a continuación para que adivinen cuál es la
calidad de su autor:
“La muerte se
disfraza de capricho/y en la más increíble paradoja/subsiste quien vivió
a merced del bicho/y muere quien “¡no hay toro que le coja!”./A Juan,
que no toreó por soleares,/ muerto, no he de llorarlo por seguiriyas,/
sean por martinetes mis cantares,/cante de yunque y fragua y
herrerías./Cristo de la Expiración,/Cachorro de los trianeros,/bríndale
tu absolución/al mejor de los toreros./Cachorro, si en Viernes Santo/te
faltara un penitente,/ asóciate a nuestro llanto/que es Juan Belmonte el
ausente…”
Nicomedes tenía un
hermano también nacido en Lima, el 3 de julio de 1928. Y como él, negro
negrísimo. Vino a España a mediados de los años 50 del siglo pasado a la
humana factoría taurina de los Dominguín y Luis Miguel le dio la
alternativa en la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona. Día 27 de
julio, con toros de Garro y Díaz Guerra y en presencia de Rafael Ortega,
que también pertenecía al grupo Dominguín. Antes, Santa Cruz había
toreado varias novilladas en Carabanchel y en una de ellas sufrió una
cogida con desgarro de la safena de la que brotó sangre roja para
sorpresa de algún incauto espectador. Después, volvió a esta misma plaza
de matador de toros con Pepe Dominguín y el mexicano Humberto Moro y le
cortó dos orejas a un toro de Muriel. Años después hubo otro torero en
el mismo grado de negritud, Ricardo Paulo Chibanga, de Mozambique, que
tomó la alternativa en Sevilla al 15 de agosto de 1971 de manos de
Antonio Bienvenida y en presencia del sevillano Rafael Torres y con
toros de AP. También se le conocía como “El Africano”
En la larga
relación de toreros hay en principio un Africano (Manuel Bellón) del que
no tenemos muchos datos y otros después, entre los que destaca Luis
Etirol López que nació en Orán, de padre francés y madre española, de
vulgares formas y buen saltador con la garrocha, suerte en la que
destacó otro del mismo mote, Mariano Herrero, y a los que acompañaron el
picador Manuel Obera y el novillero Manuel Rodríguez y un Africanito,
José Flores. Al margen de los “Habaneros” o los “Morenitos” que en el
toreo han sido, justificadísimo en el caso de José Nelo “Morenito de
Maracay”, frente a los contados “Blanquitos”, recuerdo al caraqueño
Julio Mendoza que confirmó en Madrid su alternativa en 1927 y a otro
venezolano, Luis Sánchez Olivares, “Diamante Negro”, que también
ratificó su condición de matador de toros en Madrid, en 1950, no así
otro torero del mismo apodo y color de piel, mexicano, Luis Molinar que
no llegó a superar el escalafón novilleril, como un gaditano que se
apodaba “Niño de la Negra” y uno más, “Alma Negra”, pese a su condición
de pálidos como mañana de niebla. A otro venezolano, Fredy Omar, nacido
en Puerto Cabello, Venezuela, el 2 de julio de 1949, le dio la
alternativa Paco Camino en presencia de José Mari Manzanares en
Benidorm, pero, pese a tan ilustres avales, no logró superar su
diminutivo, “El Negrito”, ni igualar las glorias de sus compañeros Santa
Cruz, “Diamante Negro”, Chibanga o “Morenito de Maracay”. Por cierto,
de Maracay era también Rigoberto Bolívar, apodado “El Pastoreño” y
conocido como “el Negro Bolívar”, figura del toreo desde que vino a
España con los Girón, César y Curro. Sin duda, el mejor torero negro de
todos los tiempos porque, no lo olviden, los picadores también son
toreros y Rigoberto lo era en toda su extensión. Imperial presencia,
elegancia en su monta, dureza de hierro en su mano derecha, temple y
toque en la izquierda, medida en el castigo y personalidad en su estampa
de gigante. Murió el pasado mes de octubre en la ciudad Rubio, del
estado de Tachira, Venezuela.
No quisiera
confundir a negros y mestizos al citar al goyesco Indio Ceballos o los
intérpretes de la llamada “Suerte Nacional del Perú” en la versión
gráfica de Pancho Fierros y sus acuarelas, en las que los jinetes que
manejan los capotes desde los caballos son de piel negra brillante. Lo
del Moro Gazul y otros muchos compatriotas que aparecen en las estampas
de “don Francisco el de los Toros” son puras utopías de don Nicolás
Fernández Moratín y su “Carta Histórica”, texto en el que debía
inspirarse el de Fuendetodos, inefable cuando se olvida del guión y
cuenta con lápiz y buril sus experiencias, las cogidas de Rendón o
“Pepe.Hillo” o los alardes del aragonés “Martincho” o del rondeño Pedro
Romero.
Pero hay en nuestra
Historia un torero entre los más importantes al que se apodó “El
Negro”. Fue Salvador Sánchez “Frascuelo”. Esto de “Frascuelo” por su
hermano mayor, Francisco, que también quiso ser torero pero no llegó a
la cumbre que alcanzó “El Toreador” de don Eduardo de Ontañón, autor de
una magnífica biografía que se publicó en Madrid, en la Espasa-Calpe
que subsistía en la capital de España en 1937. Alguien pensará que a don
Salvador se le apodaba “El Negro” por sus bucles o tufos de su bien
poblada pelambrera, pero yo pienso que era un poco para diferenciarlo de
“El Blanco” “Lagartijo”, don Rafael Molina, conservador de derechas,
amigo del actor Calvo, el cantante Massini o el político Cánovas. El
trío de don Salvador eran Vico, Gayarre y Sagasta. Con este, el pueblo
duro. Con aquel, la aristocracia elegante. Negro y Blanco. Blanco y
Negro. Churriana y Córdoba. Cuando Salvador murió en Madrid, Rafael
cogió el tren en Córdoba hacia la capital y, ante el cadáver de su
compañero, exclamó: “Tanta lucha para esto”. Los dos, el liberalote y el
conservador, en su jubileo se preocuparon por las gentes que no tenían
trabajo ni medios, Salvador pagaba sus alimentos, Rafael hacía y
deshacía la valla de su finca para proporcionarles jornales. La gran
pareja. El contraste buscado, soñado y sentido. La lucha leal y sincera.
El reconocimiento inteligente. Se lo dijo Juan Belmonte a “Joselito”:
“No me destruyas; me necesitas”. Nos necesitamos todos. Pero, sobre
todo, en la soledad de la lucha frente al toro y en el gran ruedo de la
vida. Ni blancos ni negros: hombres, genérico.
PUBLICADO EN EL BLOG DEL TORO AL INFINITO
JUAN LAMARCA
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JUAN LAMARCA
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