Lección de honestidad del extremeño, que lo rechazó por la estocada defectuosa. Salió a hombros con Pablo Hermoso en el broche de la Temporada Grande
Alejandro Talavante ratificó este domingo que en un torerazo, pero dejó constancia de algo que carecen muchos seres humanos: la honestidad.
Alejandro, quien se ha ganado a pulso entrar en el ánimo
del público mexicano, por sus propios fueros y aunque parezca raro,
apoyado, que no impuesto, por su apoderado Manuel Martínez, fue capaz de devolver un rabo que, indebidamente, había concedido el juez de plaza Jesús Morales,
un exsubalterno que, emocionado por el faenón del español, se fue de
bruces y concedió los máximos trofeos, pese a que Alejandro no estuvo
bien con la espada.
Lógicamente el público, que no es tonto, como parece que
algunos toreros extranjeros creen, de inmediato protestó la concesión
del rabo 128 en la historia de la Monumental y, Alejandro que es inteligente, honesto y muy torero, lo devolvió al alguacilillo, salvando así su triunfo rotundo de dos orejas y echándose al público a la bolsa de manera definitiva.
Eso sí, para la historia, el rabo 128 es para el diestro español Alejandro Talavante, quien argumentó que no descansará hasta cortar uno que no tenga un mínimo de duda para poder pasearlo por el ruedo de la plaza más grande del mundo.
Se embarró de toro
Aparte de ese desaguisado del que no tiene la culpa Alejandro, está su faena al toro de Campo Hermoso, un bravo animal, muy noble, al que Talavante se pasó por todo el cuerpo como si fuera ungüento. Literalmente se embarró de toro y, al contrario de lo que pudiera parecer una faena carente de estética, fue una faena vibrante, emocionante, en la que hubo detalles de mucho arte y sentimiento, pero siempre de una apasionada entrega, que, al final, es lo que vale.
Aún es inexplicable
por dónde pasó el toro en muchos de los muletazos. Era tanta la
convicción y el valor del español que se amalgamaron a tal grado que,
aunque parezca increíble, por instantes ocuparon el mismo espacio específico, algo que va contra natura. Una faena verdaderamente buena, intensa, torera y muy seria, que luego ya remató con tres cuartos de estocada trasera y ahí está la explicación del por qué no merecía el rabo.
Cuando se lo devolvió al alguacilillo, el público volvió a
entregársele de tal manera que, sinceramente, de su pecho, dejó escapara
el grito de «¡torero, torero!», consagratorio y muy merecido para Alejandro quien en su segundo no pudo reiterar, pues el astado se quedó parado.
Por cierto, este toro fue bautizado como «Amigo Uranga», en honor a Manuel, que como empresario ha sido un apoyo fundamental para el toreo mexicano, pero como ser humano es un hombre fuera de serie, un tío, como se dice allá.
El maestro Pablo Hermoso de Mendoza volvió a triunfar en su décima sexta actuación en la Monumental de Insurgentes, la cual llenó en su tendido numerado. Cortó dos orejas, las número 22 y 23, y de no haber sido por sus fallas con el rejón de muerte, quizá su cuarto rabo.
Y es que la faena de Pablo con «Manolete», «Viriato», «Pirata», a su primero, un excepcional toro de Los Encinos,
bravo, emotivo y muy noble, fue extraordinaria. Toreó de costado,
entregando el pecho de los caballos, clavando al estribo, haciendo comprometidas piruetas, en fin, muy variada. Pinchó una vez y luego dejó el rejón de muerte, lo que opacó el final.
Lo que realmente molestó al público fue que un figurón como Pablo Hermoso se encarara al juez de plaza
como mendigando la segunda oreja que no le habían concedido y, aunque
al final se la dieron, el público no tragó y la entrega ya no fue la
misma.
Décima tercera salida a hombros de Pablo
Su segunda faena volvió a ser emocionante, con otro toro
bueno, sólo que al oficiar con el rejón de muerte, descordó al toro y
éste tuvo que ser apuntillado. Aunque Pablo festejó, el público supo que
no había motivo y le dividió las opiniones.
Al final, la salida en hombros - su décima tercera- fue otra vez la de
un triunfador y con el público entregado hasta la calle, acompañado, por
supuesto de Talavante.
Fermín Spínola aprovechó el escenario, el momento por el que atraviesa y cuajó dos faenas de determinación,
entrega, variedad y buen gusto. Ese torero mexicano que hace dos años
estuvo muy bien en Madrid, ahora lo estuvo en La México, y por ello
cortó la oreja muy merecida a su segundo.
El aguascalentense Víctor Mora fue
convidado de piedra, pues además de que su lote fue el menos bueno, la
falta de sitio afloró, aunque siempre estuvo decidido.
Así concluye una temporada exitosa en la que los jóvenes
jugaron un papel muy importante, apoyados siempre de las figuras del
toreo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario