MÓNICA PÉREZ ALAEJOS
Dpto Sociología y Comunicación
Universidad de Salamanca
Y es que hacía mucho tiempo que no veía una mueca de disgusto en la cara de El Juli, un gesto de desaprobación y una incomodidad manifiesta por el comportamiento de sus dos toros y por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Hacía mucho tiempo que no veía como esa mirada de medio lado tan suya se tornaba en enfado a medida que pasaban sus faenas de muleta y su concentración en solventar las dificultades se veía interrumpida a cada minuto por un movimiento inoportuno o por la certeza de lo imposible.
Lo que ha sucedido esta tarde en Lima tiene tantas lecturas que hasta no se si me atrevo a hacer la mía particular y todo porque una interpretación fuera de contexto puede ser tan osada y atrevida que merezca reprobación desde la verdad de los hechos. Todos los discursos y más si forman parte de un espectáculo de masas tienen un contexto y sacar conclusiones sin tener claras las variables que afectan a su construcción puede trivializar la realidad. Los discursos no tienen una sola interpretación y por tanto, quien los interpreta suele ser tan importante como el propio enunciador.
Una corrida de toros impresentable de Roberto Puga en una plaza de primera abarrotada para ver el cartel estrella de la Feria del Señor de los Milagros, una novillada descastada y sin fondo impropia de la correspondencia con los precios de un espectáculo, que ni en sueños pagaría un español, mientras que a gritos de “Puga estafador” iban transcurriendo los minutos y los sueños de ver torear. He estado toda la tarde tratando de buscar culpables para semejante falta de respeto a los aficionados y a la fiesta y he llegado a la conclusión de que ninguna de mis lecturas es la acertada. Un pliego que obliga a la empresa a incluir una ganadería peruana, un hierro de reconocido prestigio del gusto de las figuras por motivos en los que no hace falta entrar, una autoridad sin mando en la plaza y un equipo veterinario que brilla por su ausencia y que nunca debió dejar llegar al ruedo a semejantes ejemplares. Insisto en que buscar culpables sin conocer los entresijos no haría justicia ni al empresario, ni a los apoderados, ni a nadie.
Una cosa sí está clara, si existe la vergüenza torera, debería existir igual la vergüenza ganadera y más allá de interpretaciones de antropología cultural existe una sola verdad, la afición y el amor por el toro bravo. Lo de hoy ha sido una verdadera falta de respeto a la fiesta que soy incapaz de interpretar.
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