JUAN ANTONIO DE LABRA
AL TORO MEXICO.COM
Mariano Ramos Narváez nació el 26 de octubre de 1952 en
la Ciudad de México, y se crió en el barrio de La Viga, donde se hizo
charro antes que torero, de ahí que durante toda su carrera se le
conociera como el torero-charro de La Viga, apodo que reflejaba a la
perfección esta dualidad de dos aficiones que tanto le apasionaron en su
vida: la charrería y el toreo.
Desde su infancia estuvo vincluado al ganado, debido a que su padre, don Rafael Ramos, era un charro consumado. Y sus hermanos mayores, Rafael y Pepe,
que es veterinario, y también porque la charrería era algo
consustancial a su existencia. De tal forma que no fue complicado verlo
ponerse delante de becerros y becerras, o toros criollos y cebúes, para
dar rienda suelta a su afición taurina que, andando el tiempo, tomó
forma con su debut vestido de luces.
Mariano se
presentó como novillero a finales de los sesentas, y tras sumar algunos
pocos festejos formales, pero ya con una sólida experiencia a
cuestas, hizo su primer paseíllo como novillero en la Plaza México el
domingo 18 de julio de 1971, donde actuó al lado de Arturo Magaña y Mauricio Lavat, en la lidia de ejemplares de la Viuda de Fernández.
Tras la muerte del primer novillo, de nombre "Pollito", dio una vuelta
al ruedo; y al sexto, llamado "Auditor", le cortó uan oreja.
En
el coso de Insurgentes toreó hasta ocho novilladas en aquella Temporada
Chica, con el corte de varias orejas, y fue así como, en poco tiempo, se
ganó una alternativa de categoría en la plaza "Revolución" de Irapuato,
la tarde del 20 de noviembre de 1971. Su padrino fue Manolo Martínez, que ya era una figura consagrada, y el testigo, Francisco Rivera "Paquirri", con toros de Santacilia.
Mariano
siempre demostró una gran facilidad para comprender las reacciones de
los toros, así como un oficio natural, fundamentado en el poder de la
técnica. Su amplia claridad de ideas, el conocimiento de los terrenos y
las distancias, así como su sólido valor, fueron los argumentos que
caracterizaron a su tauromaquia hasta llevarlo a ser un virtuoso de la
lidia.
El 5 de diciembre de 1971 confirmó su doctorado en La
México, de manos de su padrino de alternativa: Manolo Martínez, que le
cedió la muerte del toro "Antequerano", de Tequisquiapan, en presencia de Antonio Lomelín. Y
fue de esta ganadería, precisamente, el formidable "Azucarero", al que
el torero charro realizó una de sus faenas más importantes en este
escenario, realizada el 9 de febrero de 1975. Aunque tampoco sin dejar
de olvidar, por supuesto, al magnífico "Abarrotero", de José Julián Llaguno, al que indultó el 6 de enero de 1974.
En
el año de 1974 hizo una extensa temporada española de 27
corridas. Debutó en Castellón, en la Feria de la Magdalena, donde
consiguió un valioso apéndice; y pocos días después actuó con éxito en
Valencia, donde salió por la puerta grande. Su confirmación de
alternativa en la plaza de Las Ventas de Madrid, hecho que tuvo lugar la
tarde del 18 de mayo de aquel año en una corrida donde la empresa
concitó un cartel muy original, pues fue Curro Romero su padrino, ante el testimonio de Fransico Rivera "Paquirri", con toros de Baltasar Ibán.
A
sus triunfos en plazas de España y México se sumaron largas campañas en
Suramérica, donde consiguió acreditar su cartel en varias plazas de
Venezuela y Colombia, donde cosechó triunfos apoteósicos y se había
convertido en un ídolo. Se recuerdan con cariño sus faenas en la plaza
de "Cañaveralejo", de Cali.
Prueba de ello, y en el cénit de su carrera, cuajó la inolvidable faena el toro "Timbalero", de Piedras Negras, en la Plaza México, premiada de manera rácana con una oreja. En esa corrida del 21 de marzo de 1982 -hace ya treinta años- Mariano se impuso con autoridad y gallardía a la fiereza del toro de don Raúl González,
al que después de domeñar con un gran conocimiento de causa, metió en
la muleta para sacarle muletazos largos, templados y mandones, en medio
de la conmoción del público, que no daba crédito a lo que estaba viendo.
Y
una década después, el 28 de noviembre de 1992, cuajó una de las tardes
más importantes de su carrera en La México, delante de una corrida
cinqueña de José Julián Llaguno con la que le pegó un repaso al maestro José Mari Manzanares en aquel improvisado mano a mano, cuando Jorge Gutiérrez, que era el tercer espada del cartel, decidió no torear esta corrida porque se sentía fatal.
El indulto del toro "Tocayo", de Garfias,
en la Feria de Aguascalientes de 1993 fue otro de los momentos
estelares de su vida, y ahora mismo faltaría tiempo y horas de estudio
para poder describir tantas y tantas tardes de triunfos... y maestría.
Su
dilatada carrera vio pasar años de gloria y las mil corridas, siendo
uno de los toreros que más paseíllos han hecho en la historia de la
Plaza México, escenario donde le hubiese gustado despedirse con dignidad
y que, por azares del destino, fue una de sus asignaturas pendientes.
Aunque pensándolo bien, dio la impresión de que no lo buscó con tanto afán, pues Mariano
sabía que iba a seguir toreando en esos pueblos de Dios, donde se
sentía a gusto con la gente; donde disfrutaba una corrida, un festival
vestido de charro y un buen pulque al final de la jornada, en compañía
de los lugareños. Torero, al fin y al cabo, murió en activo, ya que el
registro de su última corrida data del reciente 19 de marzo, en San José
del Rincón, Estado de México.
Su inesperada y triste
desaparición deja una estela de torero recio, pundonoroso y con sabor
muy mexicano. Un lidiador de pies a cabeza que fue muy poco castigado
por los toros, ya que sólo tenía una cornada chica en una axila y
algunas fracturas de huesos que no revistieron mayor gravedad.
La afición de Mariano
fue desmedida: todos los días se paraba antes de que anunciara el alba y
se iba a entrenar de manera incansable, lo mismo ensayando el toreo de
salón que con vacas toreadas, en puntas, que pedía a sus ganaderos
amigos. Y ayudó a muchos novilleros, sobre todo a los que le aguantaban
el tirón entrenando, pues a veces, inclusive antes de una tienta, los
ponía a embestir de salón en la placita de cualquier rancho.
Detrás
de su trato -a veces huraño-, se escondía un hombre entregado y
noble cuando se sentía en confianza. Astuto para desenvolverse por la
vida y ágil de mente, Mariano Ramos era un torero de los de antes: de pocas palabras en la calle... y muchas virtudes en la plaza. Adiós, maestro.
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