La tarde del miércoles 5 de éste mes,
fue frustrante para la afición taurina en Venezuela. Todos esperábamos
desde horas de mediodía la tan ansiada transmisión por TVE, el anuncio
del inicio de la corrida de toros, donde reaparecía José
Mari Manzanares, con un cartel que completaban El Juli y Alejandro
Talavante, en la primera de la Feria de Valladolid. Dimos como un hecho
que la transmisión no se daría y nos fuimos a dormir. Pero en mi caso,
que no soy de aquellos que duermen más de siete
horas ininterrumpidas, a primera hora de la madrugada estaba despierto y
como un reflejo encendí el televisor y para gran sorpresa, apareció en
la pantalla la tan ansiada transmisión. Se lidiaba el segundo toro de
la tarde por ese gran torero Julián López
“ El Juli”, quien ejecutaba una faena de poderío la cual coronada con
una estocada, le mereció el premio de una oreja. Me llamó la atención ya
terminando la faena, unos acertados comentarios que con gran precisión
hacía una persona desde los micrófonos de
TVE. Más tarde, me enteré que como comentarista de la corrida estaba,
al lado de Federico Arnás y Carlos Raúl Villasuso , una gran figura del
toreo, nada menos que” El Niño de la Capea”, Pedro Gutierrez Moya. No
se pudo escoger a alguien mejor para comentar
esa gran tarde de toros. El Capea estuvo inmenso, me pareció como si
estuviera en una clase práctica de tauromaquia, sus comentarios sobre el
comportamiento de los toros, sobre la lidia que desarrollaba el torero,
aquellos estilos de torear de cada uno de
los matadores en función del toro que tenían enfrente, el juicio sobre
los terrenos del toro y torero, la evaluación del cada uno de los toros
en los tres tercios de la lidia, fue una cátedra de sabiduría taurina.
Confieso que a pesar de tan temprana hora
de la mañana, en una soledad y silencio nocturnal, me emocioné tanto
como si estuviera en la plaza. Aquellas intervenciones de ese gran
maestro y amigo, como lo ha sido Pedro Gutierrez Moya, daban motivo para
entender la grandeza del toreo, esa inteligencia
de los toreros para entender al animal, guardando las distancias,
haciendo el toreo por bajo y por alto, consintiendo al animal o
castigándolo para amalgamar en su lidia una faenas de inteligencia y
poder. Lidiaban tres figuras del toreo un encierro de distinta
bravura, lo cual daba motivo para pensar y decidir la técnica y
estrategia de cada toro, y en ese escenario la palabra de El Capea,
analizando y comentando lo que el toro hacía y como el torero sabiamente
lo lidiaba. La tarde fue redonda, pudo haber sido apoteósica
si la suerte de matar hubiese sido mejor. Pero si dos toreros salieron
en hombros por la Puerta Grande, también los que tuvimos la suerte
mañanera de verla, llevábamos a hombros en nuestra memoria al Niño de
la Capea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario