MANOLETE
EL VITO
El 28 de agosto de 1947 fue un día muy
caluroso en la península Ibérica. El ambiente estaba caldeado, en lo político y
en lo militar. La opinión pública se estremeció como causa de los sucesos de
Cádiz, donde un polvorín estalló y destruyó media ciudad.
En Londres el primer Ministro Clement Richard Attlee había
regresado de sus vacaciones y se prestaba reiniciar sus labores al frente de
los destinos de la Gran
Bretaña.
En pleno Atlántico los emigrantes judíos a
bordo del barco Ocean Virgour
declararon: Antes nos echaremos al agua
que desembarcar en Hamburgo. Vamos camino a la tierra prometida.
En la India ocurrieron sucesos aterradores: 200 mil
muertos en Lahorra. ¡Degollados!
El racionamiento de pan en Francia llegó al
orden de 200 gramos
diarios por persona.
Las noticias más importantes en el medio
taurino tenían que ver con la solicitud hecha al presidente Juan Domingo Perón
por el matador de toros Raúl Acha Rovira, para que permita la celebración de
corridas en Argentina y la inauguración de la Feria de Linares con el cartel de seis toros de
Miura para Rafael Vega de los Reyes Gitanillo
de Triana, Manuel Rodríguez Manolete y
Luis Miguel Dominguín.
ooo000ooo
En el libro número 28 de Bautismo de la Iglesia Parroquial
de San Miguel de Córdoba está escrito en la partida bautismal de Manuel
Laureano Rodríguez Sánchez, que nació en la madrugada del 4 de julio de 1917 en
la casa número 2-A de la calle Torres Cabrera. La ceremonia religiosa del
Bautismo tuvo lugar el 9 del citado mes y año. La madre del recién nacido varón
se llamaba Angustias, era de Albacete y había sido criada en Córdoba. Muy joven
casó con Rafael Molina Lagartijo Chico. Matador
de toros en auge para la época. Lagartijo
Chico fue compañero de Machaquito
en la cuadrilla de Niños cordobeses. Rafael
Molina falleció muy joven, y Angustias Sánchez contrajo nuevas con otro torero,
con Manuel Rodríguez Manolete, quien tendría una dilatada
actividad como profesional del toreo. Manolete
padre, como lo distinguen los historiadores taurinos, llegó a actuar un
buen número de oportunidades en ruedos venezolanos. Era hijo del banderillero
Manuel Rodríguez, el primer Manolete
de la historia y hermano de José Dámaso Rodríguez Pepete, que murió en Madrid en los pitones del toro de Miura Jocinero el 20 de abril de 1862.
La noche del 27 de agosto se desplazaba un
coche Hispano Suizo por la carretera Jaén-Madrid; era un coche azul que llevaba
dentro al torero más polémico de la época, a la máxima figura de la torería. La
policromía de los carteles colocados a la entrada de los pueblos de Jaén,
anunciaba las corridas de la
Feria de Linares, iluminados con el amarillento titilar de
las lámparas en las esquinas de las blancas calles andaluzas. El coche azul de
Manolete se comía el viento, porque parecía que no llegaba a tiempo a la
eternidad. En los corrales de la plaza de Linares estaba una corrida de Miura.
Entre los seis toros, uno cárdeno, bragado, agalgado, cariavacado, cornicorto,
de nombre Islero.
Manuel Laureano Rodríguez Sánchez era de niño
muy pálido, débil e instintivamente triste; a los cinco años había quedado
huérfano de padre, fallecido tras una larga convalecencia. Manolete padre, al morir, se llevó la llave de la despensa. Sin
recursos, Angustias Sánchez, sus hijas y su hijo Manolo, vivían en la casa
número 4 del barrio de Santa Marina. La infancia de aquel que asombraría al
mundo con su toreo, fue de estrechez económica, de hambre disimulada. Supo de
la comida escasa y de la ropa zurcida. Cuando era niño no veía un bocadillo,
como no fuera en un bautizo, referiría Manolete más tarde a un periodista
estando ya en el pináculo de la fama. Desde los seis a los once años fue alumno
del Colegio de los Salesianos de Córdoba. Las condiciones del hogar le hicieron
hombre prematuramente y con el precoz raciocinio pudo comparar la bonanza en
que vivían los toreros y la miseria con la que se nutrían los que no lo eran.
Esa contundente razón, además que por sus venas corría un torrente de sangre
torera, influyeron para que el sobrino nieto de Pepete y Machaquito y el
hijo de Manolete, pensara en abrazar
la carrera del toreo.
Islero había nacido en la
finca La Cascajosa , donde pasen las vacas de la familia
Miura. El becerro había sido destetado de la vaca Islera y en el herradero lo habían marcado con el número 22. En el
tentadero de machos Islero no dijo
nada especial. Fue un novillo normal. Le separaron para una corrida de toros
que iba a Murcia, como lo fueron los cinco hermanos que le acompañaron en los
corrales de la plaza de Linares. Quince días antes de la Feria de San Agustín, Pedro
Balañá llamó a Eduardo Miura para decirle que necesitaba que la corrida que
estaba destinada a lidiarse en Murcia se lidiara en Linares. Eduardo Miura le
dijo al empresario catalán que se había comprometido con la gente de Murcia, a
lo que Balañá le dijo que él se responsabilizaba y arreglaría el asunto con los
murcianos.
—Tu no te preocupes, que no tienes que hablar
con nadie, esa corrida me la llevo yo a Linares, yo te arreglo todo, hablo con
quien tenga que hablar y arreglado. ¿Estamos?—.
Paco Casado fue a la casa de Miura y apartó
la corrida, normalmente, embarcó los toros y se los llevó a Linares. Islero,
como sus hermanos, salió directamente de la finca de Miura a Linares, es falso
que hubiera antes ido a alguna plaza en el norte. A los años de la tragedia de
Manolete, Tico Medina le preguntó a Eduardo Miura si Islero había sido afeitado. Respondiendo el ganadero, muy
solemnemente: “pienso yo que no le quedarían pitones al toro entonces, porque
lo que es verdad es que era un toro cornicorto, astigordo, de pitón ancho, de
mazorca grande”.
Un día de 1929 Manolete, alentado por un
primo, fue al herradero de la finca de Lobatón. En Lobatón hizo su debut con
una becerra de media casta; y desde su primer día logró entusiasmar a quienes
le vieron. Manolete recordaba luego
que sinceramente no sabía cómo había estado, pero que a Lobatón había ido
andando y regresó a Córdoba en el coche del ganadero. Luego vinieron muchos
tentaderos. En casa de Florentino Soto Mayor recibió su bautismo de sangre. Su
presentación con público fue en 1930, en un festival organizado por Rafael Saco
Cantimplas, donde alcanzó un gran triunfo al torear con
depurado estilo una becerra. Le contrataron luego a unos festivales en Montilla
y Bujalance y el 2 de diciembre tomó parte en una becerrada; en 1931 actuó en
Cabra con Juanita Cruz y Manuel Rodríguez, Bebe
Chico, su primo, siendo la primera novillada vestido de luces en la que
actuó el cordobés. Sus destacadas actuaciones lo llevaron hasta Madrid, donde
se presentó en la plaza de Tetuán de las Victorias. El acontecimiento ocurrió
el primero de mayo de 1935, con reses de Esteban Hernández. Varelito Chico,
Liborio Ruiz y Silverio Pérez le acompañaron a Manolete en el cartel. La critica habló mal de su estilo, más
destacaron su fácil manera de estoquear que su estilo para torear. Le
repitieron en Tetuán con Silverio Pérez el 5 de mayo. Estas dos tardes fueron
las dos únicas veces que Manolete actuó de novillero en Madrid. Más tarde iría
en plan de figura arrolladora.
“¿Cómo está la corrida?”. Sobre la cama de su
habitación en el Hotel Cervantes de Linares, Manolete descansaba. La persiana impedía que el radiante sol
andaluz penetrara en el cuarto. Vestido con una bata azul de lunares blancos
Manuel Rodríguez le hizo la pregunta a Camará.
“Muy bonita”, dijo don José Flores, al
instante que Chimo, su mozo de espadas, en un silencioso ritual comenzaba a
preparar las cosas para la corrida. “Chimo, ¿qué vestido vas a sacar?”. “El
rosa, maestro”. “Ve si hay un par de medias de las que usamos en Barcelona. Las
otras se arrugaron y me molestan”. Se volteó y cerró los ojos. No le molestaron
hasta pasadas las doce del día cuando comió muy ligero: un filete de ternera,
uvas y café con leche. Encendió un cigarrillo, fue al cuarto de baño a bañarse
y afeitarse. Desde temprano los amigos fueron a verle; Álvaro Domecq, Ricardo
García K-Hito, el periodista que le
bautizó en una estruendosa crónica Monstruo,
y otros. Chimo había colocado sobre la mesa las estampas religiosas y bajo el
capote de paseo, en un rincón y sobre una silla, el traje de luces, la camisa,
las medias. Bajo todo, las zapatillas desanudadas, en posición de firmes,
dispuestas a hacer el ultimo paseíllo.
Convertido en figura del toreo llega Manolete
a Sevilla la tarde de su alternativa el 2 de julio de 1939. Había toreado 68
novilladas con picadores, después de su presentación en Madrid con Silverio
Pérez. La tarde en la
Maestranza era de acontecimiento taurino; Manuel Jiménez
"Chicuelo" el creador de la faena moderna como padrino y de testigo
otro sevillano: Rafael Vega de los Reyes, "Gitanillo de Triana". Los
toros de Clemente Tassara; el de la alternativa se llamó "Mirador" y
Manolete le cortó las dos orejas. La cuadrilla formó con Catalino y Zurito, de
Picadores, Virutas, Cantimplas y Blanquito, de banderilleros. Confirmó el
doctorado el Día de la
Hispanidad , 22 de octubre, con Marcial Lalanda de padrino y
con toros de Antonio Pérez. Esa tarde también confirmó el entorchado el hijo de
Juan Belmonte. Manolete salió a hombros por la puerta grande.
Dice don Ventura que "desde aquella
tarde la afición se "manoletizó", pues la erecta posición vertical
del diestro cuando toreaba, su espigada figura, el ritmo que imprimía a sus
movimientos, la precisión admirable que daba su toreo, sin concesiones de mal
gusto, su recia personalidad, en suma, imprimieron a su singular estilo gran
solemnidad y empaque".
Ya todo estaba listo para que los clarines y
los timbales anunciaran la salida del quinto toro de la tarde, de
"Islero", número 22 de la ganadería de Miura y que le correspondía en
segundo turno a Manuel Rodríguez "Manolete".
Rafael Vega de los Reyes, Gitanillo de
Triana, había estado muy bien en su primero, en especial con el capote,
escuchando una gran ovación y petición de oreja; con el cuarto de la tarde
Gitanillo más bien abrevió, dadas las condiciones del miureño. Además, él
estaba de relleno, la gente había ido a ver a Manolete frente al joven
madrileño Luis Miguel, quien venía arrollando, dispuesto a quitar de su sitio
al cordobés, Buscando guerra sin dar cuartel.
Dominguín con el tercer toro de la tarde
había cortado una oreja; había realizado una faena valentona, con pases de
rodilla, desplantes y esas cosas que agradece el graderío y que exaltan cuando
desean quitar a alguien del medio. A Manolete lo querían quitar de en medio,
triunfaba demasiado, ganaba mucho dinero y nunca perdía.
Manolete había matado al segundo de la tarde
luego de lidiarle en medio del contento general; con la capa había bordado el
lance a la verónica, con la muleta inició el trasteo con tres pases por bajo,
siguió con cuatro naturales de sensación, dos más; manoletinas, música y mata
de pinchazo y estocada sin descabello. Le ovacionaron, saludó desde el tercio y
al toro le pitaron en el arrastre.
Islero pesó en vivo 495 kilos; era cárdeno
entrepelado, astigordo y cornicorto. Manolete lo recibió con tres verónicas
superiores. Luego de que "Islero" fuera picado, sin que se comportara
como bravo en los caballos, Manolete inició su faena con cinco naturales y
desafió al toro metiéndose en medio de los mismos pitones. Otra serie de
naturales, superior. Otra serie de naturales. Cayeron prendas de vestir. Cuatro
manoletinas inmensas, pases por alto colosales y siguió con otros diversos.
Entró a matar, dejándose ver, colocando un estocadón a la vez que salió
prendido y derribado. En brazos de los asistentes fue conducido a la
enfermería, al parecer con una cornada, pues llevaba la ingle llena de sangre.
A la enfermería le llevaron las dos orejas y el rabo que le habían sido
concedidas.
Luis Miguel, con el sexto dio una vuelta al
ruedo.
La corrida de Miura pesó, en canal, lo
siguiente: 263,5; 279,5; 266,5; 289,5; 295 y 296 kilogramos . Un
promedio en vivo de 480 kilos. Islero pesó 495 kilos.
Al iniciarse la temporada de 1940 estaba en
la cúspide de la fama; en 1939 toreó 16 corridas en España y Portugal; 50 en
1940; 55 en 1941; 72 en 1942; 75 en 1943; 93 en 1944; 75 en 1945. Descansó en
1946 toreando sólo una corrida y en 1947 se vistió de torero 21 tardes. Le dio
la alternativa a Manolo Martín Vásquez, Pedro Barrera, "Morenito de
Talavera", Manolo Escudero, Angelete, "El Choni",
"Parrita" y Rafael Llorente.
En América fue torero de impacto. Tal vez su
rivalidad con Carlos Arruza, pugna que revivió la que en pretéritas épocas
sostuvieron Gaona y Gallito, hizo que el pueblo Azteca viera a Manolete como un
elemento de rivalidad para su ídolo, "El Faraón de Texcoco", Silverio
Pérez. Su presentación en Ciudad de México fue el 9 de diciembre de 1945, con
toros de "Torrecillas"; torearon con Manolete los mexicanos Silverio
Pérez y Eduardo Solórzano. Llegó a vestirse 31 veces de torero en México. Sus
mano a mano con Lorenzo Garza, Armillita, Silverio y Procuna fueron
inolvidables; México lo convirtió en un ídolo y le dio a ganar mucho dinero;
pero Manolete se sintió mejor que en ninguna parte en suelo mexicano, allí
realizó las mejores faenas de su vida; su presentación en México tuvo las dos
caras de su vida, un rabo en el primero y una cornada en el segundo. Dos caras
ante una misma actitud, la entrega, la verdad y la honestidad como torero.
También le idolatraron los públicos de Perú,
Colombia y Venezuela; en nuestra tierra actuó tres tardes, dos en la Maestranza de Maracay y
una en un festival en el Nuevo Circo de Caracas. En Maracay reinauguró la plaza
de toros que fuera construida por el General Juan Vicente Gómez.
El primero de mayo de 1946 actuó con Julio
Mendoza y el peruano Alejandro Montani lidiando astados de Guayabita y el 12 de
mayo del mismo año toreó mano a mano con Carlos Arruza reses de la misma
procedencia. Los toros guayabiteros fueron rechazados en Caracas por falta de
peso, edad, y trapío y por dar la corrida, a como diera lugar, el apoderado de
Arruza, Andrés Gago, quien a la vez fue el organizador de la "Temporada
Monstruo" se fue a Maracay y abrió las puertas de la olvidada Maestranza.
En Caracas toreó con Arruza, Mendoza y los
hermanos Ricardo y Oscar Martínez en un festival a beneficio de la campaña de
alfabetización.
Esa fue toda su actuación en tierras
venezolanas y que los aficionados de aquella época, los que hoy se proclaman
tan severos, consideraron, a pesar de los becerretes que toreó Manolete en
Maracay, como de apoteósica.
Manolete llegó en estado de shock a la
enfermería. Como lo primero era atender al restablecimiento del estado
traumático, se le taponeó la herida y se le aplicaron los remedios de más
urgencia. Los curiosos se apiñaron en la sala de curas de la plaza de Linares,
tal vez demasiados curiosos que impedían se desenvolvieran médicos y enfermeras
con libertad. No había sábanas y tuvieron que colocarlo sobre capotes de brega.
Se tuvieron que buscar vasos en una tasca frente a la plaza, no los había ni
para tomar agua en la enfermera de Linares. Los doctores Carbonell y Garzón le
hicieron la primera operación y la primera sangre la recibió de un cabo de la
policía de nombre Juan Sánchez. El parte facultativo decía: "Herida de asta de toro situada en el ángulo
izquierdo del triángulo de Scarpa, con un trayecto de veinte centímetros de
longitud de abajo hacia arriba y de adentro afuera ligeramente de delante
atrás, con destrozo de fibras musculares del sartorio, fascia cribiforme, recto
externo, con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vascular
nervioso y la arteria femoral en una extensión de cinco centímetros y otro
trayecto hacia abajo y hacia afuera de unos quince centímetros de longitud, con
extensa hemorragia y fuerte shock traumático. Pronóstico: muy grave".
¡Ay Pelu! ¡Hoy duele mucho la ingle! "Le
dice a su primo y banderillero Cantimplas". ¡Pepe, qué susto he pasao!
¿Ese sitio es muy malo? Le pregunta ahora a Camará, su apoderado.
De la enfermería de la plaza lo llevaron al
hospital de Linares. Inyecciones de suero fisiológico, cafeína, antitoxinas,
cardiazol, efedrina, todo lo que la ciencia médica podía emplear. Pero Manolete
no reaccionó nunca del shock.
“Me encuentro muy mal”, le dijo a don Álvaro
Domecq. “¿Maté al toro de la estocada? ¿Y no me han dado ni una oreja?”. Al
saber por Camará que le dieron las dos y el rabo se sonrió; él, que nunca
sonreía, lo hizo al borde de la muerte. Luego volvió a exclamar: “¡Dios mío,
qué malo me encuentro! Álvaro, tráeme mis medallas. Cómo sufrirá mi madre”.
A las cuatro de la tarde palideció con
matices trágicos. Reconoció a Domingo Ortega, que acababa de llegar. Diez
minutos más tarde llegaba el doctor Jiménez Guinea, y le dijo: “Don Luis. ¿No
me mete usted la mano?”. Al cabo de un tiempo preguntó: “¿Tengo los ojos
cerrados?”. ¡Y los tenía abiertos! Vidriosos por la proximidad de la muerte.
Unos minutos antes de las cinco sobrevino un
colapso por el shock, y el capellán del hospital le suministró la Extrema Unción. Su
última palabra fue para llamar a su peón de confianza: ¡David!
A las cinco entró en agonía. Sin estertores
ni angustias, ni suspiros... Inclinó la cabeza a la derecha, como si buscara
con su ciega mirada un camino de salvación. El doctor Tamames, que le sujetaba
el pulso, exclamó:
¡Ha muerto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario