sábado, 19 de mayo de 2012

Martha González de Haro fue un tesoro de amistad y de dignidad taurina mexicana


Víctor José López
EL VITO


A mis amigos Manuel y Jorge, allá en aquella helada sabana donde nos conocimos entre piedras y magueyes








El pasado 15 de mayo tuve un muy agradable tropiezo cuando me dirigía a mi barrera en la plaza de Las Ventas. Fue un encuentro inesperado con Jorge de Haro, ganadero mexicano a quien conocí cuando era un mozalbete en el tentadero de la ganadería de su padre, don Manuel de Haro. Fue en aquella plaza de la estepa tlaxcalteca, cuando el madrileño Antonio Chenel “Antoñete” se preparaba para su reaparición en México. Manuel de Haro “le premiaba” al torero del mechón la gran tarde que en Caracas  nos brindó con los toros cárdenos de De Haro.
Tuve el privilegio, junto a mi compadre Raúl Izquierdo, de ser anfitrión en Caracas de don Manuel y de su hermosa y muy amable esposa, doña Martha González de De Haro.
Este día, el 15 de mayo en Madrid, a Jorge le acompañaba su querida Patricia Lebrija de De Haro. Por ellos me enteré de la muerte de mi admirada doña Martha, a quien me unió el afecto, a ella, a su esposo y a sus hijos.
Hoy quiero recordarla, a la bonita doña Martha,  recordando una travesura de su hijo Manuel, cuando Manolo vino a Venezuela con unos toros de De Haro que se lidiaron en Maracaibo.
Fue así, un día Manolo y un grupo de amigos, entre quienes se encontraban Antonio Arteaga “Arteaguita”, Jesús Salermi y Oscar Aguerrevere, uno de los ganaderos de “Tierra Blanca” y destacado gerente de la aviación comercial venezolana, discutíamos el inagotable tema del toro de lidia mexicano, el toro de España y las importaciones hechas a Venezuela por los criadores nacionales.
 Hubo un momento de intransigencia, especialmente por parte de Aguerrevere, que en ese momento deseaba encender un cigarrillo pero no tenía fósforos ni mechero. Al solicitarle fuego a Manuel de Haro, el hijo de doña Martha le acercó  un yesquero, encendido, y a medida que Oscar Aguerrevere le acercaba el cigarrillo,  con intención de encenderlo, de Haro le alejaba y bajaba el fuego. Así hasta que literalmente dobló Oscar Aguerrevere, a lo que de Haro dijo:
-       Esta es la diferencia, la gran diferencia entre el toro mexicano y el toro de España. ¡Así  humilla el toro de México!


 La señora Martha González de Haro, madre de Manuel de Haro,  es nieta, sobrina, hija, hermana, prima y madre de ganaderos de reses bravas. Está hermosa señora, es un estandarte de los ganaderos fundadores de los más célebres hierros la histórica región de Tlaxcala, ganaderías que sostuvieron sobre sus hombros, durante muchas décadas, el desarrollo de la fiesta de los toros en México y en gran parte de Sur América.

De acuerdo a datos que gentilmente me suministró su esposo, don Manuel de Haro,  en largas,  muy amenas, e  instructivas conversaciones que he tenido con su hijo, el licenciado Jorge de Haro González, un destacado abogado, aficionado de categoría que conoce y vive la fiesta de los toros bajo un prisma muy realista y objetivo. Jorge llegó a ser Presidente de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia a tempranísima edad y Presidente de la Conferencia Mundial de Ganaderos, hombre de envidiable cultura taurina y apego por las cosas de su tierra.
Todo nació en 1835, cuando don Mariano González Fernández arrendó la hacienda San Mateo Huiscolotepec en el Estado de Tlaxcala.
Años más tarde, en 1856, el señor González Fernández adquirió la propiedad de Huiscolotepec, que es la famosa hacienda de Piedras Negras, cuyo casco aún hoy día se erige altanero y desafiante en predios tlaxcaltecas, con sus paredes de piedras enmohecidas y ennegrecidas por el paso del tiempo, una construcción de duro carácter que surge en medio del frío de la región, con paredes orgullosas que son símbolo de la época dorada del toreo mexicano.

Don Mariano tuvo nueve hijos. De los nueve, José María era muy aficionado a los toros.

José María González Muñoz, hijo de don Mariano, nombre importantísimo en la historia de la ganadería brava, se asoció con un primo hermano suyo, José María González Pavón, que era propietario de Tepeyahualco, para con ganado de San Cristóbal de la Trampa-ganado criollo, cunero-, fundar la ganadería de Piedras Negras.
Las fincas en México en esa época le daban sus nombres a las ganaderías bravas. Lo contrario de España, y lo contrario del México moderno, donde los hombres le ceden sus nombres a los hierros ganaderos y donde las ganaderías desde los primeros tiempos adquieren los nombres de sus propietarios.
 Con mucho entusiasmo los González iniciaron la cría del ganado bravo en los desafiantes terrenos de Tlaxcala, que a ratos se parecen a las estepas con fríos vientos capaces de cortar la cara como su de hojas de filosos puñales se tratara.
Eran aquellos González muy buenos vaqueros, hombres de a caballo que faenaban con destreza en los fríos y áridos campos de Tlaxcala.
También entusiasmados se unieron a la cría del ganado los hermanos de don José María González: Manuel y Carlos, fundando una familia ganadera de gran importancia para México.
Don José María González, fundador de Piedras Negras, hizo un negocio con el matador de toros bilbaíno Luis Mazzantini, en una de las temporadas que “Don Luis” vino a América.
 El negocio entre don José María González Muñoz y Luis Mazzantini consistió en la venta de un toro español, a la ganadería de Piedras Negras, de la ganadería de don Pablo Benjumea que había sobrado en la temporada realizada en la Plaza Colón de la ciudad de México el año de 1888.
Este toro de Benjumea fue el primer semental español que padreó en Piedras Negras.
Al fallecer uno de los socios de Piedras Negras, don José María González Pavón, que era propietario del antiguo hierro de Tepeyahualco, en la partición de la herencia el ganado fue a parar a los potreros de las fincas de Zotoluca, La Laguna, Piedras Negras, Coaxamalucan y Ajuluapan.
Rota la sociedad por la desaparición de uno de los socios, don José María González Muñoz dejó que sus hijos Lubín y Romárico tomaran las riendas de Piedras Negras y se fue a vivir a los predios de Zacatepec, en una casa que diseñó y edificó especialmente para su retiro.

Carlos González Muñoz, hermano de José María e hijo de Mariano González Fernández, fundó con reses de Piedras Negras la ganadería de Coaxamalucan, divisa de tardes memorables en Venezuela, como fue aquella cuando César Girón en Caracas le cortó un rabo a uno de estos encastados toros, o aquella otra cuando en el mismo Nuevo Circo el joven espada guariqueño Celestino Correa se encerró en solitario con seis estupendos ejemplares de la familia González.
La fundación de Coaxamalucan ocurrió en 1907, en el poblado tlaxcalteca conocido como San Lucas Coaxamaluca, que no es más que una fracción de la hacienda de San Mateo Huiscolotepec.
Un año crucial para la cría del toro de lidia en Tlaxcala fue el de 1908. Ocurrió que dos de los hijos de don Manuel González Muñoz, Lubín y Romárico, se separaron y cada cual fundó su ganadería.
Lubín se quedó con Piedras Negras y le agregó unas vacas y un toro españoles, que estaban en Tepeyahualco. Las vacas, diez en total, y el toro, pertenecían todos a la ganadería sevillana del marqués de Saltillo.
Romárico, por su parte, reunió el ganado bajo la denominación de “La Laguna” con vacas de Tepeyahualco y un toro de Ibarra.
Los fundadores, don José María González Muñoz, retirado en Zacatepec y don Carlos González Muñoz, de Coaxamalucan, y Romárico González González, fallecieron entre 1915 y 1918.

Los herederos, Wiliulfo González y Lubín González, hicieron de La Laguna y de Piedras Negras dos estupendas ganaderías que muy pronto alcanzaron renombre internacional, pues fueron los toreros, las grandes figuras del toreo, los heraldos que se encargaron en lanzar a los cuatro vientos las bondades de los toros de Tlaxcala a los cuatro rincones del universo del toreo; y lo lograron con los toros y las vacas de Saltillo. De tanta categoría los productos laguneros, que en 1929 se dieron el lujo y el gusto de enviar sus toros a España, a la plaza de El Chofre en San Sebastián, que fueron lidiados por el mexicano Heriberto García (torero que cortó un rabo en Madrid) y las figuras del toreo español Marcial Lalanda, Joaquín Rodríguez “Cagancho” y Manolito Bienvenida en el momento de su plenitud profesional.
La gente de Tlaxcala se ha apegado a la escuela de sus ancestros. Una actitud que los llena de orgullo. Hoy el ganadero de Piedras Negras es Raúl González, que se encargó de la ganadería en 1952 cuando su hermano Romárico, que había manejado Piedras Negras y La Laguna, le cedió la conducción de la histórica vacada. Romárico había heredado la responsabilidad en la dirección de la ganadería prócer de Tlaxcala en 1941, cuando murió trágicamente su hermano Wiliulfo en un coleadero en la plaza de tientas de la hacienda San Mateo Huiscolotepec, al caer de un caballo.

Wiliulfo hizo muchos tentaderos a campo abierto, en colleras de caballos, como se estila en algunas ganaderías andaluzas. La faena campera andaluza siempre le atrajo y como era un grandioso caballista y buen torero de a pie, sintió que de esa manera se integraba más aún a la formación de su ganadería. Pero Wiliulfo era muy campero, campero mexicano, y como toda su familia gustaba de las cosas de su campo, de su charrería y faenas campiranas entre las que estaba el colear ganado.

 El tentadero de Piedras Negras, como sucede con muchos tentaderos y lienzos charros en México, sirve para cumplir las dos funciones: la de torear a pie y la de colear a caballo; y fue, precisamente en Piedras Negras, en un coleadero, donde Wiliulfo González Carvajal perdió la vida al caer de un caballo.

Heredaron Piedras Negras doña Delfina González viuda de González y sus seis hijos: Romárico, Javier, Raúl, nuestra querida amiga Martha de Haro y Susana González González.

En el año de 1969 las tres porciones de la ganadería de La Laguna que eran propiedad de Romárico, Magdalena y Susana fueron adquiridas por el ingeniero Federico Luna, pero la cuarta parte integrada por las más puras reses de la vacada original, de las reses laguneras, de purísima procedencia saltillo, fueron adquiridas por doña Martha González de De Haro que guardó para ella el hierro lagunero.
Conocí a Manuel de Haro y a la señora Martha, que en la ocasión del primer viaje de los toros de De Haro a Venezuela.

Junto a mi compadre Raúl Izquierdo fuimos  a casa de Amadeo Costa, cuando este era propietario del restaurante de carnes La Estancia, en La Castellana; y en una entrevista de Haro me declaró al preguntarle si se pensaba en importar sementales a México, desde España, para refrescar la sangre del toro mexicano con una respuesta que provocó muchos comentarios en Venezuela e incluso una protesta de Palomo Linares a nivel internacional. Sus palabras de reprodujeron en México y en España.
- No; no hemos pensado en traer semen de España o en importar sementales; pero lo que sí tenemos claro es que la ganadería brava española necesita con urgencia refrescarse, y creo que lo más conveniente es hacerlo con semen del toro bravo de México.

Hizo referencia Manuel de Haro a la caída del toro español. Para 1976 la cabaña brava española vivía momentos muy preocupantes.
Hombre de teoría muy definida en la cría del toro de lidia, don Manuel de Haro no sólo ha luchado contra la inclemencia de los suelos de Tlaxcala, las heladas, la falta de recursos, sino a favor de un concepto de selección y de formación de la ganadería brava.

Los conceptos y criterios de don Manuel lo han enfrentado a los ganaderos de Zacatecas, los herederos de las teorías de don Antonio Llaguno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario