EL VITO
Madrid
(fotos Golfredo Rojas)
(fotos Golfredo Rojas)
Nahir Zambrano la tarde del 15 de mayo
reivindicó en la Plaza de Las Ventas la suerte de picar, la profesión del
picador de toros y, como si los logros taurinos no le fueran suficientes Nahir
reivindicó, con su triunfo y el reconocimiento de la afición de Madrid la
mancillada imagen del venezolano en el exterior.
Ya antes, cuando Rigoberto Bolívar fue a Las
Ventas con César Girón, los días gloriosos de Vicente Aray Camachito y Mario
González en las cuadrillas de Curro Girón el nombre de los picadores
venezolanos había sido honrado, pero el 15 de mayo pasado, sexto festejo de la
Feria de San Isidro, este barinés formado en los tentaderos de don Hugo Domingo
Molina, y convertido en profesional ante toros venezolanos en plazas de
Venezuela, se ha convertido en miembro de uno de los clubes más exclusivos del
toreo>: el de los picadores triunfadores en Madrid.
Como si fuera poco Zambrano lo hizo ante una
de las corridas más terroríficas que hemos visto. Ya se moría de miedo entre
barreras Julio Aparicio y Curro Díaz, lleno de voluntad, no pudo descifrar el
jeroglífico de la alimaña que había lidiado. Salió el tercero de El
Ventorrillo, castaño albardado como sus hermanos. De astas de impresionante
desarrollo, con las que aterrorizaba a los banderilleros de la cuadrilla de su
maestro, Eduardo Gallo. Un salmantino que hará un par de semanas dijo arrimándose
en esta Monumental de Las Ventas, que este ha de ser su año.
Nahir tuvo la suerte que el toro, inmenso
toro, se engallara en los medios y desde allí aceptara el reto con planteaba el
venezolano, que erguido sobre su montera y con el castoreño echado hacia atrás
provocara la embestida azuzando a la bestia, con voces agresivas aprendidas en el campo
bravo venezolano. El toro se le arrancó a cinco o siete metros. Un torbellino
con sus más de 600 kilos de peso y la
incontenible furia de su raza. Zambrano fue capaz de detener con un puyazo, bien colocado, la mano zurda con firmeza y l
las riendas sujetadas con destreza para conducir al valiente caballo en los
términos exigidos por la batalla planteada. ¡Qué imagen más torera! ¡Qué locura
en los tendidos! ¡Qué suerte la nuestra al poder ser testigos de tanta belleza!
El segundo puyazo tuvo mucha más emoción,
pues sin existir la sorpresa el picador venezolano vendió cada segundo su
artística y muy campera ejecución. Firme en la silla, el peso adelante y fija la mirada dejó el puyazo en todo lo
alto mientras del cielo, por cada escaño
de los tendidos, se desparramaba la tronante ovación para premiar la ejecución
de tan vilipendiada suerte.
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