jueves, 10 de mayo de 2012

Armando Reveron, otro gran artista venezolano aficionado a los toros




En el instituto San Jorge, que era privado, y dirigido por el Dr. Báez Finol, el Dr. Artiles Huerta estuvo siempre muy cerca de Armando Reverón. En una de las tantas veces en que visité al pintor César Cignoni en su casa de Los Chorros, el Dr. Héctor Artiles Huerta, también asiduo visitante a esa casa, me obsequió su libro titulado Casos Clínicos. En una parte del prólogo de esta publicación, el Dr. Ibáñez Petersen dijo lo siguiente: “…estudia la vida de los pintores venezolanos y sus vicisitudes psíquicas; recalca de manera muy especial la historia clínica de Armando Reverón, ese venezolano que demostró su grandeza enmarcada en su penumbra mental. Sus desajustes fueron tratados por el Dr. Báez Finol, pero quien realmente estuvo cerca de Reverón durante sus horas difíciles y en el momento de su muerte fue Héctor Artiles. Mucho se ha escrito sobre ese genio de la pintura venezolana, enfoques críticos de su obra han llenado páginas pero quizás la persona más autorizada para evaluar su patografía es Artiles porque vivió más cerca su tragedia. Este libro descubre aspectos poco conocidos de Reverón”. Caracas, 22 de octubre de 1981. Pero en la segunda edición de Casos Clínicos, el Dr. Luis E. Fuentes Guerra, se refiere a este libro en estos términos: “La obra de Artiles atrae y convida, hasta al más profano, cuando se hojean sus páginas y se advierta, con verdadera sorpresa, la polícroma presencia del arte pictórico, expresado en cuadros de famosos pintores vernáculos: Armando Reverón, Humberto González, Bárbaro Rivas, Alberto Brandt, Luis Ordáz, Feliciano Carvallo y Alejandro Colina. Es que estos célebres artistas nuestros concurrieron como enfermos mentales a las salas hospitalarias de Instituciones Psiquiátricas donde Artiles prestaba sus servicios profesionales, especialmente en el Sanatorio San Jorge y en el Hospital Psiquiátrico de la ciudad de Caracas”. 10 de agosto de 1987.    El Dr. Artiles ingresó al Instituto San Jorge, como médico residente, en septiembre de 1947, y en 1948 ingresó al Hospital Psiquiátrico de Caracas, como adjunto. En el Instituto San Jorge, que era privado, y dirigido por el Dr. Báez Finol, el Dr. Artiles Huerta estuvo siempre muy cerca de Armando Reverón. En la casa de César Cignoni, con mucha frecuencia nos hablaba de su trato con el artista. En aquellas conversaciones, el psiquiatra nos demostraba su conocimiento acerca del arte, y eso le permitió valorar con certeza la obra de Reverón, lo que le permitió, asimismo, obtener las mayores y mejores herramientas para acercarse, como psicoterapeuta, a la personalidad clínica de Armando Reverón. “Reverón como hombre fue un genio, como paciente fue genial”. Nos dijo el Dr. Artiles. “Sus últimos cuadros los pintó en el Sanatorio, que estaba en la Avenida España de Catia. El pintaba cuando estaba en los momentos de mejoría”. Esto mismo lo aseguró muchas veces su médico tratante, el Dr. Báez Finol: “Reverón siempre pintó en sus monumentos de lucidez. Lo que se diga al margen, puede considerarse como una falta de conocimiento de su personalidad”: Algo parecido nos dijo en 1963 el Dr. Moisés Felmand, quien también se había interesado por estudiar la enfermedad mental del artista.  Miguel Otero Silva.  El escritor Miguel Otero Silva, gran amigo y gran admirador de la obra del pintor, declaró en una ocasión lo siguiente: “Yo no niego los quebrantos se salud mental que le diagnosticaron los psiquiatras, pero cada vez que yo hablaba con él, su conversación era por demás lúcida y vibrante. Frente a los turistas, frente a quienes iban por simple curiosidad, Reverón utilizaba la teatralidad, exagerando todos sus movimientos y vocabularios. Esto no era más que un mecanismo de defensa de sus soledades, de no dejar invadirse, de no permitir preguntas impropias sobre su trabajo”. Los últimos cuadros de Reverón fueron realizados en el Sanatorio San Jorge, en Catia. Una de estas obras: El Patio del Sanatorio, se encuentra en la Galería de Arte Nacional, otras más, deben pertenecer a la hija del Dr. Báez Finol, la Dra. María José Báez Loreto. Según el psiquiatra Artiles Huerta, “días antes de morir, el artista había visitado el Museo de Bellas Artes, y luego el Nuevo Circo de Caracas, en compañía de su médico tratante, pues tenía en mente realizar una obra cuyo tema era una corrida de toros”. Reverón era amante de la fiesta brava. Allá en Macuto, en el Castillete, el pintor guardaba los cuernos de un toro, y había fabricado una montera y unas banderillas de utilería, para en algunas ocasiones ser usadas en aquellas famosas representaciones teatrales organizadas por el artista. Y cuando los integrantes del Círculo de Bellas Artes, a comienzo del siglo pasado, llevaron a cabo una novillada en el Circo Metropolitano con la finalidad de recaudar fondos en beneficio de esa agrupación artística, él único que se le arrimó al toro y dio unos buenos pases con el capote, fue Armando Reverón… Aquel cuadro que el artista pensaba realizar en el Nuevo Circo, no se pudo hacer, pues un día sábado del 18 de septiembre de 1954, y a las dos de la tarde, el pintor falleció a consecuencia de una hemorragia cerebral. Al día siguiente el féretro fue trasladado al Museo de Bellas Artes, donde el escultor Santiago Poletto le hizo una mascarilla a Reverón, quien un día antes, y de inmediato, hizo su entrada a la inmortalidad. Tomado del blog Escritos de un salvaje de Napoleón Pisani Pardi

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