lunes, 16 de abril de 2012

Un novillero enloquece a la afición de Aguascalientes

MANDO BOLIO


Larga pero muy larga fue la octava novillada, con la que se cerró ayer la Temporada Chica Internacional 2012 el coso San Marcos de Aguascalientes.
Sin embargo, como se dice coloquialmente, valió la pena el boleto porque pudimos disfrutar de las faenas de auténticos novilleros que apenas inician su historia taurina, todos ellos orgullosamente de la Tierra de la Gente Buena, como lo son Javier Castro, quien cortó una oreja y Román Legorreta, quien por fallar a la hora buena no pudo “tocar pelo” y terminó dando aclamada vuelta al ruedo, pero el que se robó la tarde, por donde se le quiera ver, fue Rodolfo Mejía “El Tuco”, un chaval que tiene mucha hambre de triunfo, fiel representante del torero jodido, sin un clavo en la bolsa para sostener una carrera tan difícil como esta, de triste figura, aquijotado, de percha antañona pero con un corazón que no le cabe en el pecho.
 Por ello este torero, “El Tuco”, nos metió en el túnel del tiempo y quienes tuvimos la oportunidad de poder ver, con pleno uso de razón, a ese tipo de novilleros, de extracción humilde y que cuando surgieron como novilleros “Armaron la de Dios Padre y muy Señor Mío” en la Monumental Plaza México, sabemos de lo que estamos hablando pues recordamos a toreros como Rafael Gil “Rafaelillo”, Alberto Zavala “El Memín”, Carlos Serrano “El Voluntario”, Marcos Ortega, Rodolfo Rodríguez “El Pana”, David “Chato” Bonilla, Curro Cruz y Manolo Sánchez, entre otros. Eso es lo que evidenciamos en cada crónica, sobre todo en tiempo de novilladas, que haya entrega, pasión, afición, valor, ganas de ser, vamos lo que se llama tener “hambre” de triunfo y de ganar dinero, más allá de la técnica y la táctica torera pues eso se aprende a través de la experiencia que se vaya adquiriendo, sobre todo, toreando de manera continua. Sin duda que lo que se vivió ayer en el ruedo sanmarqueño no hizo más que poner en claro, una vez más, que Aguascalientes sigue manteniendo un importante estatus de semillero torero a nivel mundial, fuente inacabable de diestros de magnífico nivel, como ahora lo son estos tres chavales, que entre ellos mismos no rebasan las cinco novilladas con caballos, es decir, Javier Castro lleva dos cumplidas, lo mismo que Rodolfo Mejía “El Tuco” y Román Legorreta, quien apenas vistió por vez primera el terno de luces. Y es que no se trata de que nosotros lo digamos o lo afirmemos, aquí el asunto es cómo el público, los aficionados que hicieron una magnífica entrada en el coso San Marcos bajo un clima agradable, si acaso con algún molesto viento, no se han equivocado al valorar, emocionarse hasta las lágrimas y alentar a estos jóvenes espadas que se encargaron de ponerle “sal y pimienta” al festejo. Comentario aparte merece el hecho de que “El Tuco”, tras la faena a “Atrevido” de la hacienda de Manuel Espinosa e Hijos, “rompiera el maleficio” de casi 14 años (13 años y 4 meses para ser más precisos) de no cortarse un rabo en el coso sanmarqueño, recordando igualmente que el anterior máximo trofeo concedido en este escenario fue el 12 de diciembre de 1998 cuando, como novillero, César Delgadillo se lo cercenara al astado “Mesonero II” de San Francisco de Asís, tarde en la que por cierto se despidió como subalterno Vicente Esparza. Así pues, se lidiaron siete novillos de la dehesa de Rosas Viejas, siendo bueno el lidiado en octavo lugar. Regulares fueron los primeros dos y complicados el tercero, cuarto, quinto y sexto. Otro de la divisa de Manuel Espinosa e Hijos, bueno, corrido en séptimo sitio y que mereció el arrastre lento. Y un noveno de regalo, de la finca de San Marcos, que se dejó torear. Por delante actuaron tres novilleros que venían con la experiencia de haber pisado ya la Monumental Plaza México. El primero de ellos, el queretano Cristian Hernández, quien hizo las cosas con conocimiento de causa pero faltándole mucha trasmisión a su quehacer y por ello dividió las opiniones. Su trasteo por cierto se lo brindó al matador de toros Juan Pablo Sánchez. Fuera de sitio y sin plan se mostró el defeño José Antonio Guerra, a quien se le vio disposición pero sin poder conectar sus ideas en el ruedo, llegándose a ver por momentos a la deriva. Le sonaron un aviso. En este astado el varilarguero Curro Campos logró un buen puyazo. Y el tercero de ellos, el poblano Pepín Vega, tuvo la mala suerte de pechar con uno de los complicados novillos de Rosas Viejas pero en su descarga demostró que tiene mucho de torero en su desarrollo en el ruedo. Sabe el oficio, tiene arte, valor y le pelea a los astados. Tiene mucha técnica y pleno conocimiento del para qué sirven los avíos. La gente así lo entendió para ovacionarlo en el tercio. A este torero hay que volverlo a ver. Por su parte, el colombiano Camilo Pinilla le puso empeño. Estuvo variado con el capote, lo mismo que con la sarga pero no acertó al matar y se le aplaudió el esfuerzo.
 Al ibérico José Vargas, luego de una buena vara de Mauro Prado y de un atropellado quite por gaoneras de Javier Castro, se le apreció más asentado y dispuesto, aunque todavía con cierto nerviosismo. Mató mal y se le ovacionó en el tercio. Regaló un noveno astado, de San Marcos, al que lanceó bien y con la muleta tuvo momentos plausibles, luego de que el banderilleros Héctor Rojas se desmonterara. El torero español fue empitonado en dos ocasiones y en una de ellas sufrió un par de heridas, de centímetro y medio cada una aproximadamente, situadas en la bolsa escrotal derecha y que en la misma enfermería de la plaza se atendieron sin necesitar hospitalización. Por cierto, a este novillo tardó en matarlo y le sonaron los tres avisos. Con dos largas cambiadas de hinojos, de pie largarle verónicas a pies juntos y quitar por navarras recibió Javier Castro a “Caritas” de Rosas Viejas para después cuajar una faena plena de entusiasmo y arrojo, sin importarle el peligro del astado. Brindó al empresario Ricardo Sánchez, siendo su labor por ambos perfiles de gran ánimo, carisma y torerismo, con ganas de ser torero, además de mostrar valentía y aguante del bueno. Mató de estocada y descabello para cortar merecidamente un apéndice.
 Rodolfo Mejía “El Tuco”, muy delgado él, vistiendo un terno de verdad palmado, hizo de lado esa imagen para engrandecerla a través de su toreo lleno de ansía y enormes deseos de éxito. Empezó haciéndolo honor al nombre de su astado, “Atrevido”, de Manuel Espinosa e Hijos, así, con atrevimiento le endilgó cerrado en tablas una rodolfina, una larga cambiada de rodillas y de pie verónicas cargando la suerte, con personalidad. Se ajustó en un quite de auténticas tafalleras, vino un estupendo tercio de banderillas de Gustavo Campos para saludar desde el tercio y con la muleta “El Tuco”, previo brindis a Elías Esparza, inició en los medios con un afarolado, el cambiado por la espalda y los forzados de pecho que “encendieron la mecha”. Vinieron series de derechazos y naturales, intercalándose maromas que mermaron el ánimo del torero de triste figura pero de una grandeza de espíritu y actitud excepcionales.
 Más adornos como un molinete de rodillas, el de pecho y manoletinas cuando le sonaban, en medio de la “locura general”, las notas musicales de “Pelea de Gallos” para entrar a matar y dejar una estocada trasera y ligeramente contraria para, a petición general, recibir las orejas y el rabo, en tanto que el astado merecer el honor del arrastre lento. ¡Vaya faena, vaya torero y vaya novillo!
 Y Román Legorreta no desmereció en nada el momento que se vivía en el festejo pues se vio solvente y torero en el manejo del capote. Cubrió con lucimiento el segundo tercio y con la muleta el chaval tiene arte y buen gusto para torear por los dos pitones. Un trasteo sin duda enterado y variado, vamos no parecía que apenas fuera su debut vestido de luces. Todo lo hizo bien pero no atinó con el estoque perdiendo la oreja que ya tenía ganada. Aun así el público lo valoró con justeza y lo llamó a dar aclamada vuelta al ruedo. En fin, una tarde larga pero que bien valió la pena. ¡Enhorabuena!

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