martes, 6 de marzo de 2012


Padilla, el día de su regreso al ruedoJ. V. ARNELAS


ROSARIO PÉREZ
Abc Madrid


Resonaba aún entre la afición el eco de las balas del santacoloma de Zaragoza. Pero Juan José Padilla guardaba más cartuchos en su corazón indomable. Valor de ley se necesitaba para plantarse delante de un toro con un solo ojo, aunque, de no ser por ese parche a lo John (Wayne o Ford), nadie hubiese apreciado ni una secuela en John Padilla en el «Oeste» de los ruedos.

Veinticuatro horas después de su victorioso retorno en Olivenza, el de Jerez, más Tornado que Ciclón, navegaba aún por las nubes: «Todavía sigue mi cuerpo envuelto en una emoción profunda. Continúo disfrutando. Obviamente, también miro el presente, que es volver a mi fisioterapia y logopedia. Y pienso en mi próximo compromiso, el día 16, en las Fallas».

—El apellido Padilla ha dado la vuelta al mundo entre laureles de épica. ¿Se siente un héroe?

—Para nada, yo no me considero un héroe. Hay personas que merecen mucha más admiración que yo, personas que han sido un apoyo fundamental.

—Usted ha impartido una lección de hombría, coraje y superación.

—Solo he hecho lo que mi corazón me dictaba. Quería transmitir seguridad a mi mujer y mis hijos. Mi obligación moral es dar lo mejor de mí a la gente que me rodea, que todos los que han velado por Padilla sientan que soy un hombre recompensado y feliz. Mi ilusión es mandar en mi destino.

—¿Alguna sombra en el resplandor del 4-M de la Fiesta?

—Fue todo maravilloso, como el cariño de mis compañeros; el único pero fue la poca colaboración de los toros. La emotividad mayor la viví con el brindis a los doctores y a mi padre; también me ayudó muchísimo la presencia de mi mujer y mi hija en el hotel, transmitiéndome confianza. A mi pequeña Paloma le entregué una de las orejas que corté, y la otra fue para mi hijo Martín, que no pudo acompañarnos a Olivenza.

—¿Brotó el miedo en su reencuentro con el patio de cuadrillas?

—El miedo siempre existe, pero yo iba muy mentalizado para esa cita. Me he preparado intensamente y, si hubiese tenido la más mínima duda, no habría toreado. Nunca faltaría al respeto a mis compañeros.

—Los toreros lo izaron en volandas, en una estampa para la historia. ¿Cómo lo recuerda ahora?

—Jamás había vivido algo así. Dios quiso que, después de tanto sufrimiento, viviese la gloria y tocase el cielo.

—La voz unánime proclamaba que, si no llevase un parche en el ojo, nadie habría «descubierto» aquel dramático percance en El Pilar.

—Si he salido al ruedo es porque me he visto preparado, y Dios ha querido que sea de forma rápida (menos de cinco meses). No quiero ocasionar ningún efecto desagradable ni de compasión en el público ni en los profesionales.

—Manifestó en ABC que con algunos toros no precisaría dos ojos, sino cuatro. ¿Hubo el domingo algún pasaje en el que sintiera esa necesidad?

—Me sentí cómodo en todo momento. Una de las veces, el toro se me coló por el izquierdo, y podía haberme pegado una voltereta, con un ojo o con dos. Y me libré. El parche no me complicó ni impidió que disfrutara de una tarde tan especial.

Tal fue el calibre del acontecimiento que su regreso ha recorrido el anillo del planeta. Los medios nacionales e internacionales ensalzaron la resurrección de un torero que ha demostrado que sí está hecho de otra pasta. «No soy ningún héroe», repetía con humildad el guerrero mientras descansaba ayer en su casa de Sanlúcar. No opina lo mismo el pueblo. Ni sus íntimos, con los que celebró de noche la gloria al compás de flamenco y torería. Ha nacido un mito: John Padilla.

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