A LOS TOROS EN JURIQUILLA

Una plaza ejemplo

EL VITO


Juriquilla, Estado de Querétaro.- Ver toros en Juriquilla es la realización de un sueño de aficionado.
Lo que ha logrado "El Pollo" Torreslanda es, simplemente, reunir aquellas ilusiones de un buen aficionado a los toros. Que de ninguna manera es develar secretos milenarios, sino adaptarnos a la evolución en la exigencia de quienes con su presencia - las multides-, exigen hoy día.
Por siglos las plazas de toros han sido un martirio para el aficionado e incluso para los propios toros. Basta haber sufrido la tortura de los nalgatorios de Madrid y de Sevilla, o ser testigo de cómo sufren las reses en los corrales de San Cristóbal, Mérida o Maracaibo, tres monumentales presuntuosas que fueron erigidas a espaldas del elemento más importante de la fiesta, el toro.
Juriquilla es una plaza mucho más que un inmueble esteticamente hermoso. Es funcional, tanto para el aficionado que paga su boleto, como por las reses a lidiarse y, por supuesto, a la actividad de los matadores de toros.
Cuenta con todas las comodidades que puede exigir un aficionado y, además, con su seguridad personal. La música, con todo el respeto a Sevilla y a la Vista Alegre de Bilbao famosas por sus grandes bandas, la de Juriquilla además de calidad sinfónica ofrece un repertorio único en el mundo de los toros. Los maestros e instrumentación de la banda es única, y escucharla es un verdadero placer. Esta estupenda banda cumple a cabalidad el propósito de amenidad por a que se incluyó la música en las corridas de toros.
La arquitectura de la plaza es muy mexicana. Mucho verde, muchas flores. Un ruedo amplio de finas y compactas arenas, y tendidos a los que llegan los sonidos del corretear de los toros, las voces de los toreros, el crujir de los petos y el choque metálico de la motilla con los pitones , el ruido del estribo con el zapatón, los sonidos del campo ganadero que marcan la fiesta que debe llegarle a los oídos del público.
Es señores un lujo ver toros en Juriquilla, no lo duden.


El Pollo Torreslanda, un realizador de sueños